La grave crisis sanitaria actual es una consecuencia lógica de la crisis política
El 25 de febrero pasado, en una entrevista en la cadena de entretenimientos Fox News, la ex vocera del Comité del Partido Republicano, Kayleigh McEnany, mientras adulaba al presidente Donald Trump por su “capacidad de liderazgo”, declaraba que “No veremos pandemias como el coronavirus establecerse aquí, no veremos terrorismo, y ¿no es eso refrescante cuando se lo contrasta con la espantosa presidencia de Obama”?
Desde que McEnany, una joven rubia de pelo lacio muy al estilo Fox News, lanzó esa declaración, los Estados Unidos sumaron casi 700 mil casos de coronavirus para convertirse en el país más afectado a nivel mundial.
En círculos políticos, tremendo blunder y miopía se paga con la oscuridad. Pero no en Trumplandia; hace un par de semanas el presidente la nombró secretaria de Prensa de la Casa Blanca. Así es, la chica que aseguró en febrero que el coronavirus no entraría al país es hoy quien debería hablar con la prensa sobre los desastres que el virus está causando entre nuestra población. Y digo debería, porque el presidente Donald Trump, en plena campaña política, es quien en lugar de dedicarse a gestionar sale todos los días a protagonizar su show mediático, con mensajes cargados de inexactitudes, cuando no planas mentiras, y con ataques a sus opositores incluidos.
We are number one
Al momento de redactar esta nota, el número de infectados de coronavirus en Estados Unidos se acercaba al millón (¡cerca de un tercio de los casos en todo el mundo!) con más de 56 mil muertos. Para tomar verdadera dimensión de la catástrofe sanitaria que está viviendo nuestro país, se podría agregar que tenemos hasta 5 veces más casos de muertes por millón que cualquiera de los países de nuestro continente, y más casos en total que España, Italia, Francia y Alemania juntos, que son los países que nos siguen en la lista y que, a pesar de que todos tienen una población considerablemente menor, debieron enfrentar los primeros casos de contagio mucho antes que nosotros.
“El país está gobernado por la administración más pusilánime que se tenga memoria, por lo tanto, tales números son una consecuencia natural de la falta de idoneidad del presidente Donald Trump para enfrentar una crisis de tal magnitud”
Pero esto no debería sorprendernos; el país está gobernado por la administración más pusilánime que se tenga memoria, por lo tanto, tales números son una consecuencia natural de la falta de idoneidad del presidente Trump para enfrentar una crisis de tal magnitud. En tiempos en que se necesita visión y templanza, unidad y calma, el presidente demuestra estar sobrepasado por la realidad que nos toca vivir y cual adolescente malcriado no para de mentirle al pueblo y lanzar mensajes inflamatorios hacia todos los sectores, no solo hacia sus opositores. Siempre, como le cabe a un líder de su embestidura, por Twitter, por supuesto.
Haría falta una revista entera para enumerar las torpezas, bufonerías, y errores cometidos desde el comienzo de la pandemia hasta ahora. El último, cuando el presidente sugirió investigar si inyectarse productos desinfectantes “casi como una limpieza” interna podría ser una cura para combatir el virus, dio la vuelta al mundo, provocó que desde el departamento de toxicología de Harvard y distintas asociaciones médicas hasta los fabricantes de desinfectantes para el hogar tuvieran que salir a pedirle a la población no ingerir productos de limpieza bajo ninguna circunstancia y de ninguna forma. La sugerencia de Trump dejó perpleja a la Dra. Deborah Birx, la coordinadora en la lucha contra el coronavirus, que se encontraba sentada a un costado. Las caras de la pobre mujer mientras escuchaba las divagaciones del presidente son impagables.
Los sueños de un dictador bananero
En uno de sus tantos delirantes discursos de los últimos días, Trump afirmaba que los estados “no pueden hacer nada sin la aprobación del presidente de los Estados Unidos”. Y no satisfecho con semejante demostración de ignorancia y pedantería, continuó: “Cuando uno es el presidente de los Estados Unidos su autoridad es total, y así tiene que ser. Total. Y los gobernadores lo saben”. El estado soy yo, le faltó decir, aunque obviamente lo pensó. George Washington y el resto de los padres fundadores de nuestra nación aún se revuelcan en sus tumbas.
Semejante afirmación no solo le valió el repudio de sus opositores, sino también de varios líderes del Partido Republicano, como el senador por el estado de Florida Marco Rubio, quien expresó que “los lineamientos federales tiene mucha influencia, pero la Constitución y el sentido común dictan que esas decisiones deben tomarse a nivel estatal. Cómo y cuándo modificar las órdenes de distanciamiento social deber ser y serán hechas por los gobernadores”.
“Un país en crisis necesita un liderazgo político sensato y capaz; Trump ofrece enajenación, ignorancia, ineptitud y belicismo”
Por su parte, el funcionario del Departamento de Justicia de la administración de George W. Bush, John Yoo, afirmó que “El gobierno federal no tiene ese poder”. Actualmente profesor de derecho en la Universidad de California en Berkeley, Yoo agregó que “Los limitados poderes que la Constitución le otorga al gobierno nacional no incluyen el derecho a regular la salud pública ni todos los asuntos del país”.
Tal vez desahuciado por no poder concretar sus sueños de dictador bananero, o sabiamente aconsejado por algún asesor de esos que tienen que salir corriendo a apagar los incendios que constantemente enciende su jefe, al otro día, como si nada, salió a declarar en conferencia de prensa que “autorizará a cada gobernador de cada estado a implementar la reapertura de sus estados al tiempo y de la manera que crean más apropiada”.
Un país en crisis necesita un liderazgo político sensato y capaz; Trump ofrece enajenación, inestabilidad y belicismo. Hoy estamos muy lejos de Alemania, Corea del Sur, o Nueva Zelanda, y muy cerca de Brasil y Venezuela. Y esto no es una coincidencia.
Un golpe “de estados”
Los ciudadanos de un país normal y civilizado hubiesen esperado que su presidente, en las horas más críticas de la pandemia y después de haber causado semejante papelón, se entregue de lleno a pacificar las aguas y dedicarse a la gestión, analizando en qué fracasó tan rotundamente como para llevar al país a la triste vanguardia en la que hoy nos encontramos. Sin embargo, horas después demostró tener el tiempo, si no las neuronas, para lanzar una nueva serie de tuits que dejaron boquiabiertos a más de uno de su propia tropa, cuando instó a la gente a “¡Liberar Minnesota!”, “¡Liberar Michigan!”, y “¡Liberar Virginia!”. Qué casualidad, los tres estados están liderados por gobernadores opositores, aunque no son los únicos que usando el sentido común están manejando los ritmos de la reapertura económica y social de acuerdo a las cifras de infectados y las recomendaciones de la comunidad científica. Otro intento desesperado por encontrar culpables de sus propias falencias en los demás. Nada nuevo.
Tal llamado a la rebelión por parte de un dictador latinoamericano hubiese sido catalogado de golpista por parte de nuestra clase política; sin embargo, sus servidores más cercanos, incluyendo al vicepresidente Mike Pence, hicieron malabarismos dialécticos para justificarlo.
Varios gobernadores, sin embargo, salieron a poner algo de racionabilidad ante tanto disparate inflamatorio. Larry Hogan, gobernador republicano de Maryland, fue quien mejor explicó la situación: “Las mismas normas establecidas por el plan del presidente dicen que no puedes comenzar a reabrir el estado hasta que muestres un declive de los números de infectados por 14 días, algo que ni esos estados ni el mío aún tienen. Por eso, agitar a la gente para que salga a protestar por el plan que tú mismo has recomendado… no tiene sentido”.
El gobernador del estado de Washington, Jay Inslee, por su parte, se mostró tan perturbado como millones de estadounidenses ante el llamado a la rebelión del presidente Trump. “Tener un presidente estadounidense que llame a la gente a violar la ley…”, titubeó Inslee, incrédulo, “no recuerdo nunca algo parecido en este país. Es peligroso porque puede inspirar a la gente a ignorar cosas que en realidad podrían salvarle la vida”.
Y, en efecto, cientos de personas acudieron a su pedido de “liberar” estados o municipios. En muchos casos, en particular el de las protestas en Michigan, lideradas por un grupo de ultraderecha que responde a la secretaria de Educación de la Nación Betsie DeVos, varios de los activistas se congregaron portando armas de guerra, vociferando consignas a favor del presidente Trump, exhibiendo un par de las infaltables banderitas de la Confederación y claro, sin guardar la distancia social recomendada por aquellos comunistas opresores llamados... científicos. Es de esperar que de entre ese grupo de “patriotas” salgan los próximos casos de contagios que abarrotarán los hospitales públicos de ese sistema que dicen repudiar.
La mentira como forma de comunicación
El pasado 16 de abril, al tiempo que los medios de comunicación, los Centers for Disease Control and Prevention (CDC), y todos las publicaciones científicas reportaban que los casos de infectados y muertos se incrementaban vertiginosamente, el presidente Trump declaraba frente a las cámaras que “Estamos en proceso de ganar y experimentaremos menos muertes que en las proyecciones más optimistas”, agregando que “Los Estados Unidos han logrado una tasa de mortalidad más baja que cualquier otro lugar, y estamos en condiciones de dar el próximo paso. Vamos a reabrir el país”. O el presidente mentía abiertamente en la cara de los estadounidenses, o la situación había cambiado y pocos nos habíamos dado cuenta. ¿Menor tasa de mortalidad? ¿Era posible que los casos estuvieran disminuyendo? Para comprobarlo, acudí a la página de CDC, y estos son los números oficiales publicados: el 12 de abril había 554,849; el 13 de abril 579,005; y el 14 había 605,390. Es decir, los casos se sumaban de a miles cada día. Y lo siguen haciendo. Y sí, una vez más, el presidente mentía a cara de piedra. ¿A alguien le resultó extraño?
“No quedan dudas de que el distanciamiento social está causando graves perjuicios a la economía del país y hasta a nuestro estado emocional, pero está demostrado que es el método más eficiente para salvar vidas”
No quedan dudas de que el distanciamiento social está causando graves perjuicios a la economía del país y hasta a nuestro estado emocional, pero está demostrado que es el método más eficiente para salvar vidas. No nos gusta aislarnos, no poder ir al cine, a un estadio deportivo, a un café o al gimnasio. Pero, en medio de esta hecatombe, ¿es razonable reabrir negocios y exponernos a una nueva ola de contagios aún mayor?
Las encuestas nacionales han encontrado que la mayoría de los estadounidenses no coinciden con los que protestan las medidas de distanciamiento social. La encuesta del Pew Research Center, por ejemplo, mostró que el 66% de los ciudadanos del país están preocupados por que se levanten las restricciones demasiado rápido, contra un 32% que expresaron preocupación por que no se levanten lo suficientemente rápido. Todas las demás encuestas que analizamos muestran datos similares. Otra vez, un pueblo que se pone muy por encima de la incapacidad de sus gobernantes.
Lo cierto es que en nuestra zona, los gobernadores de California, Oregon y Washington coordinarán sus estrategias para salir del distanciamiento social. Es probable que para el próximo mes no hayamos experimentado notables cambios, pero sí esperamos que la curva de contagios haya disminuido lo suficiente como para comenzar a aliviar las restricciones. Por estos lados vamos a escuchar a la comunidad científica, a aprender de la experiencia de otros países, a coordinar acciones entre gente responsable y pensante.
De última, y a pesar de los disparatados desmanejos oficiales que nos ha tocado sufrir, celebraremos estar vivos y sanos, y comenzaremos a dar los primeros pasos concretos hacia un futuro que se presenta por demás complicado.¤