Durante buena parte del Siglo 20, la escena política argentina contó con dos protagonistas principales, el radicalismo y el peronismo. La confluencia cívico-militar se encargó en repetidas ocasiones de romper el bipartidismo interrumpiendo el sistema democrático con los golpes institucionales que hoy parecen haber quedado en el pasado, esperamos que para siempre.
Desde su fundación en 1891 bajo el liderazgo de Leandro N. Alem, la Unión Cívica Radical se definió como un partido que desde la centro-izquierda se ocupó de respetar los derechos civiles, las instituciones democráticas, y darle voz al mayoritario sector de la clase media argentina. En 1930, con el golpe militar llevado a cabo por José Félix Uriburu contra el segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen, se inició una larga lista de interrupciones de la democracia que culminaría con la última y sangrienta dictadura militar. Desde Uriburu hasta Jorge Rafael Videla, ningún presidente elegido en las urnas, radical o no, logró finalizar su mandato.
Ya en la Argentina post Proceso de Reorganización Nacional, el radicalismo llegó al poder dos veces; la primera con el triunfo de Raúl Alfonsín en 1983, y la segunda en 1999 con Fernando de La Rúa al frente de una alianza política con otros sectores de la centro-izquierda. Ninguno de los dos logró terminar su mandato: Alfonsín le transfirió el poder a su sucesor, el peronista Carlos Menem, unos meses antes de lo establecido, pero esta vez habían sido los sectores financieros y no los militares los que fomentaron la desestabilización del gobierno. De la Rúa, por su parte, abandonó su puesto en medio de una gran crisis cuyos efectos aún hoy marcan la escena política del país.
La historia radical en el gobierno se vuelve un poco más turbia al analizar el presente. ¿Puede decirse que el radicalismo está en la actualidad en el poder? Habiendo formado una alianza con el PRO del actual presidente Mauricio Macri, varios dirigentes del centenario partido ocupan puestos oficiales, aunque ninguno de vital importancia. De hecho, una buena parte de sus más encumbrados dirigentes no han aceptado esa coalición, manteniéndose al margen y trabajando desde la oposición. Por eso, llama la atención el gesto que motiva esta editorial y nos hace pensar. El mes pasado, los senadores radicales agregaron el retrato del actual presidente Mauricio Macri al panteón de los presidentes radicales en la sala de reuniones de ese bloque en el Senado de la Nación. Un sonriente Macri ahora ocupa el espacio junto a los grandes líderes del partido como Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Arturo Illia y Raúl Alfonsín, entre otros.
Que Macri nunca fue ni es radical no se le escapa a nadie. Que ocupe un lugar junto a los líderes arriba mencionados parece ser un gesto de nostalgia por las épocas en las que la UCR podía ganar elecciones con candidatos propios, más que una identificación genuina con un proyecto de país que nació lejos de los comités partidarios y más lejos aún de la ideología del Peludo y don Raúl.
Con el justicialismo intervenido y en constante crisis, y el radicalismo disuelto en varias facciones, una nueva era política se inicia en Argentina, una era en la que los personalismos son más fuertes que las estructuras y banderas partidarias, y ya no se ganan elecciones apelando a la tradición familiar, sino diseñando inteligentes campañas publicitarias a través de las redes sociales.¤