A lo largo de todo el año hemos escuchado que la economía estadounidense está en alza, que ha bajado el desempleo, y que el Producto Bruto Interno, aunque con cierta desaceleración, sigue creciendo desde hace ya una década. ¿Por qué es, entonces, que la mayoría de nosotros no percibe esas mejoras? La respuesta puede ser, simplemente: porque no somos multimillonarios.
Ya hemos mencionado en este espacio alguna vez cómo la brecha entre ricos y pobres se acrecienta sin pausa en nuestro país, y eso no es algo que la actual administración haya inventado, aunque es verdad que sí la profundizó a niveles históricos. Sin ir más lejos, el recorte de impuestos promovido hace un par de años por el presidente Donald Trump y anunciado entonces como “middle-class miracle” resultó ser, como muchos esperábamos, una medida para favorecer al 1% más rico de la población, ese mismo segmento que recoge los grandes beneficios del “boom económico” actual. Gracias a esto, el recorte de 1.5 trillones de dólares en impuestos provocó que por primera vez en la historia del país los billonarios paguen en proporción menos impuestos que la clase trabajadora. Parece absurdo, pero es así: en 2018, las 400 familias más ricas del país pagaron un promedio de tasa de impuestos del 23%, mientras que la mitad del fondo de los hogares de menos ingresos pagaron 24.2%.
Por supuesto, esto es tan solo un detalle entre las muchas otras causas que provocan esta tan antidemocrática disparidad entre una élite de millonarios y la gran masa de trabajadores estadounidenses, algo que tradicionalmente afectaba solo a los más marginales países del Tercer Mundo.
La realidad es que las cosas para la clase media y baja estadounidense vienen de mal en peor; hemos caído en una zanja de la que pocos logran salir. La clase media del país es hoy más pobre de lo que era a finales del 2007 cuando estalló la crisis financiera que todos recordamos con espanto.
Un problema mucho mayor es que la tan ensalzada creación de puestos de trabajo actual genera empleos con salarios de hambre, injusticia que produce, por ejemplo, una verdadera crisis de vivienda para gran parte de los estadounidenses.
El nuevo reporte de la National Low Income Housing Coalition (NLIHC) encontró que el salario mínimo promedio en el país no le permite al trabajador alquilar siquiera un modestísimo departamento de un ambiente para vivir. El reporte detalla que una persona necesita 2.5 salarios mínimos promedio para solventar el alquiler de un departamento promedio: mientras que en el país se necesita un salario promedio de $17.90 por hora en un trabajo full-time para poder alquilar una vivienda de este tipo en una zona modesta, el promedio de salario federal es de $7.25. Por ejemplo, el promedio salarial que un trabajador del estado de Washington necesita para poder alquilar es de $21.65, mientras que el salario mínimo es $12; o sea, necesita casi dos trabajos full-time para poder pagar un alquiler.
Solo cinco estados (Arizona, California, Colorado, Oregon y Washigton), en donde los salarios mínimos son más altos que el promedio federal, tienen algunos condados con programas de viviendas económicas en donde un trabajador puede solventar un alquiler de este tipo. Aún en Arkansas, el estado que posee las viviendas más baratas de todo el país, una persona que gana el salario mínimo de $8.50 y trabaja full-time, necesitaría ganar $10.98 para alquilar un departamento.
Otra vez, no estamos hablando de alquilar lujosas unidades en barrios privilegiados, sino de modestos departamentos en zonas humildes.
Es necesario acabar con esta tendencia que está llevando a nuestro país a convertirse en una nación de segunda categoría con una desigualdad social creciente, y millones de trabajadores y estudiantes desesperados por no poder tener acceso a una vivienda, a un plan de salud, o solventar la educación universitaria de sus hijos.
¿Será mucho pedir iniciar un drástico cambio en el sentido contrario para este 2020? ¤