En la entrada de un bar se encontraba el personaje
de esta historia. Era alto, todo un caballero.No se divisaban sus rasgos, ya que estaba en un rincón con atuendo oscuro. Un afroamericano de mediana edad. Sobresalía por sus buenos modales y su generosidad a la hora de ejecutar el simple acto de solicitar documentos para verificar la edad de los parroquianos.
Hay determinadas conductas que caracterizan a los afroamericanos. Su forma de hablar tiene un ritmo particular. Sus movimientos al caminar tienen un estilo “funky”. Pero no, él era diferente; tenía otro estilo.
Con el tiempo supe su historia. Se trataba del Rey de Nigeria.
Invadido por el asombro me atreví a preguntar cómo era posible tal situación en la que un soberano se dedicaba a controlar la entrada de un lugar que, seamos honestos, no era ni siquiera de los mejores de Hollywood: un reducto modesto con un agreste patio para fumadores, una barra, una vieja pared de ladrillos que servía de telón de fondo de un improvisado escenario en la que aguardaba solitario un viejo piano de cola y donde la audiencia se las ingeniaba para que existiera una lastimosa y efímera pista de baile.
Sucede que nuestro hombre era el rey de una pequeña aldea cuyos miembros, con escaso poder adquisitivo, solo podían hacer escasas y modestas contribuciones al reino.
Nunca supe si el rey había abdicado antes de emprender su periplo hacia América.
El personaje se merecía un tributo por haber adornado con elegante sobriedad, detrás de una puerta y enfundado en un abrigo oscuro, la ecléctica noche de Hollywood. ¤
José Alberto Costanza.
Autor del libro “De héroes y sentimientos”
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