Dos perennes flagelos argentinos
La argentina padece una alta inflación, la misma que se repite recurrentemente desde hace varias décadas, y todo indica que llegó para quedarse. Parece que la inflación argentina está en el ADN de la economía nacional, por lo que cuesta erradicarla.
La inflación de estos tiempos es similar a las de otros años, pero ahora convive con otro gran flagelo nacional: la inseguridad. Y ambos están íntimamente relacionados.
La inflación actual es mucho menor que las hiperinflaciones de épocas anteriores, pero es una anormalidad en el mundo actual, ya que son muy pocos los países que tienen aumentos incesantes de precios. Según datos del FMI, Argentina se sitúa en el octavo lugar en el ranking de países con más inflación durante el año 2017. Solo fue superada por Venezuela, Sudán del Sur, República Democrática del Congo, Libia, Egipto, Angola y Yemen. Los países que tuvieron más inflación que la Argentina son dictaduras o padecen conflictos armados. Extrañamente, este país es el único con altísima inflación donde hay democracia y sin conflictos armados. Extraño.
“Como lo único que no sube al compás de la inflación son los salarios, el nivel de vida de millones de trabajadores se deteriora a pasos agigantados”
Lo peor es que todo indica que la situación inflacionaria no está mejorando. Si bien los funcionarios estiman una inflación del 15% para el 2018, nadie se lo cree, ni siquiera los mismos funcionarios que lo afirman a diestra y siniestra con cara de póker. La mayoría de los economistas y los ciudadanos están convencidos de que el índice inflacionario del 2018 no bajará del 20%, y que tal vez sea apenas inferior a la del año pasado, que llegó al 24.6%.
Quiénes ganan y quiénes pierden
En este escenario inflacionario, los ganadores y perdedores son los mismos de siempre. Entre los perdedores se encuentran empleados, jubilados y sectores vulnerables. Entre los ganadores están los especuladores financieros, los grandes empresarios y los bancos. Para colmo de males, el gobierno exige que solo se aumenten los salarios hasta un máximo del 15% y sin la reparadora “cláusula gatillo” que recomponía la pérdida del poder adquisitivo a año vencido (si algún gremio había acordado un aumento interanual de x por ciento y la inflación resultaba superior a ese índice, al otro año se recompensaba lo percibido de menos). Esto sí se aplicó durante el año 2017 porque fue un año electoral y la cláusula gatillo fue aceptada únicamente para conseguir votos. Como en el 2018 no hay elecciones, la pérdida de poder adquisitivo de los sueldos será brutal, dado que las tarifas de gas, electricidad, agua, impuestos municipales, colectivos, trenes, subterráneos, taxis, peajes y naftas aumentaron y seguirán aumentando a niveles estratosféricos. Tarifazos, los llaman. Simultáneamente, aumentan bienes, servicios y productos, desde medicamentos imprescindibles hasta alimentos básicos. Y como lo único que no sube al compás de la inflación son los salarios, el nivel de vida de millones de trabajadores se deteriora a pasos agigantados.
De allí que el malestar social va creciendo día a día porque los que cobran sueldos fijos, sin aumento, no pueden pagar las tarifas y precios cada vez más altos.
Siempre hay una “pesada herencia”
Es verdad que muchos de los problemas actuales se originaron décadas atrás, fundamentalmente durante gobiernos peronistas con diferentes nombres: kirchnerismo, cristinismo o menemismo.
Según el gobierno actual, durante décadas los argentinos pagaron tarifas bajísimas de luz, gas, agua y transporte de pasajeros porque eran subsidiadas por el gobierno nacional a través de un complejo y multimillonario sistema prebendario que dio origen a una corrupción descontrolada que enriqueció a incontables funcionarios de esos gobiernos anteriores, muchos de los cuales se encuentran presos o imputados a la espera de juicios que no se sabe en que terminarán. La magnitud de la corrupción fue tan descomunal que dos ex presidentes (Carlos Menem y Cristina Fernández de Kirchner) se encuentran procesados y con pedidos de detención. Ambos están en libertad gracias a sus fueros parlamentarios de senadores. Si no fuera por eso, ambos estarían en prisión.
Ya no creemos en nadie
Ante este panorama, una encuesta reciente indicó que la mayoría de los argentinos ya no cree ni en los políticos, ni en la justicia, ni en la policía, ni en nadie. Casi todos los encuestados dijeron que no creen “en ninguno”. Algo gravísimo.
La inflación provoca pobreza. El problema es que nadie sabe con certeza cuántos pobres hay en el país, pero son millones. Según mediciones del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), hay casi 14 millones de pobres. Obtener la cifra real de pobres e indigentes sería mortal para todos los políticos en funciones del país, porque destruiría el mito de que el país mejora y que baja la pobreza. Ningún funcionario del actual gobierno aceptaría reconocer que hay “nuevos” pobres, y mucho menos que hay un vasto sector de la sociedad que se podría catalogar como pobres permanentes o pobres eternos. Algo que sí reconocen otros países.
En un informe recibido hace pocas semanas por este cronista se menciona esta nueva categoría social: “Pobres permanentes”. Lo que llama la atención es que proviene del país menos pensado: Suiza. Según este informe: “En 2016, el 7,5% de la población suiza se vio afectada por la pobreza en términos de ingresos, es decir, 615.000 personas, de las cuales 140.000 ejercían una actividad profesional. Alrededor del 1% de la población puede considerarse permanentemente pobre, de acuerdo con la Oficina Federal de Estadísticas (OFS)”.
Los pobres permanentes y la inseguridad
Algo que en la Argentina nadie aceptaría reconocer, Suiza, un país del primer mundo de verdad, lo admite oficialmente. Ellos reconocen que el 1% de su población (de 8.240.000 habitantes) es “pobre permanente”. En Argentina aproximadamente 5,6 millones de chicos son pobres. Y de estos, al menos 1 millón y medio se encuentran en la indigencia absoluta, lo que significa que esos jóvenes y niños no comen lo suficiente todos los días (Informe de UNICEF, en base a datos del INDEC del último trimestre de 2016).
De acuerdo a los parámetros censales suizos, en la Argentina habría varios millones de “pobres permanentes”, muchos de los cuales son jóvenes y adolescentes que no tienen ninguna oportunidad de vivir mejor, de progresar, de obtener un empleo, porque ni siquiera tienen para comer.
“Hace décadas había hiperinflación, pero no había miedo generalizado, porque los jóvenes no asesinaban para robar un par de zapatillas, un celular o una moto, como sucede hoy”
Ante esto, la gran pregunta es: ¿qué hacen esos jóvenes para sobrevivir? Nadie lo sabe, porque eso no se investiga ni se censa. De hecho, de eso no se habla. ¿Acaso los jóvenes hambrientos se quedan en sus miserables ranchos de cartones y chapas esperando la muerte? ¿O salen a sobrevivir como pueden? Junto con la inflación, la otra gran preocupación nacional es la inseguridad.
En la Argentina pocos viven tranquilos. Casi todos viven con miedo, como si estuvieran en un campo de guerra. Saben que pueden morir en cualquier momento y por cualquier motivo. Hace décadas había hiperinflación, pero no había miedo generalizado, porque los jóvenes no asesinaban para robar un par de zapatillas, un celular o una moto, como sucede hoy. Los funcionarios juran que la pobreza no tiene nada que ver con el aumento de crímenes y muertes en ocasión de robo. Quizás los suizos pensarían que los “pobres permanentes”, especialmente los jóvenes que no tienen futuro ni nada para perder, son capaces de cualquier cosa. Como matar “porque sí”. Algo que en la Argentina sucede todos los días. ¤