Los gauchos aparecen en la historia argentina durante las Invasiones Inglesas.
Pero la historia oficial (especialmente la que se enseña en las escuelas) no explica mucho y silencia demasiados episodios épicos protagonizados por los gauchos.
Y en efecto, en la Invasión Inglesa de junio de 1806 de la que se van a cumplir 200 años, fueron gauchos los que con más empeño que organización disciplinaria intentaron oponer con los medios de pobres paisanos a los aguerridos batallones de los ingleses.
Uno de los hechos más meritorios de estos centauros fue la batalla naval ganada con su caballería.
Después de desembarcar, las fuerzas patriotas provenientes del Uruguay (Banda Oriental del Río de la Plata) comandadas por el capitán de navío Don Santiago de Liniers (1753- 1810 ) el 4 de agosto en Las Conchas (hoy puerto de Tigre), toman primero el baluarte inglés del Retiro durante la madrugada del 11 de agosto.
Al anochecer, las fuerzas patriotas se desplazan silenciosamente hacia el centro de Buenos Aires. En el avance se van incorporando hombres y niños deseosos de combatir con ellos. Los cañones son arrastrados por cuadrillas de muchachos, lo que permitió a Liniers alcanzar su objetivo en la madrugada del 12 de agosto. En esa madrugada, las iglesias y casas estaban llenas de gente que esperaban a Liniers para cooperar en el alzamiento general.
La última resistencia a los ingleses se hizo a las 11 de la mañana en la Plaza del Mercado en donde el poderoso Regimiento escocés Nº71 se formó con cañones en cada flanco y uno en el centro. El Regimiento 71 tiene que retroceder como estrategia, pero nada puede hacer más adelante. La noche anterior había llovido copiosamente soplando luego un violento viento del oeste que corrió hacia adentro al Río de la Plata.
Desde balcones, azoteas y campanarios se hace fuego de fusilería a las tropas inglesas. Ya Liniers se ha instalado con sus lugartenientes en el atrio de la iglesia de La Merced y pierde el control de las operaciones porque sus soldados mezclados con el pueblo no escuchan a sus oficiales y se lanzan en el solo impulso de aniquilar al invasor.
Al pie del arco central de La Recova, William Carr Beresford, pálido y flemático con su espada desenvainada rodeado de los escoceses del 71, comprende que no se puede seguir y ordena entonces la retirada hacia El Fuerte y ordena también izar la bandera de parlamento. Las fuerzas patriotas y el pueblo llegan como un aluvión a los fosos de la fortaleza y dispuestos a continuar la lucha y exterminar a cuchillo a los británicos.
Arriba entonces Hilarión de la Quintana, enviado por Liniers, a negociar la rendición que debía ser incondicional. La muchedumbre enardecida es a duras penas contenida.
Se exige a gritos que Beresford arroje la espada. Uno de sus capitanes lanza la suya, pero no conforma y Beresford tiene que aceptar también que una bandera española sea enarbolada sobre la cima del baluarte. A las tres de la tarde el pequeño ejército inglés, reducido a un número de menos de mil mosquetes (en las playas de Quilmes habían desembarcado 1635) marcha hacia el Cabildo en la Plaza Mayor entre dos filas de milicianos criollos, donde rinden sus banderas y estrellan sus armas contra el suelo.
En esos mismos momentos, por los arrabales septentrionales de la ciudad, entraba un gallardo y joven jinete con el pingo al galope tendido. Por su poncho colorado, mostraba que era un gaucho salteño. Era el alférez Martín Miguel De Güemes (1785 – 1821). El gaucho Güemes venía con sus 21 años galopando desde La Candelaria (395 Km. de Buenos Aires) Traía un despacho del virrey Sobremonte. Al presentarse ante el héroe de la Reconquista de quien era edecán, apenas pudo tomar un respiro. Una nueva y oficial misión le espera. En efecto, por el Río de la Plata ocurrían hechos extraordinarios en ese famoso 12 de agosto. Los pocos barcos pequeños que les habían quedado a los británicos, se acercaron al Retiro para disparar sus cañones sobre ese punto y sobre todo el bajo y desde allí al Fuerte.
En las primeras horas de la tarde, las fuerzas criollas colocaron una batería de dos piezas de 18 libras, que pusieron fuera de combate a un pequeño barco inglés y a la sumaca La Belén, barco español que el Almirante Sir Riggs Popham (1762 – 1820 ) había capturado en el Riachuelo.
El Justina, un buque mercante artillado con 26 piezas y tripulado con más de 100 soldados, oficiales y marineros, cuyo palo mesana había sido tronchado de un cañonazo el día anterior, había estado disparando casi toda la tarde sobre las fuerzas de La Reconquista, no sólo por la ribera y La Alameda (hoy avenida Leandro N. Alem), sino también a las diferentes calles que los patriotas ocupaban expuestas a su fuego.
Desconociendo los secretos de la navegación en el Río de La Plata, quedó varado por una súbita bajante a menos de 400 metros de las barrancas de la Plaza de Toros en el Retiro (hoy plaza San Martín), lo que fue advertido por los centinelas de la batería Abascal emplazada en las cercanías donde actualmente se halla el monumento al General San Martín.
Sabedor Liniers de lo ocurrido, le dice a Güemes “Ud. que siempre va bien montado, galope por la orilla de La Alameda que ha de encontrar a Juan Martín de Pueyrredón acampado a la altura de la batería Abascal y comuníquele orden de avanzar soldados de Caballería por la playa hasta la mayor aproximación a aquel barco.” La orden fue trasmitida y los gauchos de Pueyrredón, ganosos porque no se les escapara la presa, quieren salir al galope tendido por la playa. Al recibir la orden, Pueyrredón pone inmediatamente bajo el mando de Güemes la única tropa montada de que disponía, no más de 30 gauchos armados con lanzas, boleadoras, facones, sables y alguna tercerola.
No trepidan en descender la empinada barranca y penetrar en el río con sus caballos y se lanzan intrépidos, tacuara en mano, en una carga asombrosa pocas veces registrada en la historia militar. Se trata del abordaje a caballo a un buque de guerra de la marina más poderosa del mundo de aquél entonces. Los bravos paisanos, alentados por el alférez salteño, asaltan la nave agresora y rinden a su tripulación luego de una breve y encarnizada lucha. Los británicos abordados, muchos de ellos artilleros y tiradores excelentes, habían sido doblegados por el estupor de ver surgir repentinamente a esos centauros marinos emponchados que los acometía y trepaban sobre sus amuras con una vehemencia inaudita.
En la actualidad, esas aguas cruzadas por gauchos a caballo, ya no son más aguas. El lugar ha sido ganado al río, es tierra firme y allí hoy se encuentra la plaza Fuerza Aérea Argentina.
Digamos, por último, que el 25 de Mayo es una fecha esplendorosa para los argentinos, pero la del 12 de Agosto, que como hemos dicho cumple 200 años, debe ser recordada hoy más que nunca, porque además de la intrépida derrota de los piratas, fue la primera efusión de sangre de una patria, integración, humildad frente a la soberbia inglesa y generosidad de la esencia indígenas, africana e hispanomusulmana. Además, la estrepitosa derrota de los piratas marca el nacimiento de la conciencia nacional argentina.
Desde ese día, los ingleses ya sabían con qué se encontrarían en esta todavía colonia española. Por eso, al año siguiente, como veremos, se vinieron con 11 mil hombres. “Así les fue”. Ø