Símbolo de creación y mensajero divino
Para los guaraníes, hay una figura primigenia: el picaflor. Al mítico colibrí de los Himnos Sagrados lo llaman lanza-relámpagos. Es el mainumby, símbolo de la Creación.
Cuentan que revolotea alrededor del jeguaka (diadema) del Gran Padre, danzando sobre su coronilla. Mientras baila entre las plumas y las flores del adorno que ciñe la frente de Ñanderuguasu, liba el rocío y néctar primigenios de la germinación. Con ellos, sacia la sed y sustenta al Padre Primero. Sin descanso lo alimenta, dándole de beber en la propia boca. A la vez, en su constante aletear, refresca la frente del Creador.
Durante todo el transcurso de la Creación, el Colibrí cumplió con esas funciones y ahora se encuentra en la morada celestial, continuando su mítica labor.
El lanza-relámpagos es a la vez el mensajero de las hermosas palabras del Padre. Cuando viene volando hasta la tierra, se ve claramente el fulgor de sus relámpagos que no queman ni destruyen. Sus luces brillantes, como los rayos de Ñanderu Kuarahy, pero suaves, gratifican y transmiten sosiego. Vivifican, portan alegrías y las buenas intenciones del Gran Padre. Son benefactores, reflejos del pecho iluminado del Creador.
Al ser el mensajero celestial, por momentos su presencia se hace tan importante que, en algunos pasajes, se lo confunde con el propio Ñanderuguasu.
Ninguna de las aves es tan deslumbrante y está tan bien ajustada a la simbología como la pequeña mainumby, que bailotea frente a las flores en busca de néctar. Su figura, enternecedora y huidiza, sugiere una imagen de la vida que llega y, saltando de aquí a allá, se escapa como una estela fugaz.
Son tan enternecedoras sus llegadas y sus danzas que, hasta la actualidad, en el campo y en muchos de los pueblos del interior, celebran la llegada del colibrí, festejándolo como el portador de los mejores augurios. Sus vuelos alrededor de casas y jardines son interpretados como buena suerte, anuncio de gratas visitas o de noticias esperadas que darán alegrías. ¤