Escribimos esto durante el fin de semana de los clásicos de fútbol en la Argentina. Usted ya sabe cómo se exasperan los ánimos de uno y otro lado, no solo durante el partido, sino (y quizás, sobre todo) el día después, con las cargadas en la oficina o en la escuela. Claro que esta vez, a juzgar por los repetidos 0-0, nadie pudo cargar mucho a nadie.
En un artículo publicado en uno de los diarios de mayor circulación en el país, se preguntaban hace días por qué un River-Boca ya no despierta las pasiones de años atrás. La verdad, no tuvimos tiempo de leerlo, pero ahora que nos vamos a referir a los otros superclásicos que se viven en la Argentina, quizás de aquí surja alguna explicación.¿Hará hoy en día otros “clásicos” que enerven aun más más los ánimos de la gente?
Hoy más que nunca la sociedad está dividida entre dos tendencias: una despierta exaltadísimas pasiones entre sus fanáticos, quienes consideran a la tendencia opuesta y a aquellos que la representan como la causa de todas las miserias del país. La pasión en el fútbol no admite discusión seria ni un análisis objetivo; el fanatismo por los colores del club de cada uno no tiene sentido dialéctico, y en todo argumento futbolero la razón le abre paso a la más cruda emoción. Los de Boca dirán que la Bombonera es un templo del fútbol al que van a comulgar los fieles del mejor equipo del mundo; los de River retrucarán que se trata de una canchita enquistada en una zona en donde el aire huele feo y al que acuden los que gozan con el fútbol picapiedra. Los de Independiente les enrostrarán a sus rivales de Racing su eterna paternidad y las numerosas copas en sus vitrinas, y aquellos le hablarán de la mística académica y de una pasión que no necesita de triunfos. Algo similar ocurrirá entre leprosos y canallas en Rosario, pincharratas y lobos en La Plata, y Cuervos y Quemeros en Boedo o Parque Patricios.
Más allá del fútbol, Argentina ha vivido y está viviendo otros clásicos cuyos hinchas son tan fanáticos e irracionales como los del tablón. Al virulento enfrentamiento entre el gobierno kirchnerista y la oposición se lo denominó “la grieta”. En la mayoría de los casos nunca se trató de gente que simplemente pensaba diferente en cómo hacer de la Argentina nuevamente un gran país, próspero y justo, sino de barrabravas políticos que se odiaban mutuamente, y se insultaban en cada ocasión que se les presentaba. Se vivieron y se viven no solo agrias discusiones, sino también graves hechos de violencia y hasta muertes con final abierto. Hoy hay otra fuerza política en el poder, pero la grieta en la Argentina sigue tan abierta como hace seis meses atrás.
Unitarios y federales, radicales y conservadores, peronistas y gorilas… la geografía Argentina está marcada por varias grietas, y algunas parecen tan infranqueables como el Cañón del Colorado. Uno pensaba que ninguna grieta podría ser tan profunda como la que separa a los bandos antagónicos de los equipos de fútbol argentinos; pero la grieta política parece hoy fanatizar a los argentinos aún más que las banderas de sus equipos. Ya dijimos que la pasión futbolera no admite razones; que en los casos más exaltados el pensamiento inteligente, el respeto por el otro, la confraternidad desde la rivalidad han quedado de lado para darle paso al encono más primitivo y en muchos casos violento.
Ahora habrá que parar la pelota y mirar el panorama para hacer de los “clásicos” políticos y sociales un lugar desde donde cada uno trabaje desde su lado por el bienestar común. Después de todo, en estos clásicos todos jugamos en la misma cancha y por los mismos colores.¤