Y otros enganchados para “chapar”
Las facturas del sábado por la mañana y el despertar de los gorriones presagiaban el momento de barrer el patio, instalar dos o tres lamparitas de colores detrás del bananero y otras tantas detrás de la yuca, colgar los parlantes (los bafles, les decíamos por entonces) en algún rincón estratégico, y asegurarse de que la púa del Winco estaba limpia y sana.
Comenzaba la década del 70 y no existía el auxilio satelital para los meteorólogos, así que uno levantaba la vista al cielo y rezaba para que el viento se lleve esos nubarrones grises hacia alguna otra parte; si llovía, había que mover los muebles del living y tratar de llevar la fiesta adentro.
A alguien se le ocurrió que esas fiestas caseras bailables deberían llamarse “asaltos”, y así quedó. Cuna de infinidad de esporádicos romances y hasta relaciones serias que terminaron en boda, el asalto no era muy diferente a las reuniones que hoy en día organizan los adolescentes por estos lados, aunque hay que decir que entonces era raro que se tomara alcohol o se consumieran drogas. ¿Sexo? No tanto; más bien una oportunidad para conocer chicos y chicas y así, en el mejor de los casos, empezar algo.
Si bien podríamos escribir libros enteros sobre los asaltos y sus peculiaridades, hoy nos queremos referir a ese disco “enganchado” imprescindible a la hora de bailar los lentos. Se llamaba El Jardín Imaginario, y por entonces no podíamos definir bien si estaba cantado en alemán, tagalo o parsi.
Dado que los pocos datos que retenía nuestra memoria no iban más allá del nombre del disco y algunos pasajes del tema, debimos iniciar un retro-research para encontrar que el nombre originar era “Le Jardin Imaginaire”, había sido editado en 1973 y lo cantaba en francés una rubia Christine Corda. A este sensual tema se le sumaban unos cuantos otros lentos en el compilado del DJ Pato C, muy famoso por esa época. La chica, casi en un susurro, cantaba:
“Tu vis ta vie comme un enfant raleur, tricheur, moqueur
Je te connais
Tu parlais de fantastique, magique, mystique, épiquenique. Je te connais…”
Tan pronto la púa del tocadiscos se apoyaba sobre los primeros surcos del disco, uno ya empezaba a palpitar la emoción del abrazo, los sosegados pasos en círculo, y, en el mejor de los casos, el beso que nos hacía soñar toda la noche. ¤