El tema de la deuda que tiene el estado argentino, que hoy no puede definirse como “externa” ya que consiste de una mezcla de títulos en dólares y pesos, y cuyos tenedores son extranjeros pero también muchos argentinos, ha vuelto una vez más a convertirse en un tema central de la política argentina. Con tal de no inflamar pasiones, tanto el gobierno de Alberto Fernández como la prensa argentina hablan del tema sin ofrecer la información completa, con el resultado de que no se entiende lo que está pasando. Este artículo tiene como objetivo aclarar el panorama.
En primer lugar, hay que saber que vivimos en una época en que hay mucho más dinero en los bancos y otras instituciones financieras del mundo de lo que se puede prestar de manera prudente a los inversores privados, gobiernos, y otros demandantes de crédito. Es decir, si se siguen los recaudos normales para asegurar la devolución de los préstamos, mucho dinero quedaría sin prestar. Este contexto explica por qué se le prestó tanto al gobierno de Mauricio Macri, a un gobierno argentino que a pesar de las prometedoras palabras de ese momento venía de un default que había durado varios años, y que se había resuelto de manera insatisfactoria para los acreedores. Porque, recordemos, la quita que se acordó en el 2005 fue muy grande, y solo fue aceptada por una mayoría de acreedores para poder obtener algo por sus títulos luego de años de total incumplimiento.
El gobierno de Macri necesitaba dinero para cumplir con las aumentadas obligaciones que heredó de un gobierno intervencionista, y un sector del mercado financiero arriesgó mucho al prestarle a un gobierno que había ganado las elecciones por poco, y no tenía el poder político para hacer las reformas que podían haber mejorado su situación financiera.
El nuevo viejo modelo argentino
El plan del presidente Alberto Fernández siempre fue conseguir alguna quita en sus obligaciones. Llegó al poder al frente de una alianza que tiene al gobierno de Néstor Kirchner y su manejo de la deuda en el 2005 como modelo. Pero la situación hoy es muy distinta a la de entonces. Existe la sensación entre los acreedores privados de que si el gobierno argentino consigue una quita, va a solicitar una nueva cada vez que se mete en problemas financieros. Además, el actual gobierno no genera mucha simpatía ni interés inversor. En primer lugar, no se entiende por qué casi todos los países del mundo cumplen con sus obligaciones y el gobierno argentino amenaza con no hacerlo. Tampoco ayuda que Fernández está rodeado de economistas como Martín Guzmán, que no recomiendan una importante disminución en el rol del Estado en la economía argentina como parte de la solución. Cuando hablan de “la falta de un plan” los acreedores se refieren a un plan en esa dirección. Hay consenso de que para mejorar la situación financiera es necesario que la economía argentina vuelva a crecer, pero fuera de la Argentina son muy pocos los que le tienen confianza a un gobierno que por razones políticas evita un ajuste en el Estado y no está dispuesto a anunciar serias reformas impositivas y laborales. En ese sentido, la crisis con la deuda actual es parecida a la vivida durante el gobierno de Raúl Alfonsín.
El costo se paga sea como sea
Cuando esta nota se escribe a mediados de febrero, la poca colaboración de los tenedores de bonos ha quedado en evidencia. Es un golpe duro para el gobierno, pero si algo ha aprendido de las anteriores reestructuraciones de deuda, es que si un default interrumpe la relación con los acreedores, el costo se termina pagando de diversas maneras, principalmente con una tasa de interés mucho más alta que la que pagan otros países, y mucha dificultad para atraer inversores privados a las distintas áreas de la economía argentina que necesitan capital.
Es por eso que el gobierno se resiste a seguir el camino del 2001, y sigue tratando de negociar con el Fondo Monetario Internacional y los acreedores privados. Algo se sabe. Esta tensa situación no puede durar mucho tiempo más. Los distintos actores económicos argentinos están pidiendo a gritos un desenlace en el tema de la deuda antes de animarse a tomar el tipo de decisiones que pueden favorecer a la economía argentina. Mientras tanto, el país sigue estancado. ¤