Desde el lugar más lejano que te puedas imaginar, en medio de una ciudad enorme, distinta, indescriptible, te escribo, Salomón.
Estoy solo en un bar muy viejo, todo de madera en Tokio. Me atendió, creo que el dueño que, como no hablo su idioma ni él habla el mío, lo único que pude pedirle fue una taza de té, pero por esas cosas del destino, mientras me hace el tecito la música de un tango empieza a salir por los parlantes del lugar.
Y entonces, después de traerme el té y con limón, ahí se sienta, cierra los ojos como si se fuera a quedar dormido y con la cabeza acompaña la música que está escuchando. ¿Sabrá que es un tango? ¿Sabrá de la música que está pasando? Es “El día que me quieras”. ¿Podrá llegar a suponer que lo escuchaba con mi padre y con mi madre del otro lado del mundo hace mucho, mucho tiempo?
Hay olor a cigarrillo, hay olor a vejez, hay olor al tiempo que le ha pasado a este hombre y a este bar sin pedirles permiso.
Quizás, todavía deberá estar pensando en el día que lo quiera. Que el día que ella lo quiera en el azul del cielo, las estrellas celosas los mirarán pasar y que un rayo misterioso, hará cuna en el pelo de esa amada como luciérnagas hermosas que dirán que son su consuelo.
El cruza los brazos y sigue con los ojos casi cerrados. El tango sigue su destino y los recuerdos de mi historia explotan en mis pensamientos. Su suerte está echada y la mía también. Él con su pasado y yo con el mío. Él seguirá todas las noches abriendo su barcito hasta que un día la vejez o la muerte no se lo dejen hacer más. Y yo, y yo seguiré con mis sueños.
Ahora el tocadiscos o lo que pudo haber usado para poner música toca “Palomita Blanca”. ¿Me conoce este tipo? ¿Cómo sabe que es mi música? Entré a este lugar buscando algún cuento para vos y él mismo me lo está haciendo escribir. Sigue con los brazos cruzados y los ojos medios cerrados. ¿Seguirá pensando en su perdido amor? ¿Sabrá que la letra del tango lo está acompañando diciendo, “Palomita blanca que pasas volando rumbo a la casita donde está mi amor. Blanca palomita para la triste ausente, sos como una carta de recordación”?
Lo miro de nuevo y no lo puedo creer, sólo en este bar viejo en donde todavía no ha entrado ninguna persona. Él en su mundo y yo en el mío. Él en su locura y yo en el regocijo de esta sorpresa porque los tangos salen unos detrás de otros.
Ahora, la púa o lo que sea, está tocando que uno busca lleno de esperanza el camino que los sueños prometieron a sus ansias... Él sigue gozando de la música, porque siempre fue música, nadie canta. Él no sabe lo que dice, pero si él tuviera el corazón, el corazón que dio... Si olvidara a la malvada que ayer lo destruyó y pudiera amar a ese nuevo amor...
Es un personaje raro, asiático y parece melancólico. Posiblemente la vida lo haya engañado o quizás haya sido generosa con él. No me mira y sigue en su mundo. No creo que tenga idea de lo que dicen las letras de estos tangos ni creo que tenga idea de todo lo que invento para él. Hasta yo diría, Salomón, que no le importa lo que estoy escribiendo ni que el chiquilín del restaurant “Bachín” me siga esperando en Buenos Aires.
Igual… es un sábado más de su vida y un sábado más de la mía.
¡Qué suerte es esta, de estar vivos!¤