A juzgar por sus primeros pasos y discursos, Francisco está dispuesto a acercar la Iglesia a los fieles –y quizás también, a los no tan fieles, a aquellos que se alejaron de la doctrina por descreimiento en las autoridades eclesiásticas, con los Papas a la cabeza. Comenzó dando gestos de humildad que llamaron la atención del mundo y fueron comentados con entusiasmo por gente de todas las creencias y descreencias. Dejando la pompa de lado, el Papa entregó mensajes de esperanza, alegría y renovación: “El lema de este año es ‘Id y haced discípulos en todos los pueblos'”, declaró en su primera misa de Domingo de Ramos desde una abarrotada Plaza San Pedro.
Queda por verse de qué manera impactará, si es que lo hace, su investidura en la política argentina. La reacción que provocó su nombramiento en los sectores gubernamentales fue digna de una película de Fellini; las idas y vueltas, discursos y contradiscursos, los iniciales ataques y posteriores defensas desde el oficialismo son memorables. Se dice que en la política vale todo; sin embargo, en casos de fariseísmo como este, uno no puede dejar de sentir un poco de vergüenza ajena. Hoy por hoy, entonces, el Papa Francisco es símbolo de unidad, aunque algunos se hayan subido a la carroza –o al papamóvil, en este caso- por conveniencia coyuntural. Su cargo es universal; ahora su pueblo es el catolicismo de todo el planeta.
¿Cuál será la influencia real del Papa en cuestiones argentinas? ¿Seguirá denunciando la desigualdad, la explotación en los talleres clandestinos, la marginación en las villas o la influencia del narcotráfico en el país como cuando era Arzobispo de Buenos Aires y titular del Episcopado local? ¿Lo hará en forma general, apuntando hacia todo el mundo?
El kirchnerismo, como así también las demás fuerzas políticas (¡excepto el Partido Obrero, quiera Dios!) seguirán buscando capitalizar la popularidad de Francisco, que para algunos nada tiene que ver con Bergoglio. Por lo pronto, el oficialismo reza por que al Papa no se le ocurra viajar al país antes de las elecciones de octubre y que la algarabía que desató en el pueblo su elección, se vaya diluyendo con el correr de los meses.
Esperamos que el cargo de Francisco no sea solo testimonial, y que pronto logre influir en los gobiernos del mundo, sobre todo el argentino, claro, para ponerle freno a las injusticias que denunciaba cuando no era aún el líder del catolicismo mundial. ¤