Maestro del bombo legüero y la constante experimentación
Así como cuando en alguna pasada edición de esta columna habíamos dicho que Cacho Tirao era para los argentinos la personificación de la guitarra clásica, hoy podemos decir lo mismo con respecto a Domingo Cura y el bombo legüero.
Cura había nacido un 7 de abril de 1929 en Santiago del Estero, provincia de gran cultura musical, particularmente de chacarera y zamba. Desde su cuna absorbió esa vibración que venía de la tierra, del fogón que se había armado en el patio de la casa, del baile que se había armado ya entrada la noche en el bodegón de la esquina, de la radio del vecino sintonizada en esa estación local que le daba a la música folclórica de día y noche. De chico ya se armaba su propio combo de percusión, que constaba de las sartenes y ollas que escabullía de la cocina, alguna que otra damajuana vacía, y latas semioxidadas de todo tamaño y tono musical. Su primer gran amor fue el bombo legüero; una vez que se juntaron, por suerte, ya nunca más se abandonaron.
Así como tantos otros de sus paisanos, en algún momento le llegó la hora de armar las valijas, colgarse el bombo al hombro y emprender ese largo viaje hacia Buenos Aires, en donde dominaban las luces, las radios con los conductores de más renombre, y muchos otros folcloristas que también habían emigrado persiguiendo el sueño de concretar sus aspiraciones artísticas. Tenía apenas 18 años y toda una vida dedicada a la música por delante.
Su estilo innovador y su destreza técnica rápidamente atrajeron la atención del público y de otros músicos, convirtiéndolo en un percusionista muy solicitado. Sus aportes al género han dejado una huella imborrable, enriqueciéndolo con sus innovaciones rítmicas y dominio de los instrumentos tradicionales.
Cura era de esos artistas que eran tan buenos con su instrumento y su amplitud intelectual que traspasó las fronteras del folclore para colaborar con artistas de rock como Gustavo Cerati o Litto Nebbia, o de boleros y baladas como el Trío Los Panchos y Nat King Cole, e incluso de música clásica, llegando a tocar con la Sinfónica de Berlín, entre otras, expandiendo así su arte hacia otras esferas.
A lo largo de las décadas de 1960 y 1970, Cura se presentó en incontables conciertos en vivo y en estudio, y colaboró con varios de los más grandes artistas argentinos, como Mercedes Sosa, Ariel Ramírez (participó de su Misa Criolla) y el tanguero Roberto Goyeneche.
La discografía de Domingo Cura es un testimonio de su prolífica carrera y su dedicación a la música folklórica argentina. Algunas de sus obras más significativas incluyen “Percusión” (1969); “Domingo Cura y Sus Amigos” (1975) en el que presenta actuaciones con algunas de las principales figuras de la música folclórica argentina; “La Cuarta Dimensión del Folklore” (1982), un álbum experimental que traspasa los límites de la música folclórica tradicional, incorporando elementos modernos y ritmos complejos; y “Domingo Cura en Vivo” (1990), una grabación en vivo presentando una mezcla de piezas folklóricas clásicas y contemporáneas.
Domingo Cura creció, brilló y hasta falleció sobre un escenario. Fue un 13 de noviembre de 2004, en el teatro Lola Membrives de Buenos Aires, mientras tocaba en un recital junto a Chico Novarro.
En honor a su natalicio, el 7 de abril de cada año se celebra en Argentina el Día del Percusionista.¤