“La estadística es una ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno.”
George Bernard Shaw - 1856-1950. Escritor irlandés.
Nuestros compatriotas que han emigrado al primer mundo, al primer mundo de verdad, reciben noticias deliberadamente distorsionadas. Similares a las que reciben la mayoría de los pobres y sufridos argentinos que aún continúan viviendo en nuestro querido país. Porque los grandes medios de comunicación, diariamente nos bombardean con grandes titulares de este tipo: “La Argentina creció, crece, o crecerá un 6%, un 8%, etc.” Y por eso decenas de periodistas, economistas y funcionarios nos bombardean con informes alentadores que indican que cada día estamos mucho mejor, porque al crecer la economía del país, los ciudadanos vamos progresando.
Sin embargo la única verdad es que estamos retrocediendo… y desde hace treinta años.
En estos días casi todas las noticias de los grandes medios destacan que los indicadores macroeconómicos son fantásticos ya que evidencian un crecimiento increíble desde hace varios meses. Pero esto es raro, muy raro, porque si el país realmente creciera tanto, los argentinos tendríamos que estar mucho mejor. Sin embargo algo extraño sucede ya que la gran mayoría no percibimos ese progreso y nuestro poder adquisitivo se reduce mes a mes.
Esta gran contradicción entre las buenas noticias, los grandes números del país y la realidad de nuestros bolsillos cada vez más flacos, sólo se puede explicar por dos razones: a) que no crecemos y b) que realmente crecemos, pero los beneficiados son pocos.
Obviamente, las cifras oficiales indican que la respuesta es la “b”. Veamos. Según el INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censo) organismo oficial sumamente respetable y profesional, informó recientemente que el porcentaje del PBI (Producto Bruto Interno) de la Argentina en el segundo semestre del año pasado se repartió de la siguiente manera:
La famosa “torta” de la cual tanto se habla desde hace muchos años es -ni más ni menos- que el PBI, que en el caso argentino ronda los $150.000 millones de dólares anuales. Si se observan detenidamente las cifras oficiales, se puede apreciar que la torta no sólo se reparte en forma desigual sino que la distribución es cada vez más injusta. De hecho, la clase “Alta”, entre mayo y diciembre de 2003, se vio beneficiada con la jugosa suma de $9.750 millones de dólares “extras” que les fueron transferidos desde los sectores “Medios” y “Bajos” de la sociedad. La cifra de “extras” se obtiene multiplicando +6.5% que recibió la clase Alta durante el período Mayo/Diciembre por los $ 150.000 millones de dólares del PBI. En pocas palabras, lo que está pasando es que si bien el país crece, los ricos son más ricos y los pobres más pobres. Lo peor de todo es que esta tendencia hacia una distribución cada vez más injusta no es reciente; es un largo proceso que comenzó hace treinta años. Para comprender en qué lugar estamos y cómo fuimos evolucionando económicamente, convendría recordar que el INDEC empezó a medir la distribución de la “torta” (léase riqueza del país) a mediados de la década del 70. Las cifras de 1974 indican que la clase “Alta” se llevaba por entonces sólo el 28,2% del PBI (contra el 60.9% de 2003). Otros parámetros también reafirman esta tendencia:
- En 1974 un “rico promedio” tenía 12 veces más riqueza que un pobre promedio. Hoy esa diferencia es de 50 veces más.
- En 1974 los pobres eran sólo el 5% de la población; actualmente son más del 54%.
- La desocupación en 1974 alcanzaba al 6%, hoy (la real) supera el 25%.
- La deuda externa era de 8.100 millones de dólares en 1974, y en estos días es de aproximadamente- 180.000 millones de dólares.
Los datos oficiales son contundentes. La Argentina es un país que se empobrece a pasos agigantados y desde hace treinta años. Y eso se nota día a día. Hay millones de jefes y jefas de hogar que reciben subsidios de 50 dólares para subsistir. Cientos de miles de cartoneros (día y de noche) recorren la ciudad de Buenos Aires y alrededores revolviendo las bolsas de basura buscando papeles, cartones y comida, mientras que centenares de chicos hambrientos recorren las mesas de los restaurantes pidiendo qué comer. Sin contar a los millones de jóvenes que no trabajan ni estudian.
Muchos colegas periodistas repiten como autómatas que la pobreza no genera delincuentes. A mí me cuesta creerlo, porque cuando salía a pasear en 1974, cuando había pocos pobres, no se me ocurría pensar que algo malo me podía pasar. Hoy, antes de salir de noche, lo pienso dos veces, porque en estos días sé que me pueden asaltar y matar por cualquier motivo. Y lo mismo piensan los millones de argentinos que viven este clima hostil. Lo más grave es que al convertirnos en un país más injusto, se desdibujaron las fronteras éticas; y como el dinero pasó a ser el único y supremo valor en una sociedad injusta, cualquier camino se convirtió en válido para obtenerlo. Por eso ya no sorprende ver que día tras día jueces, policías, abogados, médicos, políticos, funcionarios, líderes comunitarios, sacerdotes y otros referentes sociales -otrora de gran prestigio- se vean involucrados en casos de corrupción, sobornos y graves delitos. Estamos viviendo en una sociedad sin reglas, leyes ni valores.
Es muy curioso descubrir que la mayoría de nuestros compatriotas no quiere ver la cruda realidad de estas cifras, las que, le recuerdo estimado lector, son “oficiales”. Evidentemente es mucho más fácil mirar para otro lado y creer la mentira de que estamos progresando.
¡Qué bien nos vendría un baño de realidad! porque si realmente afrontáramos los problemas de frente, nos daríamos cuenta de dónde venimos, cómo estamos y hacia dónde vamos, y por lo tanto, de una vez por todas, deberíamos cambiar radicalmente de actitud para ponernos a trabajar en serio con el fin de construir un país mejor.
Sin dudas estamos como estamos porque somos como somos. Y todo indica que nada va a cambiar. Lamentablemente. Ø