Civilización y Barbarie de Domingo Faustino Sarmiento
Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) no escribió literatura gauchesca, pero se ocupó del gaucho en su libro “Facundo, civilización y barbarie”. Todo lo que hizo, lo que pensó y escribió en su vida, no tuvo otro fin que el de construir, sobre las ruinas de las guerras civiles, la grande y progresista Argentina del futuro. Por eso, toda institución de progreso tiene su sello.
Elegido presidente de la República Argentina durante su permanencia en los Estados Unidos de Norteamérica por el período 1868-1874, inició uno de los más fecundos y gloriosos gobiernos que ha tenido el país. Durante su mandato dispuso la realización del primer censo nacional; fundó en Córdoba el primer observatorio y la primera escuela normal de la República, que fue la de Paraná; el Colegio Militar de La Nación; la Escuela Naval; la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares y muchas otras obras vinculadas con la cultura y a su obsesión de educar al pueblo.
Facundo es más que la biografía del caudillo Facundo Quiroga: es una historia social y civil del país en una de sus más grandes crisis, un libro de psicología individual y social y hasta un tratado de sociología.
El libro consta de tres partes: en la primera describe el aspecto físico de la República Argentina y los caracteres, hábitos e ideas que dicho aspecto engendra. Escribe sobre los tipos originales del país en aquella época, verdadero producto del medio geográfico y del proceso histórico: el rastreador, el baqueano, el gaucho malo y el cantor, a los que considera uno por uno y que, como veremos, lo hace con gran acierto.
Analiza lo sociabilidad en los campos desiertos y la razón de ser de la pulpería, centro de toda vida social de la época y donde se gesta la fama y personalidad de los caudillos.
Esta parte termina con una interpretación histórico-sociológica de la Revolución de 1810.
En la segunda parte, totalmente narrativa, aparece el héroe del libro: Juan Facundo Quiroga y luego de contar su infancia y su juventud, abundantes en anécdotas, lo sigue en sus andanzas, narrando las guerras civiles en las que interviene, hasta terminar con “Barranca Yaco”, donde se cuenta con magnífico e insuperable estilo la trágica muerte del caudillo.
La tercera parte es un panfleto político contra Juan Manuel de Rosas, donde se agregan documentos y se enjuicia la manera tremenda de gobernar del que en ese momento era el jefe omnímodo del país.
Como se ha dicho, no fue un escritor que puliera su estilo y evolucionara a medida que recibe esta o aquella influencia. Su expresión corresponde escuetamente a su pensamiento. No adorna la frase, no busca agradar ni distraer. Es un luchador que recurre a la pluma como pudiera recurrir a las armas. De ahí su rotundidad, su vigor, su inconfundible y tremenda personalidad. “Escribo -decía- como medio y arma de combate, ya que combatir es realizar el pensamiento”.
Sarmiento considera en este libro que en la República Argentina se ven a un mismo tiempo dos civilizaciones: una naciente que, sin conocimiento de lo que tiene en la cabeza, está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la Edad Media; otra que sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea. El siglo XIX y el XII viven juntos: el uno dentro de la ciudad, el otro en las campañas.
Esta propuesta fue refutada por Juan Bautista Alberdi en “Cartas Quillotanas”, con la observación de que en todos los países del mundo las poblaciones campesinas, son, culturalmente, más rezagadas que la urbanas y que los elementos de progreso y de retardo aparecen mezclados tanto en las ciudades como en el campo.
Sin embargo, al fundamentar Domingo Faustino Sarmiento esta tesis incompleta y en alguna medida errónea, acertó en manejar un método con el que parcialmente pudo iluminar en profundidad algunos aspectos de la realidad.
“El mal de la República Argentina es la extensión”, decía, “el desierto, el despoblado, que son los límites naturales entre una y otra Provincia”.
“La extensión, los peligros de la intemperie, la presencia de los indios con los que se lucha sin cuartel, el ganado mostrenco que asegura una subsistencia tan fácil como austera, han dado al habitante de la campaña, rasgos fuertemente diferenciados”. Y agrega: “Esos árabes del desierto, esos españoles adaptados a los riesgos, a la holgura y a la libertad de las pampas, esos Gauchos pobladores naturales de la campaña muestran de un modo visible la fisonomía del hombre argentino, con su fuerte sentimiento de estima personal, su culto al coraje, su aversión por la autoridad y el orden”. “Los argentinos de cualquier clase que sean, civilizados o ignorantes, tienen una alta conciencia de su valer como Nación; todos los demás pueblos americanos le echan en cara esta vanidad y se muestran ofendidos de su presunción y arrogancia”.
Y termina este tema diciendo: “Creo que el cargo no es del todo infundado y no me pesa de ello. ¡Ay del pueblo que no tiene fe en sí mismo! ¡Para ese no se han hecho las grandes cosas! ¿Cuánto no habrá podido contribuir a la independencia de una parte de América, la arrogancia de estos gauchos argentinos que nada han visto bajo el sol, mejor que ellos, ni el hombre sabio ni el poderoso?”. ©