Un ciudadano de Dinamarca hubiese sospechado una broma si hubiese escuchado a un dirigente sindical de su país decir algo como “Negociemos y arreglemos todo ahora, porque en noviembre empieza el mundial…” Como a los argentinos ya no nos sorprende nada, escuchamos tal declaración sin una gota de perplejidad. El Mundial de Catar 2022 se larga en cuestión de días y buena parte del mundo vivirá expectante los partidos de sus selecciones, aunque no muchos con la intensidad con que lo harán nuestros compatriotas.
Para el gobierno, el fanatismo por el fútbol será una brisa fresca ante el incendio económico y social que vive en país; buenos resultados por parte de la Selección Nacional garantizarán un aumento en el humor colectivo en una sociedad que tiende a levantar presión en cada mes de diciembre. Cada gol de tiro libre de Messi equivaldrá a una baja de tres puntos en el índice de inflación; cada rebote en el área que tome Lautaro y termine en la red relativizará el drama del desempleo por unos días; cada atajada del Dibu Martínez será festejada como un barrio rosarino recuperado de las garras del narcotráfico y la violencia en sus calles.
El uso del fútbol y otros eventos deportivos o artísticos como distracción para camuflar las constantes crisis que atraviesa nuestro país no es nuevo -vale recordar el más obsceno de todos, el de la última dictadura militar durante el Mundial 78.
Por supuesto, no vamos a culpar a los jugadores ni al deporte por esta situación: nadie cuestiona la gloria de Kempes y el Flaco Menotti en el '78, ni la de Maradona, Burruchaga y Bilardo en el '86, como así tampoco se le cuestionará a estos muchachos, si es que realizan un buen papel en el Mundial. Deseamos, junto a la mayoría de los argentinos, que la Selección cumpla un buen trabajo en Catar y en lo posible que se quede con la Copa, algo que deseamos desde hace más de tres décadas. Sin embargo, no queremos perder de vista que la situación del país es estrepitosa, y ninguna gloria deportiva acabará con el hambre, la miseria, la inseguridad, ni la corrupción.
No le pedimos a los funcionarios que no abandonen sus obligaciones para ver los partidos; sería exigir demasiado para un país en donde el trabajo y el cumplimiento de las normas por parte de los funcionarios públicos se han vuelto relativos. Simplemente les pedimos que ni intenten el circo de saltar junto a los jugadores en el balcón de la Casa Rosada en caso de que Argentina -uno de los tres o cuatro favoritos- gane la Copa. Bastante vergüenza dieron durante el tumultuoso sepelio de Maradona, en plena época de las restricciones por la pandemia, con los barra bravas saltando desaforados en los patios de la Rosada y el presidente gritando por megáfono.
Mientras los argentinos se organizan para ver los partidos con amigos y preparan las banderas y los gorros, el “super-ministro” de Economía, Sergio Massa, recorta $50 mil millones del presupuesto educativo, otros $50 mil millones del de desarrollo territorial y hábitat, $70 mil millones del de desarrollo productivo, y $10 mil millones del área de salud, todo para cumplir con las metas establecidas por el Fondo Monetario Internacional. Los muchachos que claman por la intervención de un estado grande y presente, por estos días andan distraídos, cuando no de compras por Nueva York, como la ex ministra de Economía Silvina Batakis, quien fue encontrada visitando una tienda Apple de Manhattan, luego de declarar hace unos meses que “el derecho a viajar colisiona o tensiona con el derecho a la generación de puestos de trabajo”, y que “Cuando uno hace compras en el exterior y esos dólares son los que deberían haber ido al sector productivo, estamos dañando el futuro de todos los argentinos”.
En fin, buena suerte a los muchachos de la Selección, y a los funcionarios y dirigentes políticos argentinos… ¡Ni lo intenten! ¤