Seguido de "¡Sin pecado concebida!"
Cuando un gaucho desconocido en el pago llegaba a una casa de campo, detenía su caballo junto al palenque y, sin desmontar, exclamaba en voz alta: -¡Ave María Purísima!
Era la forma acostumbrada del saludo; los moradores, a quienes el ladrido de los perros -guardianes infaltables en los ranchos- había anunciado la proximidad de gente extraña, contestaban a su vez: -¡Sin pecado concebida!
Luego atendían al forastero; le daban los informes que pidiera y, si solicitaba permiso para “hacer noche” -quedarse a dormir- cosa que el criollo jamás negó, lo invitaban con un: -¡Bájese, nomás!
Entonces, y solo entonces, el viajero desmontaba; ya podía hacerlo, pues tenía la licencia, o sea el consentimiento de los patrones. Este permiso no era necesario para los amigos; sin embargo, ninguno, ni el visitante ni los dueños de casa, dejaban de usar la fórmula sacramental al encontrarse, esa misma fórmula que se oye frecuentemente aún en los pueblos del interior.
Compilado por Carlos Avilas del libro “Voces y Costumbres del Campo Argentino”, de Pedro Inchauspe, publicado en 1949. ¤