La hospitalidad criolla y las costumbres del campo argentino
Al gauchaje en general siempre le gustaron las reuniones con los amigos, con vecinos, o también con el viajero que iba de camino y con quienes conversaba de distintos temas. Claro que nunca faltaban las guitarreadas y los juegos de naipes o la taba. Era también bienvenido a tomar unos mates o bien una churrasqueada.
Eso era muy común entre el gauchaje. Eran las llamadas “veladas del fogón” que también practicaban los troperos en medio del campo.
El viajero que iba de camino o el amigo, que galopó varias leguas para visitarlo, encontraban en la casa del gaucho igual acogida e iguales agasajos. Era la hospitalidad criolla, generosa y amplia, que ponía de manifiesto el espíritu sociable del hombre del desierto.
Alrededor del fuego, entre mate y churrasco, —las clásicas “veladas del fogón”, que también practicaban los troperos en medio del campo— se conversaba de mil asuntos, se pedían y se daban noticias, se relataban aventuras, especialmente de “sucedidos” —hechos fantásticos, la mayor parte de las veces, a los que se les da visos de realidad— se tocaba la guitarra y se cantaba; en los cuentos —a los que el gaucho fue tan afecto— don Juan, el zorro, ejemplo de picardía y astucia, y su tío, el tigre
—sinónimo de fuerza y valor— solían ser los protagonistas obligados; se hablaba también de la “luz mala”, de tal o cual gaucho “alzado” a raíz de una “desgracia”, del malón siempre temido y esperado, de la “yerra” que se tenía en perspectiva, de las carreras que ganó el parejero de fulano o zutano, y de otras mil cosas del propio o de ajeno pago.
La pulpería agrandaba el escenario. El guacho iba a la pulpería en busca de novedades y esparcimiento. No era la bebida lo que lo atraía, pues podría tildársele de cualquier cosa, menos de alcoholista por vicio.
Allí estaban, además, la taba, los naipes, los dados, los duelos “a primera vista”, que ponían a prueba la baquía en la esgrima y la serenidad de los contendientes, y a veces, los otros, los duelos trágicos —casi siempre arreglo de cuentas viejas: amores, juego— esos duelos que dejaban, como saldo final, un difunto y un “matrero”.
Y además estaba la payada de contrapunto, esencia del alma y del saber gauchos.
Compilado por Carlos Avilas del libro “Voces y Costumbres del Campo Argentino”, de Pedro Inchauspe, publicado en 1949.