Los mates ya son más de sesenta y los hay para todos los gustos. Profundo conocedor y amante de la más auténtica de las bebidas argentinas, Rubén nos presenta algunos. Está el mate galleta y el mate porongo, con la típica forma de la calabacita curada; mates de plata labrada, mates forrados con la piel de los testículos de un toro (¡auch!) o con cuero de vaca. Uno con pata de pavo y otro con pezuña de oveja. Están los brasileros (lo llaman “cimarrón”, nos aclara), los uruguayos y los paraguayos (para tomar tereré).
Hay una cantidad similar de bombillas: de plata, de oro, minimalistas, ¿rococó?
Sí, más de cien. Entre tantas, se destaca una serie de Nobleza Gaucha con ilustraciones de Florencio Molina Campos.
Rubén empezó su colección casi sin darse cuenta, ya viviendo en los Estados Unidos, a donde llegó en el '86. Vivió una infancia de campo en Entre Ríos. Luego, tras estudiar unos años en La Plata, pasó ocho en Posadas. Allí, parte de su trabajo consistía en internarse en la selva misionera a fuerza de machete y motosierra. A veces, el grupo avanzaba 300 metros por día. Dormía en gallineros abandonados o a la intemperie, entre las víboras y los cutetos (un pequeño jabalí salvaje de la región). Sus manos, fuertes y curtidas por el trabajo, son el mejor testimonio.
Hace ya muchos años que trabaja por su cuenta en la construcción, y ahora también se dedica a diseñar y fabricar muebles de estilo rústico.
Por si le faltara colorido, este entrerriano conoce la historia de su patria chica y sabe contar, con precisos detalles, anécdotas de Justo José de Urquiza o los Panzasverdes del caudillo Pancho Ramírez.
Casi sin pensarlo y por puro amor a lo suyo, Rubén Reynoso ha creado un museo que pondría orgulloso a cualquier argentino. Otra vuelta de amargos, aparcero. Ø