Dos realidades diferentes, dos mundos opuestos. Y ambos forman parte inexorable de nuestras vidas, y laten con fuerza en nuestros corazones.
En un extremo, el norte, Estados Unidos. En el otro, el sur, Argentina. Pero las diferencias a las que nos vamos a referir hoy no son las geográficas, sino al estado de un país y el otro con respecto a la pandemia de coronavirus.
No tardó mucho Estados Unidos para ubicarse al tope del podio de los peores del mundo a la hora de enfrentar la por entonces incipiente pandemia. La anterior administración mostró una inusitada inoperancia o desidia a la hora de generar una política sanitaria para combatir la propagación del virus. Desde un principio, Estados Unidos se colocó como el país con más casos y más muertos por covid en el mundo, y nunca abandonó ese indigno lugar que nos avergonzó a todos. Sin embargo, este año, ya con una nueva administración que le dio a la pandemia la seriedad que merece, reestableciendo la preponderancia de la ciencia que fue siempre uno de los pilares de la grandeza de esta nación, nuestro país lanzó una masiva campaña de vacunación que está dando excelentes resultados, reduciendo dramáticamente los casos de contagios y muertes en todo el país.
Las empresas y negocios de varios estados comienzan a abrirse; a fines de mayo, los subsidios por desempleo cayeron al número más bajo desde el inicio de la pandemia, con un total de 406 mil solicitudes, unas 38 mil menos que la semana previa, y es de esperar un verano mucho más relajado que el anterior. La economía tardará en recuperarse, pero el futuro se presenta muy esperanzador.
En el otro extremo del continente, allí por el sur, la realidad es brutalmente diferente. El gobierno argentino comenzó empalagándose con autoelogios debido a que los casos de covid eran mucho más acotados que en Europa y Norteamérica. Una cuarentena interminable logró por un tiempo controlar los contagios, pero terminó destruyendo la economía y dilatando nomás el pico de casos que terminaron por explotar hacia finales de año.
Son aún muy oscuras las razones por las que Argentina se proveyó de vacunas rusas (Sputnik) y chinas (Sinopharm), y no de las estadounidenses Pfizer y Moderna, y encima recibiéndolas a cuentagotas. A uno le vienen a la mente motivos de corrupción política, fallidas razones ideológicas, o simple inutilidad en la gestión. O un poco de todo eso, que es lo más probable. Lo cierto es que Argentina es hoy no solo uno de los países de peor gestión de la pandemia, con casos de muertes por millón de habitantes que la cuentan entre los cuatro o cinco peores del planeta, sino que las vacunas no llegan, se distribuyen mal y tarde, y encima se enfrenta a un invierno que hace temer lo peor.
Tal cual decíamos al principio, dos realidades diametralmente opuestas, como el norte y el sur, como el talento para la gestión y la corrupción como medio de gobierno, como el calor del verano y el frío del invierno.¤