Habitualmente, los índices de pobreza e indigencia de cada país se manipulan de acuerdo a lo que favorece a los gobiernos de turno. Esto sucede tanto en los Estados Unidos como en la Argentina, Kazajstán, Samoa, Venezuela, Uganda o Letonia. En todo el mundo hacen lo mismo. Es una norma universal.
Los dirigentes, democráticos o no, modifican las estadísticas para esconder la verdadera cantidad de ciudadanos pobres e indigentes de los países que administran. ¿Los motivos? Son varios. Algunos simplemente abrigan la esperanza de ser reconocidos como progresistas y justos. Que redistribuyen la riqueza. Otros alteran los resultados para amortiguar protestas sociales o revoluciones.
Pero al fin de cuentas todos lo hacen por el motivo supremo de la política: lograr ser reelegidos o mantener el puesto, a fin de perpetuarse en el poder.
Nunca hay que olvidar que Henry Kissinger alguna vez afirmó que “el poder es el máximo afrodisíaco”. Y él sabía muy bien de lo que estaba hablando.
En la Argentina, el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censo) utiliza una “Canasta Básica Total” (CBT) que mide la línea de pobreza para una familia tipo. La CBT agrupa los consumos supuestamente mínimos que requiere una persona para alimentarse, movilizarse, tener algún tipo de diversión y a la vez cuidar de su salud. Por otro lado, existe la Canasta Básica Alimentaria (CBA) que únicamente cuantifica los consumos mínimos de calorías que necesita una persona adulta para sobrevivir. Es decir, para no morirse de hambre. Esta última es muy importante porque es la línea que delimita el nivel de indigencia del país.
De acuerdo al INDEC, una familia tipo (de cuatro integrantes) que gana unos $ 1.754 mensualmente no puede ser considerada pobre. Por su parte, el límite de la indigencia se ubica cerca de $640,4. De acuerdo a las cifras oficiales, menos del 10% de la población argentina es pobre y/o indigente.
De lo que nadie habla es sobre lo que sucede con la pobreza cotidiana, la que se percibe en la interacción social, la que no depende de cifras que arañan el nivel de mera subsistencia. Se trata de la pobreza subjetiva, la que mide el status de cada familia dentro de la sociedad. Una elegante forma de denominarla sería: la pobreza de percepción.
Aquí entramos en un terreno inédito. Por lo que sabemos, es un concepto totalmente nuevo. ¿Qué pasaría si se analizaran los parámetros de pobreza e indigencia de los países de acuerdo a los estereotipos que difunden las publicidades? Aquellas que muestran personajes, situaciones y escenarios ideales. Familias alegres, con todos sus integrantes bien vestidos, aseados y alimentados, que viven en casas modernas, bien equipadas y se trasladan en automóviles nuevos, confortables y relucientes, con perros hermosos y saludables.
Analizando el contexto internacional se puede percibir que las publicidades son demasiado parecidas en todo el mundo, con familias alegres y satisfechas viviendo en hogares de ensueño. Estas publicidades son tan, pero tan similares, que casi nunca se puede distinguir el país de origen. Muchas veces las señales de televisión internacionales aclaran que “esta promoción es válida únicamente para x país”. Recién ahí los espectadores pueden darse cuenta de qué nación se trata.
Pero ¿cuánto cuesta mantener una familia tipo según el “índice de pobreza- publicidad”? En el mundo, es difícil saberlo. Pero en la Argentina, cuesta bastante.
Analicemos un caso de este país: siendo extremadamente conservadores podemos calcular que una casa de “publicidad” (con jardín y perro), cuesta no menos de U$S 250.000. Como casi no existe el crédito hipotecario en Argentina, esos matrimonios ideales la tendrían que haber adquirido ahorrando. Una pareja joven, muy afortunada, quizás podría acumular mil dólares mensuales. Lo que se traduce en 250 meses o sea unos veinte años. El índice publicidad lo complica todo, puesto que esas parejas tienen hijos pequeños. En promedio, de unos doce años la niña y diez el varoncito. Como la feliz mamá y el papá proveedor son treintañeros es muy poco probable que hubieran empezado a ahorrar esa cantidad desde la adolescencia. ¿Entonces? La solución más común es que la casa de ensueño sea un regalo de los abuelos.
Solucionado ese inconveniente se presentan otros. ¿Cómo hacen esos esposos para mantener esas casas donde todo es moderno y perfecto: muebles, aparatos tecnológicos, paredes y auto? ¿Y cómo logran alimentarse con primeras marcas y vestirse con ropa de calidad?
Este cronista casualmente vive en una casa parecida a las de las publicidades, aunque no tan perfecta. Debe pintar algunas paredes, ser más ordenado y retapizar los sillones de cuero.
No obstante, sabe lo duro que es mantener una familia parecida. Aunque con un hijo crecidito (de 30 añitos y sin proyecto de dejar el nido) los ítems mínimos del índice publicidad son muy costosos. A saber: cable HD e Internet: $500 mensuales, dos smartphones y dos celulares comunes: $650, cuota de un tv smart $450 (los otros dos, por suerte, ya están pagados), alarma de la casa $190, seguros varios $250, servicios (luz, gas, teléfono, impuestos) $800 y en franco ascenso por el reacomodamiento de tarifas. Tampoco hay que olvidar el auto de cinco meses de antigüedad: seguro $800, garaje $800, peajes $350, garajes ocasionales $150, nafta $1200, patente $300. A eso hay que sumarle la comida y artículos de limpieza y tocador de primeras marcas (como las de las publicidades) que nunca salen menos de $4.000. Un par de salidas al cine, cena, café: $600.
Todos estos gastos mensuales suman unos $10.990 pesos (unos 2.500 dólares) y faltan mencionar infinidad de otros rubros, como los regalos (casi todos los meses algún familiar o conocido cumple años), medicina prepaga, remedios, ropa, zapatillas, vacaciones, reparaciones, cambio y compras de nuevos equipos tecnológicos, impuesto a las ganancias… Ah, y el perro. Lamentablemente Brandon murió hace tiempo, pero todos recuerdan que mantener a ese cariñoso e inolvidable compañero de la familia costaba un dineral.
Si en todos los países se confeccionaran índices de pobreza de acuerdo al índice-publicidad que acabamos de inventar, la pobreza del mundo arrojaría cifras escalofriantes.
La buena noticia es que, como todo el mundo sabe… el dinero no hace la felicidad. Y hay millones de familias felices, aunque no sean como las de las publicidades. ©