Esta editorial se basa no tanto en opinión como en la frialdad de los números. El mes pasado comentábamos en esta columna cómo la miserable ambición humana está llevando al planeta a una lenta pero segura degradación total. Este mes aparecen nuevos datos que lo confirman, no desde la especulación teórica, el pesimismo dialéctico, la fe ciega en la ciencia, sino desde la exactitud de los números.
Hace tan solo un par de semanas, un informe de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), reveló que la Tierra ha entrado en su sexta Extinción Masiva, la primera provocada por el hombre. Más allá de que un meteorito escape la fuerza gravitacional de Júpiter para estrellarse contra la superficie de nuestra planeta, o que el Sol desaparezca por arte de magia cósmica, o que a alguno de los locos que gobiernan las potencias nucleares del mundo se le ocurra apretar el botón rojo y que todo y todos terminemos convertidos en polvo, la vida en el planeta Tierra ha comenzado su lenta agonía.
Los científicos de la IPBES calculan que entre 500 mil y un millón de especies entrarán en la categoría “en peligro de extinción” en los próximos años. Otro número: tres cuartas partes de los cultivos en todo el mundo necesitan ser polinizados por insectos, abejas principalmente, cuya supervivencia se encuentra amenazada en varias zonas del planeta.
El grupo advierte sobre “una aceleración rápida, inminente de los niveles de extinción de especies, entre decenas y centenares de veces más elevada que el promedio de los últimos 10 millones de años”.
El cambio climático, las industrias agropecuaria, pesquera y minera, y la contaminación del medio ambiente son los principales culpables de esta degradación que nos llevará a la extinción.
De acuerdo a la World Wild Fund for Nature (WWF), “Se estima que la rápida pérdida de especies que estamos experimentando hoy es entre 1000 y 10,000 veces más elevada que el ritmo natural de extinción”, es decir, sin la intervención del hombre.
Nosotros la hemos creado, nosotros la mantenemos. ¿Podremos ser capaces de cambiar nuestro instinto destructor para preservar nuestra propia existencia? ¤