El ingenioso idalgo Don Quijote de la Mancha
Dejamos los pecados capitales y pasamos a otro tema. Nos vamos a adentrar en una de las más grandes obras de la literatura universal: “Don Quijote de la Mancha”
En esta época en que nos toca convivir con tantos malandras, corruptos, asesinos, violadores, etc., en todos los órdenes de nuestra sociedad, creemos qué bien le vendría a ésta que aparecieran una buena cantidad de Quijotes, Sansones, Elliot Necees y/o Hércules.
Vamos a ocuparnos del “Caballero de la Triste Figura.” La obra de Miguel de Cervantes Saavedra se divide en dos partes. La primera se publicó en Madrid en 1605 y fue editada por Juan de la Cuesta. En la posibilidad de que surgieran otros pecados, Don Quijote declaraba: “A pecados nuevos, penitencia nueva.” Y sobre alguno de los pecados capitales agregaba: “La codicia rompe el saco” y “Donde reina la envidia, no puede vivir la virtud, ni donde hay escasez la liberalidad.”
La obra de Cervantes debió ser conocida manuscrita en los medios literarios de la corte con anterioridad a su publicación, lo que dio lugar a una curiosa carta, injusta e implacable, de Lope de Vega, donde decía: “De poetas, muchos están en ciernes para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote.” Sin embargo este libro dedicado al duque de Béjar contó con seis ediciones en el mismo año, lo que demuestra su éxito inmediato.
Ahora bien, las dos partes de Don Quijote corresponden a dos épocas y a dos concepciones estéticas del escritor. En efecto, la primera parte nos muestra ciertas vacilaciones, y si bien es magistral, es asimismo desigual. En la primera salida del Quijote, se ha notado que en un momento se pierde la noción de su propia personalidad. Aunque en el “Yo sé quién soy” late toda la esencia del Quijote, aparece como entre sombras y dudas del autor.
La primera parte, se ha dicho, es la más plástica, con los molinos de viento, los rebaños de ovejas, el cuerpo muerto y los galeotes. Pero junto a esto penetra lo no Quijotesco, que se inicia con el episodio de la pastora Marcela, acentuado con lo de Cardenio, comenzando a desarrollar un extenso ciclo novelesco que se aparta cada vez más de Don Quijote. Más adelante, Dorotea se enlaza con Don Quijote por la ficción de la reina Micomicona, y Don Fernando, Luscinda y sobre todo el Cautivo, llevan sus acciones hasta casi el olvido de la esencia de la novela de “El Curioso Impertinente”, procedimiento que era común de la época y que culmina con la novela “El curioso Impertinente” Al lado de estos elementos novelísticos dentro de la novela se agregan una gran cantidad de refranes.
Circunscribiéndonos al libro primero, la mayoría de ellos son dichos de Sancho Panza como: “Señor una golondrina no hace verano”; luego por el personaje principal quien nos declara que “a quien se humilla, Dios lo ensalza”. Luego, dentro de los relatos que aparecen, uno dicho por la doncella Leoncia con respecto a la ligereza de Leonela en sus relaciones con Lotario: “El que da, da dos veces”, a lo que Camila contesta -también se suele decir- que “lo que cuesta poco, se estima menos” para agregar más adelante “el amor no tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea, que la ocasión.”
A todo esto el escritor aclara los pecados de las señoras que se hacen esclavas de sus mismas criadas, las obligan a encubrirles su deshonestidades y vilezas.
El Cautivo, al contar su vida, aconsejará en una sentencia breve: “Iglesia o mar o casa real”, con lo que quería decir que quien quisiera valer y ser rico, siga la Iglesia o navegue ejercitando el arte de la mercancía o entre a servir a los reyes en sus casas. Conforme a esto último declara “Más vale migaja de rey que merced de señor.”
Y por último “Que aunque la traición aplace, el traidor se aborrece”. Como se han considerado las obras caballerescas después de haber recorrido triunfalmente todas las cortes de Europa, tomaron carta de naturaleza en España y cuando su éxito declinaba, apareció esta obra (Don Quijote) que habría de dar con el traste aquella literatura falsa y enfermiza.
Señaló todos los defectos de aquellas crónicas fabulosas, se burló del intrincado laberinto de hechos inverosímiles y sobrenaturales. Cuando desaparece aquella afición surge la obra humana, social pensadora y filosófica y se comienza a estudiar el Don Quijote, cuyo autor había aprendido todo cuanto sabía, no en los libros ni por lo que leyó, sino por haberlo visto, por haberlo vivido.
Además, los refranes y aforismos que aparecen en esta obra constituyen una verdadera mina de ciencia y experiencia popular, como veremos.
Pero ahora, mientras ustedes, todos los que no la tienen, salen para corroborar todo lo dicho, a comprar un ejemplar del Don Quijote, en Castellano o japonés que son los dos idiomas que más se ajustan a las aventuras del manchego, les recordamos que “quien ha infierno, nula es retencio” Ø