Acaso la personalidad del presidente Néstor Kirchner la podamos definir con dos frases que ahora me vienen a la cabeza: “Lo que es bueno para mí es bueno para todos” y “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”.
Cuando todavía las boletas de la elección para jefe de Gobierno porteño estaban tibias y el ballottage entre Mauricio Macri y Daniel Filmus era ya una realidad, desde el Gobierno salieron con los tapones de punta a decir: “…La mayoría de los porteños se equivocó el domingo último… la gente no tiene memoria”.
Este gobierno no tiene cura; su manera de hacer política nunca es la de propuestas y planes, sino ventilando los prontuarios - ciertos o falsos - de sus contrincantes, y lo hacen desde una tarima rodeada de un coro de chupamedias que lo adulan con sus aplausos estridentes. Así lo hizo, en la semana post ballottage, con Mauricio Macri, de quien se había olvidado en los últimos meses, dedicándose enfáticamente a denostar al actual jefe de Gobierno, Jorge Telerman.
Pero de esta iracundia presidencial se desprenden dos cosas para analizar. La primera es que Kirchner no le teme a las contradicciones. La acusación de “noventista” que le hace al macrismo es otra negación de su propia historia. ¿Setentistas contra noventistas? Pero ¿qué peronista, o militante cercano al peronismo, no fue noventista en la política argentina? Si ser noventista consiste en haber estado cerca o en adular a Carlos Menem, ni Kirchner puede salvarse de ese estigma, sobre todo en la época de la privatización de YPF que tantos “beneficios” le trajo, no sólo a Santa Cruz, sino a las propias arcas del hoy presidente. No hay que olvidarse también que muchos de sus actuales funcionarios fueron figuras importantes en la década en la que reinó Menem. La segunda es que nuestro presidente no tiene altura moral para criticar al pueblo por no tener memoria, proviniendo de un partido como el Justicialista, partido que en cualquier lugar del mundo civilizado hubiera desaparecido como opción política por los desastres que jalonan su historia, comenzando desde su creación por un militar golpista, pasando por la matanza de Ezeiza, la matanza ideológica entre la Triple A y Montoneros, el Rodrigazo, Isabelita, Menem, Duhalde y mucho más. Justamente esa desmemoria popular es la que ha beneficiado históricamente al partido justicialista e hizo acceder a Kirchner a la presidencia.
Siguiendo con el hilo del ballottage, digamos: “…para los amigos todo, para los enemigos la ley…”
La segunda vuelta fue un despropósito político. Si bien es un mandato constitucional, llegar al ballottage sonó más a que el Gobierno no sabe perder. La Constitución tiene que cumplirse, y sobre eso no deben quedar dudas. Pero la decisión política de quienes salieron segundos, Daniel Filmus y el propio Kirchner, pudo haber evitado el ballottage renunciando a él, aceptando que una aplastante mayoría social eligió en primera vuelta a otro jefe de Gobierno para la Capital.
Cuando les conviene, los políticos argentinos son de los más democráticos del mundo y defensores de la Constitución, y ante la pregunta si no habría sido mejor evitar el ballottage, dicen que “La letra de la Constitución debe cumplirse”.
Aníbal Ibarra y Domingo Cavallo no fueron a segunda vuelta en las elecciones capitalinas del año 2000; Ibarra aventajaba a Cavallo por 16 puntos, Macri a Filmus por 22 puntos. Cavallo, un “noventista” muy amigo de la familia Kirchner hasta que cayó en desgracia luego del gobierno de De la Rúa, aceptó el pronunciamiento de una clara mayoría social en la primera vuelta y renunció a participar del ballottage. La segunda vuelta se justifica, para algunos, cuando hay cierta paridad o equivalencia en los resultados de la primera. Para mí, salvo excepciones, la segunda vuelta es un gran negociado de la política. Miles de millones de pesos se mueven en cada elección; ¿se imaginan si en cada distrito pueden hacer dos, y una más para elegir presidente? ¿Saben a cuánto chanta, vivo criollo, ñoqui o puntero político se puede mantener con todo el dinero que se mueve en una elección?
Toda esta enmarañada ingeniería política que hay en la Argentina, en la cual parecería que hubiera alguna elección todas las semanas en algún lugar del país, es otro gran curro. Cuánto más limpio y honesto sería realizar una sola votación en la que se renovara presidente, gobernadores, intendentes y congreso.
Sería seguramente más útil pensar que en estas elecciones la mayoría social eligió, en lugar de hacer futurología y decir que la ciudadanía se equivocó. En todo caso, la gestión futura de quien fue elegido les indicará a los porteños y al país si se equivocaron o no. El problema para una persona poco abierta como nuestro presidente, es que la mayoría social prefirió a un candidato que expresa un mundo de ideas distinto del que se usó para gobernar los últimos cuatro años; y eso no lo puede aceptar.
Para el presidente y para muchos que ven la política como él, o se está con él o se es un enemigo. Lo peligroso es que en su mesianismo cree o quiere hacer creer que aquellos que lo siguen están a favor del país y los que no lo hacen son traidores a la patria.
Esta división de aguas que hacen algunos políticos por conveniencias personales no ha sido nunca redituable para el país, sino que lo ha dividido y atrasado por décadas. Si escuchamos a cada uno de los contendientes, todos tendrán razones supuestamente valederas para hacer creer al electorado que los contrarios son culpables de todo lo malo. Cuando todos sabemos a ciencia cierta que en Argentina todos los estratos sociales han sido culpables en mayor o en menor medida del estancamiento, y cuando digo todos, meto en la lista a políticos, empresarios, clero, fuerzas de seguridad, sindicatos, la Justicia y un pueblo no participativo e individualista como somos nosotros.
Por eso y parafraseando a Jesús con respecto a los que castigaban a María Magdalena, “El que esté libre de pecado que levante la primera piedra”. En la Argentina, todas las piedras se quedarían en el suelo. ®