Nuevos piratas que gobiernan el mundo
Ya no son como los de antes, ahora ya no
tienen un gancho en el puño, sino una computadora,
y en el hombro no llevan un papagayo,
llevan un tecnócrata. Por lo tanto son
mucho más peligrosos, y mucho menos simpáticos
EDUARDO GALEANO
Si la gesta es como un conjunto memorable de algún personaje (romance de gesta) trataremos con lo más poético posible considerar la gesta del 25 de mayo de 1810 y días subsiguientes y lo haremos en prosa.
El 25 de mayo de 1810 fue, en efecto, una gesta.
En ese día, se reunieron en la Plaza frente al Cabildo muchas personas que buscaron distinguirse con cintas celestes y blancas para diferenciarse del color rojo del godo y reclamando El pueblo quiere saber de qué se trata.
Conseguida la caída del gobierno de Cisneros y creada la Junta Provisional, se ordenó la obligación de los Cabildos del Interior de elegir representantes para un Congreso y reunirse posteriormente, aunque no en Buenos Aires.
La gesta se distribuye y comparte con el Ejército del Norte en propagar los principios revolucionarios.
Pero esto no sería fácil. Primero, porque la Junta fue desconocida en el Alto Perú (mariscal Nieto y el intendente de Potosí, don Francisco de Paula Sanz). Segundo, fue desconocida y por lo tanto desobedecida por Córdoba bajo el indudable prestigio de Santiago de Liniers, secundado por las autoridades españolas. Tercero, Asunción, que si bien no hostigó a los porteños, no la reconoció. Cuarto, Montevideo, bajo las órdenes de Elío, que llegó con el título de virrey en 1811, y la Banda Oriental, que se mostró desde un principio como enemiga de la revolución.
O sea, la crisis del gobierno, el bloqueo y la creación de la comisión de Seguridad Pública, fueron hitos de la gesta.
Como he dicho, nada era fácil, el fusilamiento de Liniers no fue ningún acto aplaudido. De ahí y durante mucho tiempo, clérigos que no estaban con la revolución les pusieran a los revolucionarios el rótulo de Jacobinos, hasta que curas criollos comenzaron a hablar en su favor.
La muerte de Castelli y de Moreno fueron diluyendo la situación. Se seguía entonces en la búsqueda de la realización del Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Pero la cuestión no sería fácil. No veamos la figura de un tigre teniendo copado a un hombre trepado a un árbol, sino la de mil tigres que quisieron ser mil tigres, o mil pumas que desearon ser mil pumas.
Y no se trataba, una vez creada la bandera nacional, como se haría después de cantar Alta en el cielo o ¡Febo asoma!, sino de creer e integrar el acto revolucionario.
Pero no era fácil. En la gesta, un sargento sacrifica su vida por salvar la de su capitán.
Luego vinieron las victorias, acompañadas de las derrotas.
Y no fue fácil, ya que se tuvo que llegar al éxodo jujeño para no dejarle nada al godo.
Miembros de cuerpos ejecutivos que gobernaban diciendo que lo hacían en nombre de Fernando VII, decían por lo alto “Viva el Rey”, mientras que por lo bajo susurraban “Abajo el Rey”.
Digamos que la gesta también fue la alegría del soldado desconocido al ver izarse la bandera azul y blanca.
Y la gesta incluyó al soldado niño que en Tacuarí, con su tambor, siguió alentando a sus superiores hasta caer y que va hasta la madre que lleva a su hijo (quizás el único) que no tenía todavía la edad para ser soldado a alistarlo en el cuartel del general, o que va hasta la viuda que desentierra a su marido cuyo cadáver fuera decapitado para darle cristiana sepultura y luego presentarse para ocupar un puesto en el ejército del general Güemes.
Y nada fue fácil en esa lucha: vendrán los asedios, los sitios, ataques, e incluso huidas, porque no se debía batallar, sino hostigar, como establecía Güemes.
Fue la gesta del Tacuara y del machete reemplazando al sable, y siempre en caballería con rifle en manos, sin uniforme, llevando como distintivo el poncho punzó y protegiéndose con guardamontes de cuero y petos del mismo material para proteger a su montura.
Nada fue fácil, mientras Güemes gobernó Salta por cuatro años jamás encontró ayuda de los sectores poderosos de la Provincia, quienes no dudaron en ofrecer su colaboración al enemigo para eliminar a Güemes.
Siempre hay traidores en cualquier patria.
Pero por suerte fue la patria en armas, la tierra en armas, la que puso las cosas en su lugar. ¤