Clásico, pero no el mejor...
La historia empezó con la victoria de River en el campeonato local y tuvo su continuidad en el cotejo de ida jugado en la Bombonera por la Semifinal de la Copa Libertadores. Boca empezó a descender escalones (de rendimiento y de resultados) en el Clausura luego de ese primer clásico y el papelón de los manotazos de Gallardo, Cascini, etc. puso aún más al rojo vivo el fanatismo de dos hinchadas que, ayudadas por los dueños de la televisión, el marketing y la publicidad, parecen contagiar de estupidez al resto de la población. Como si las únicas que existieran fueran estas dos hinchadas...triste la Globalización ¿no les parece, canallas, leprosos, académicos, cuervos, diablos, sabaleros, etc.?
Considerando que últimamente se ha generado debate y polémica en nuestro correo de lectores de El Suplemento sobre esta cuestión, primero le confieso: siendo simpatizante de Independiente, las copas que Bianchi acercó a las vitrinas xeneixes no me hacen demasiada gracia. Además que, instalado en Buenos Aires, uno tenía la sensación de asistir al final del liderazgo continental de Boca y el comienzo de un nuevo tiempo para River. Así parecía. Ciertamente, aquello que dicen respecto del fútbol “que siempre da revancha” se presentaba ideal para constatarlo viendo a sesentaiseismil personas en el Monumental festejando el pase a la final del equipo de Leo Astrada. Con el aditamento personal de verlo a Leo, vecino de mis pagos de Boulogne, concretar lo que muchos no han podido en años. Nada de eso sucedió. Porque el fútbol siempre guarda sorpresas. En apenas dos minutos, cambió un partido sensiblemente controlado por River. Un tiro de esquina con hinchas arrojando proyectiles (sólo había de River en el estadio), maniobra aprovechada por el Mellizo (manipulador y astuto), lesión de Rojas (y error de Astrada al hacer los tres cambios cuando no había nada definido todavía), la inexperiencia del pibe Sambueza que se hace echar y de pronto todo quedó al revés. La noche del Monumental dejó lecciones para técnicos, hinchas, dirigentes y periodistas.
Conviene también dejar en claro que estos dos equipos que vimos en esta edición mediocre (futbolísticamente) de la Copa, no le llegan ni a los talones a formaciones de otras temporadas. Sin calidad, sin volumen de juego, aburridos y chatos. Esto no hay fanático que lo pueda refutar. Una persona que viera estos partidos sin la expectativa que le agregamos los argentinos se habría aburrido muchísimo. Creo que la única razón por la que se acordarán de esta historia es por el peso emocional que un superclásico jugado en estas condiciones concita. Nada más.
Entonces repaso lo que vi desde mi imparcialidad natural. La oportunidad era para River. Se señaló en algún momento, en algún lugar del debate, que Bianchi se escondía en los clásicos. Menos mal que el hombre, por lo menos él, mantuvo la calma (¿escondido?) durante el papelón de trompadas en la Bombonera ya que casi nadie lo hizo esa noche. Ya lo había reconocido el propio Bielsa (hace un tiempo) cuando destacó (de Bianchi) la importancia de que alguien mantenga equilibrio en los momentos de mayor tensión de los partidos. Aspecto que él se proponía corregir para su labor en la Selección. Asimismo, la televisión no pudo mostrar festejos de Bianchi tras los penales del último partido. ¿Bianchi se habrá escondido ahí también?
A River le faltan Copas Libertadores en sus vitrinas y eso es una responsabilidad de los dirigentes que se dedicaron a vender cracks, posicionar representantes y no se propusieron seriamente mantener o encontrar un equipo técnico a la medida de los desafíos internacionales que una institución enorme como lo es River Plate debe asumir. A Boca le faltaba coherencia y un liderazgo de gran envergadura, cualidad que Macri carece, por sus propias limitaciones naturales. Desde julio de 1998, la institución encontró con Carlos Bianchi la horma de su zapato, convirtiendo al Virrey, a partir de esa sociedad, en el Director Técnico más exitoso de la Historia del Fútbol Argentino. Como un simpatizante más del Rey de Copas (que en una época supimos alcanzar) le propino mi más sincera envidia. De la buena, obviamente. Ø