Antes de comenzar con la ira (del latín ira) les recordaré uno de los más remedios más eficaces contra la envidia, a la que nos dedicamos en la nota anterior. Este remedio es usado en muchos hogares y consiste en tener en los jardines, plantas de ruda (macho y hembra). Las plantitas, además de rechazar las ondas maléficas de la envidia, tienen virtudes medicinales. Un té de sus hojas es recomendado para los nervios y el histerismo. Los pintores antiguos usaban en sus ensaladas hojitas de ruda y decían que fortificaba la vista.
Y ahora pasamos a la ira. La ira es una acción o movimiento desordenado del alma que nos impulsa a rechazar con violencia lo que nos desagrada. Generalmente la ira nace de la soberbia o del apego obstinado a las propias ideas. Nos induce a blasfemar el nombre de Dios, a injuriar al prójimo, a herirle y hasta darle muerte.
La virtud que se opone a la ira es la dulzura o mansedumbre, que nos permite tolerar pacientemente lo que nos contraría. Remediaremos la ira si nos acostumbramos a callar y no hacer nada cuando nos sentimos vivamente excitados.
A diferencia de otros pecados capitales, que lo son siempre, en la ira encontramos una “santa y legítima” y es la que tiene por objeto oponerse al mal. Por ejemplo, la que movió a Jesucristo al entrar al templo, a sacar a latigazos a los mercaderes que tomaban ese lugar destinado al recogimiento y a la meditación, como recinto para vender sus mercaderías.
En el mismo sentido establece un refrán: “A ira de Dios no hay casa fuerte”. Con lo que se da a entender que al poder de Dios no hay casa que se resista. Por ejemplo, la destrucción de Sodoma y Gomorra.
También es legítima la reacción de un padre o una madre contra sus hijos rebeldes, para corregirlos y encaminarlos al bien.
En los proverbios de Salomón “el hombre iracundo promueve contiendas, mas el que tarde en airarse apacigua la rencilla” “La ira del Rey es mensajera de muerte; mas el hombre sabio la evitará” “Pesada es la piedra y la arena pesa; mas la ira del necio es más pesada que ambas”. “Como rugido de cachorro de león es la ira del Rey, y su favor como el rocío sobre la hierba”. Y es justamente el león, el símbolo de la ira.
Por último: “El que pasando se deja llevar de la ira en pleito ajeno; es como el que toma al perro por las orejas; como el que enloquece y echa llamas y saetas y muerte”.
“Las emanaciones de la ira -nos dice Concepción Arenal en Cartas a un obrero y Cartas a un señor- como el humo de la pólvora, no permite ver claro a los combatientes.”
Marco Aurelio, en Meditaciones, nos aconseja: “Piensa cuánto más dolorosas son las consecuencias de tu ira, que las acciones que le han originado”.
Emerson opina que “El hombre debería aprender a mantenerse ecuánime. Con el fuego de la ira, a sus inferiores los hace superiores a sí mismo”. Horacio, en sus “Epístolas”, afirma que “la ira es como una locura breve”. Para Víctor Hugo, en W. Shakespeare, la ira y la ternura son los dos aspectos de una misma facultad dirigida ora a uno, ora al otro lado de la dolorosa esclavitud humana, y aquellos que son capaces de cólera (del griego jolera, de jolée=bilis) son también capaces de amar”
Ovidio, en “Amores”, establece: “No os entreguéis por demasiado tiempo a la ira, una ira prolongada engendra el odio”. Para Séneca “el mejor remedio de la ira es el aplazar” y por último N. Tommaseo considera que “la ira oscurece la mente, pero hace transparente el corazón”. Existe un refrán que expresa “cada hormiga tiene su ira” o sea nos da a entender que no hay enemigo pequeño.
Otro nos dice que “De ira del Señor y alboroto de pueblo te libere Dios” porque son temibles el enojo y la violencia de los poderosos o el de una conmoción popular. También encontramos “Ira de enamorados, amores doblados” y “Amores reñidos son bien reñidos” que denota que las riñas entre los que verdaderamente se aman, las acrecienta el amor.
“Ira de hermanos -afirma otro- ira de diablos”, porque son mucho peores los efectos de la ira cuando es entre personas que por el parentesco u otros motivos deben tener más unión y amistad.
“Yo te castigaría, si no estuviese lleno de ira”, con lo cual se aconseja moderación antes de imponer algún castigo, definitivamente. Dice otro refrán: “La ira es mala consejera”. Todavía tenemos lo que nos aconseja Cervantes en el “Don Quijote” al decirnos “Cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija”. En Persiles y Segismundo afirma “Nunca la cólera prometió buen fin de sus ímpetus, ella es pasión de ánimo y el apasionado pocas veces acierta en lo que emprende”
En “Apuntes e Ideas, Pensando”, Amado Nervo considera que “los coléricos tienen su alma en manos de los otros. No importa quién puede agitarlos, atormentarlos, enloquecerlos”.
Jean Rostand en “Le Mariage” nos previene “No tratéis de hacer psicología mientras estéis encolerizados: ¡Veríais demasiado exacto!
Virgilio opina que “Es vana la ira sin poder”.
Y nuevamente N. Tommaseo en “Pensieri Morali” asegura que “no siempre el que se encoleriza está equivocado; el perverso no se encoleriza jamás”
Y mientras ustedes se arrebatan y salen a matar las hormigas que les están deshojando los rosales de vuestros jardines, recordad: “Iram qui vincit, hostem superat maximum” Ø