Una voz inconfundible y melancólica
Leonel Edmundo Rivero era un joven soñador de historias que el tango tenía para contar. Poseía una voz singular adquirida por un registro bajo, una verdadera rareza cautivante en el género para un público acostumbrado a barítonos y tenores.
Rivero nació en la ciudad de Valentín Alsina, el 8 de junio de 1911. Desde temprana edad, su destino se entrelazó con las melodías del arrabal cuando la curiosidad por el tango despertó en su alma siendo un meticuloso disciplinado de su arte. Llegó a estudiar canto y guitarra clásica en el Conservatorio Nacional de música.
A la edad de dieciocho años, Rivero ya era un músico respetado, donde acompañado de su guitarra frecuentaba de un escenario a otro en bares y bodegones del arrabal porteño. Pero su camino hacia la fama no fue fácil, ya que su ascenso estuvo lleno de desafíos y sacrificios. Sin embargo, su determinación y pasión por su vocación artística lo llevaron a enfrentar cada desafío con valentía y determinación.
Fue en las radios y broadcastings de la época, donde comenzó a forjar su camino como cantor, acompañando a artistas de renombre y explorando los diversos géneros musicales que poblaban la escena de la época. Su voz, profunda y melódica, encontró su verdadero lugar; su estilo único e inconfundible lo catapultaron a la fama.
Su participación en las grandes orquestas
Con el coraje de un soldado, Rivero también cumplió con su deber en el Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, donde aprendió el valor de la camaradería. Su uniforme fue símbolo de patriotismo y honor, valores que lo acompañaría en innumerables ocasiones a lo largo de su carrera, recordándole siempre sus raíces y su compromiso con la patria.
Su ascenso en el mundo del tango fue meteórico, colaborando con algunas de las orquestas más importantes de la época y dejando una marca imborrable en cada escenario que pisaba. Hacia 1944 es convocado por el pianista Horacio Salgán para participar en su orquesta, en la que estuvo hasta 1947. De este período, no quedaron registros. Luego, Aníbal Troilo le propuso ingresar a su orquesta en reemplazo de Alberto Marino, y allí permaneció hasta 1950 interpretando temas inolvidables como “Sur”, “El último organito”, y “Cafetín de Buenos Aires.
Entre éxitos, el encuentro con Troilo “Pichuco” marcaría en su carrera un antes y un después. Juntos crearon una sinfonía de emociones, conquistando al público con su música y su pasión desbordante que marcaron un punto de inflexión en su carrera.
El cantante es un actor
En cada actuación y en cada encuentro con el público, Rivero dejaba una huella imborrable, recordándonos la grandeza y la belleza del tango argentino. A pesar de los obstáculos y las críticas, nunca abandonó su sueño de llevar el tango a lo más alto.
En las calles Independencia y Balcarce del barrio porteño de San Telmo, en mayo de 1969 inauguraba El Viejo Almacén, un local legendario que con el tiempo se convertiría en un epicentro del tango porteño y un santuario para los amantes del tango.
“Considero que entre un intérprete de tangos y un actor no existe ninguna diferencia. Cuando yo canto 'Amablemente' o 'Sur', por ejemplo, estoy diciendo de una manera especial la letra que escribió un autor. En ese sentido, entiendo que no hay diferencias entre un actor y un cantante. Yo, cuando interpreto me posesiono del tema y lo cuento, cantándolo”, declaró Edmundo Rivero en la Revista Siete Días.
Literatura y cine
Rivero incursionó en el arte de la escritura por medio de dos libros: “Una luz de almacén” y “Las voces, Gardel y el tango”. Fue compositor y autor de varios temas y algunos tangos a modo reo y lunfardo, entre ellos, “Malón de ausencia”, “Falsía”, “No, ni amor”, “El jubilado” y “A Buenos Aires”, entre otros. En el año 1953 comienza un despegue de giras por el interior e importantes presentaciones en radio y televisión. En el transcurso de 1959 actuó en Madrid y en 1965, integró una Embajada artística que recorrió Estados Unidos durante dos años. También visitó ciudades importantes de América Latina y en enero del mismo año viajó a Japón.
En su dilatada carrera artística participó en varias películas, entre ellas, “El Cielo en las Manos”, (Enrique de Thomas, 1950) y “Al compás de tu mentira” (1950), donde canta “No te engañes corazón”, de Rodolfo Sciammarella. También participó en “Pelota de Cuero” (Armando Bo, 1963) y “La diosa impura” (Armando Bo, 1964), “Buenos Aires, verano de 1912” (Oscar Kantor, 1966), y “Argentinísima II”, (de los directores Fernando Ayala y Héctor Olivera, 1973). Hacia 1965, fue elegido para interpretar las poesías de Jorge Luis Borges musicalizadas por Astor Piazzola y llevadas al disco titulado “El Tango”, con la participación del actor Luis Medina Castro.
Leonel Edmundo Rivero fue un cantor distinto con un sello muy particular y característico que predomina para quienes lo recuerda y admiran.
Falleció en Buenos Aires a la edad de 75 años el 18 de enero de 1986, después de permanecer internado a causa de una miocardiopatía.¤
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