La noticia fue dada por nuestro presidente Néstor Kirchner, quien informó que la desocupación aumentó hasta un 14.8 %, pero dijo saber que en agosto ya esos índices habían bajado. Mentira. Para tapar una cruda realidad, el presidente intenta explicar algo que no tiene ni siquiera corroborado.
También en el mismo discurso dijo que la economía había subido hasta un 9%, de esta manera intentó menospreciar a todos los economistas que hablaban de un amesetamiento. Otra mentira. La economía creció hasta el mes de junio; en julio, agosto y septiembre se estancó y hasta tuvo índices negativos; pero con la dialéctica que caracteriza a nuestro presidente, da la noticia como a él le parece mejor y desprestigia a los que prenden las primeras luces de alarma.
La Argentina, por esas cosas del momento internacional, la coyuntura y los efectos positivos de una devaluación mal hecha, tiene otra vez otra oportunidad única de subirse al tren del éxito, tren al que hace poco se han subido países como Chile, India o China. Pero con mentiras y equivocándonos en el diagnóstico, no es como vamos a aprovechar la oportunidad.
Hoy en día la Argentina, en base a un superavit fiscal record, tiene la posibilidad de pensar, proyectar e idear un plan a futuro que nos lleve al ansiado éxito o tiene la posibilidad de malgastar, regalar y usarlo políticamente para que nada cambie.
Acá tenemos dos opciones: una optimista y una pesimista; todo está en manos de nuestros gobernantes de turno y la pregunta es: ¿es Kirchner la persona indicada para llevar a cabo la versión optimista de nuestro futuro, o es todo lo contrario? Desgraciadamente y desde mi punto de vista, es todo lo contrario; tengo la mala costumbre de no creerle a los que me mienten.
Analicemos un poco la historia reciente. Durante el gobierno de Alfonsín, la meta primera era la consolidación de la democracia y el mejoramiento económico. A los tumbos y tropezando llegamos a la primer meta, la segunda no se pudo -o no se quiso- lograr. Una hiperinflación galopante terminó con el gobierno. Las empresas de servicios hacían agua por todos lados; el plan Megatel (para que la gente tuviera teléfonos) fue un fracaso; YPF era la única empresa petrolera del mundo que daba pérdidas; todos los veranos había cortes de luz; etc. Se llega al gobierno de Menem con prioridad única: la economía (entre los temas más importantes: parar la inflación) Se generó una sensación privatizadora; era necesario inyectar con fondos las empresas del estado; el país estaba quebrado y se privatizó todo -la mayoría mal- pero aunque contradictorio en la era de la privatización, el que volvió a fracasar fue el estado. Primero y fundamental por corrupto y segundo porque no se hicieron o se crearon mal los entes reguladores de las empresas privatizadas, quienes nunca hicieron cumplir las normas vigentes. Luego de los tristísimos gobiernos de De la Rúa y Duhalde llegamos a Kirchner.
En este gobierno hay como una vuelta de tuerca, un volver a lo estatal, volver a la obra pública. Nuestro país es un fiel exponente de la teoría del péndulo, nos vamos de un extremo a otro. O somos totalmente privatizadores o somos totalmente estatistas y entonces el círculo vicioso sigue. Hace 60 años que venimos haciendo lo mismo. Lo estatal 100%, en la Argentina por lo menos, no funciona, ¿por qué? Veamos, Ud. es Presidente en la Argentina y tiene YPF; pone de presidente de la empresa a un burócrata de su confianza, seguramente un político, y este político no tiene la menor idea de cómo hacer algo productivo. Lo único que le interesa son sus 10.000 dólares de sueldo por mes. Si la empresa gana o pierde realmente no le va a importar, sin agregar todas las pérdidas que le va a dar a la empresa por sus negociados. Ud. dirá: “entre los directores se puede poner gente que sepa del rubro”, pero tampoco eso pasa. Entre los directores seguramente irán cinco punteros políticos que ayudaron al presidente en las elecciones; algún sindicalista que nunca falta, y algún que otro ñoqui. Multipliquemos esto por todas las empresas que fueron del estado, dependencias nacionales, provinciales y municipales, y veremos cuánto se dañó el país y por qué este extremo también es malo.
La discusión no debería ser privatistas o estatales, la discusión es cómo hacer crecer al país con las partes, ambas necesarias, privatizadas que funcionen y presten su servicio, entes reguladores que verifiquen el fiel cumplimiento de los contratos y que las cosas funcionen y sean beneficiosas no sólo para los chupa sangre de siempre y los políticos corruptos. ¿O queremos crear otro elefante estatal grande y pesado, que no sirva para nada? Pero la mentira más grande de estos “estatistas” radica en que cuanto más estatal hay, más obra pública hay, más puestos de trabajo se pueden manejar a su antojo, más clientelismo político generamos. No es porque sean “patriotas”. Su ideal de estado es que más del 70 % de la población dependa del empleo público, lo que les asegura más votos, como en los feudos provinciales en donde (por ejemplo Santa Cruz, provincia del presidente) casi el 90 % de los empleos los provee el estado, o provincias como la de Rodríguez Saa, auténticos poderes hereditarios, donde tienen agarrado al votante con su salario estatal.
El estado empresario no sirve; en la obra pública -por lo menos en Argentina- sabemos que si se destinan mil millones de dólares para una obra, de ese total la mitad va a tener un destino desconocido, o como pasó con grandes obras energéticas (Chocón, Yaciretá, etc.) en el pasado. Puede terminar costando hasta cien veces más de lo que se presupuestó originalmente.
Entonces tratemos de no creernos más las falsas opciones que se nos brindan a diario; no creamos que la producción aumentó por un excelente plan de gobierno que incentiva la industria. La producción aumentó porque hoy Argentina no puede importar nada, porque hoy, para Argentina, todo vale el triple, no sólo los artículos de segunda necesidad, sino toda la tecnología necesaria para una industria de primer nivel. Mientras tanto, el argentino se tendrá que acostumbrar a usar todo de poca calidad, porque a la mayoría de nuestros empresarios no le gusta competir y por eso se la pasaron protestando contra la entrada de los importados. Son pocos los productores que buscan perfeccionarse y poder competir nacional e internacionalmente con sus productos. A la mayoría siempre le interesó el mercado cautivo, el que no tiene otra opción y se tiene que conformar con lo mediocre que le venden. Por eso en nuestro país hubo records de duración de autos con modelos históricos que se seguían vendiendo en el mercado al no tener competencia. Así teníamos al Renault 12, al Peugeot 504, al Fiat 600 y al Falcon, que permanecieron en el mercado por más de treinta años y excepto por los faros, no les cambiaban otra cosa y nos los vendían como el modelo nuevo.
Agradezcamos a nuestros políticos, cada vez más, por efectos económicos o de seguridad. Veremos más Fititos en las rutas argentinas, quizás volvamos a ENTel, SEGBA, YPF, Gas del Estado, y acordémonos que todos los juicios que generen estas decisiones tan patrióticas de nuestros queridos y cambiantes políticos, las pagará -seguramente- el gobierno que viene, o para ser sinceros, la pagarán ud., sus hijos y sus nietos. Hasta quizás sus tataranietos también. Ø