Un toro dorado guarda evocados tesoros incaicos
Nos transcribe el genial Octavio Cejas en su “Tukma Mágico” una anécdota recopilada en Alpachiri, Tucumán, a Delicia de Cabrera: Una vez mandaron a un hombre algo inocentón a campear unos bueyes que se habían refugiado entre las malezas del bosque, en las lomas y cerrilladas de más arriba de Arcadia. A los días volvió con el cuento de que había dado con una laguna de gran tamaño rodeada de alisos y nogales, saúcos y totoras; que él, oculto entre unos helechos gigantescos, vio en el agua, sentada en una piedra que sobresalía, a una mujer muy bella que se hacía pasar un peine de oro por sus cabellos que brillaban con luces de ese metal.
Dijo el hombre que las aguas se habían agitado bravamente cuando comenzó a emerger un toro de astas doradas que llegó hasta la orilla arrastrando una pesada cadena de oro.
El caso se difundió rápidamente. Los hombres más corajudos y codiciosos se fueron en expedición. Llevaban oculta intención de enlazar a la bella y al toro a quien consideraban su guardián. Pero se cansaron de deambular entre montes y cerros y no hallaron ni rastros de la laguna y sus moradores.
Se cuenta que de todo el imperio inca se llevaba oro a Cajamarca, Perú, para pagar la recompensa que liberaría al Inca Atahualpa, pero al enterarse de que Pizarro mató al Emperador indio, los tesoros se arrojaron en el camino, pero bien ocultos. Una de esas cargas fue a parar a una laguna que luego se denominó Laguna del Tesoro. En dicha laguna, en el fondo, junto a los invaluables tesoros, se encuentra un gigantesco toro de astas doradas (algunas versiones representan al toro color negro) que hace enloquecer las aguas y sale al encuentro de todo aquel que intente recuperar el oro allí oculto.¤