Durante la campaña presidencial de Bill Cinton en 1992, su estratega, James Carville, escribió en un pizarrón la frase “The economy, stupid”. La idea era hacerle entender a los militantes y dirigentes de su partido que la principal valoración de los votantes a la hora de emitir el sufragio era la economía, y más precisamente, el poder adquisitivo de la gente. Y en efecto, la recesión económica que vivía el país hacia fines de la presidencia de George Bush padre fue su talón de Aquiles, y Clinton se convirtió en el nuevo presidente de los Estados Unidos. A partir de entonces, la frase fue usada infinidad de veces en campañas políticas alrededor del mundo. Pero más allá de su indiscutible popularidad y repercusión, es para analizar la validez de tal afirmación.
Por lo pronto, se puede afirmar que casi con seguridad, una administración que fracasa en el tema económico no tiene grandes chances de ser aprobada por los ciudadanos al momento de depositar sus votos en las urnas, aunque pueda demostrar algunos logros en otros frentes. Esa fue la principal causa de la estrepitosa reciente elección primaria que en Argentina sacudió al oficialismo. Si bien se trata de “primarias”, en Argentina, ya que compite una sola fórmula o candidato por partido, es un termómetro para medir las elecciones presidenciales y legislativas que las suceden. En este caso, fue la economía, estúpido.
Sin embargo, hay momentos en que la economía se mantiene estable y otros factores entran en juego. El actual presidente estadounidense, Donald Trump, asumió el poder como opositor, cuando el país gozaba de una economía robusta y en crecimiento que había dejado su predecesor, Barack Obama. Si bien es cierto que Trump recibió cerca de 3 millones de votos menos que su contrincante, la escasa popularidad de Hillary Clinton en varios estados, y esa cuestionable forma de elegir presidente a través del Colegio Electoral, le alcanzaron para instalarse en la Casa Blanca. El año pasado, habíamos escuchado al presidente declamar, con los mismos endebles fundamentos con los que suele sostener sus afirmaciones más resonantes sobre sí mismo, que “la economía estadounidense está en su mejor forma de la historia”.
Hoy, su administración se muestra preocupada porque el viento de cola con el que comenzaron su gestión está mermando y los números económicos se estancan. Es muy probable que la economía no caiga a un precipicio durante estos meses que faltan para la próxima elección presidencial, pero ya se palpita el interés de la sociedad en temas que van más allá de la economía.
Finalmente, luego de centenas de muertos y una creciente indignación popular, la clase política se muestra dispuesta a encarar el tema del control de armas y la seguridad de los ciudadanos ante las constantes matanzas que nos sacuden con una perturbable regularidad. Incluso algunos legisladores republicanos, aquellos que no se encuentran al servicio de los millones de la National Rifle Association, están saliendo tibiamente a aceptar al menos las más básicas modificaciones a las leyes sobre “backgound checks” y “red flags” que hoy en día son una verdadera burla para todos aquellos que desean vivir de una manera pacífica y segura.
Muchos otros basan parte de sus plataformas en encender las alarmas sobre el crecimiento del supremacismo ario y la violencia que genera, un tema que como inmigrantes nos importa particularmente a todos nosotros. De hecho, el autor del último ataque terrorista en El Paso, Texas, declaró que su intención era matar a tantos mexicanos como pudiera. Las marchas a cara destapada de los herederos de Hitler se multiplican en todo el país, y los supremacistas se sienten cada vez más seguros y apañados por el poder.
Otros de los temas que ya ha comenzado a alertar a los grandes líderes mundiales es el del cambio climático y la devastación del medio ambiente.
Puede que, en definitiva, siempre sea la economía la principal variable para calificar una administración, pero no es la única. Ojalá que en las próximas elecciones, tanto en Argentina como aquí en los Estados Unidos, la gente vote con el bolsillo, pero también con el cerebro y el corazón. ¤