Durazno parece un lugar particularmente apto para la fermentación de leyendas. En Arroyo de los Perros, ubicado en dicho departamento, una historia subsiste desde los tiempos en que la esclavitud aún era permitida.
Un estanciero, que trataba cruelmente a sus esclavos, decidió una noche de alcohol jugar a la taba con su lacayo mulato. Este último estaba con gran suerte esa noche y fue ganando poco a poco una gran suma de dinero a su patrón. Éste, acongojado por haber perdido contra su propio súbdito, jugó una última vez y apostó todo su capital, incluso el campo. El mulato se vio favorecido una vez más y ganó la propiedad, a lo que el estanciero, hombre fiel a su palabra, entregó sus pertenencias.
A la noche siguiente, sin embargo, el patrón no fue capaz de asumir la afrenta, se presentó en el nuevo aposento del esclavo y lo asesinó a puñaladas. Muda testigo de los hechos, la taba permanecía sobre la mesada de mármol en la cocina de la estancia, donde se consumó el crimen. Cuando el estanciero recupera sus bienes decide enterrar la taba que tantas penas y apremios había causado. A la mañana siguiente, sin embargo, volvió a parecer en la mesada, imperturbable. Una y otra vez sucedió esto, como acusador recordatorio de lo sucedido.
El hombre optó por guardarla con llave en un baúl y despidió a todo aquel que conociera su historia, desconfiado de una broma recurrente. La taba, no obstante, seguía apareciendo...
Poco tiempo después el estanciero fue hallado muerto, aparentemente por mano propia y a causa de la aparición pertinaz del endemoniado objeto, que desde entonces no volvió a reaparecer. ¤