Buscando la identidad en lo simbólico

argentina

Hoy en día, nuestro ADN se puede rastrear cientos de años en el pasado. Cuanto más se paga a los servicios genealógicos, más información se puede obtener de uno mismo, y ¿quién no está interesado en saber más acerca de uno mismo? Sin duda, es el tema favorito de todos.

Sin embargo, el conocimiento de que mis ancestros ​​podrían haber ayudado a construir las pirámides de Egipto o que soy 3% africano, realmente no me intriga y estoy convencido de que no me iluminará para nada el camino hacia el auto-descubrimiento.  
Yo tenía tres años cuando mi familia se trasladó de Argentina a los Estados Unidos. Nadie pidió mi consentimiento. Es una experiencia traumática y supongo que debería estar agradecido por el hecho de que no lo recuerde. No recuerdo las lágrimas ni el viaje en avión de quince horas; no recuerdo lo bueno, ni lo malo, ni lo feo. No obstante, debo todo lo que soy y todo lo que voy a ser, a esa fatídica decisión de mis padres hace veinticinco años. Y es ahí, enredado en un nudo, donde encuentro mis raíces. ¿Por qué un evento de esa naturaleza, que no controlé, debe dictar mi futuro? Creo que ésta es la pregunta que las personas que buscan servicios genealógicos, como Ancestry.com o Genealogy.com,  están tratando de evitar preguntarse.
Confusión, ira, orgullo, vergüenza, estos son los sentimientos que experimentan los inmigrantes cuando se encuentran con las realidades de ser extranjeros. Por suerte, con un poco de inglés (y una tarjeta de crédito,) dejan esa etiqueta lamentable y se reciben de “biculturales.” En realidad, es una palabra engañosa y una etiqueta reductora. La noción, extremadamente simplificada, que un ser humano puede pertenecer solamente a una o dos culturas, en un planeta globalizado desde el siglo 15, necesita ser re-evaluada. Si las personas que eligen identificarse en base a su sexualidad tienen al menos cinco opciones (L.B.G.Q.T.),  ¿por qué razón debe la identidad cultural ajustarse a una etiqueta que acomode sólo dos nacionalidades? Cada vez que hacemos esto, esencialmente estamos borrando la historia. Por eso, la cultura, como la sexualidad, la raza, o clase social, como base para la auto-identificación, es determinista y opresiva.
Dicho esto, me siento como un traidor, mentiroso, y una persona resentida si no reconozco de donde soy. Pero como ya he dicho, es una pregunta sin respuesta.
Las etiquetas de cualquier tipo son nada más que trampas. Son nociones preconcebidas construidas sobre otras nociones preconcebidas, como un interminable proceso de reciclaje cultural. Al final del día, somos simplemente humanos.
Se preguntarán: ¿Qué esperan de los argentinos? La gente espera que juguemos fútbol, ​​comamos carne, tomemos vino, bailemos tango, y leamos a Borges. Y para ser honesto, lo espero de mí mismo. Pero más bien debemos preguntarnos si nuestra identificación cultural puede reducirse a estas pocas tradiciones simbólicas del Siglo 20. Y más importante, preguntarnos ¿qué se ha quedado afuera?
Fundamentalmente, la cultura reside en mi corazón, no en los libros de historia. Y cuanto más aprendo de mi país de origen, más nublosa se vuelve su historia. Está basada en ideologías colectivas arraigadas en historias subjetivas, totalmente parciales; y la fe ciega en algo tan artificial, tan apartado de lo vivido personalmente, va totalmente en contra de mis propios valores y filosofía de vida. Las etiquetas solamente sirven para confundir.
El saber de los ancestros reduce la humanidad y la riqueza que nos da la diversidad. El ser argentino no representa solamente el tango, el fútbol, y el mate, y no está para nada ligado a los porcentajes genéticos que Ancestry.com me pueden dar.
Es un recorte que no tiene ninguna relevancia a mi realidad histórica. Y no contribuye al enriquecimiento del ser humano. Es, más que nada, una manera de evadir la verdad, en vez de confrontarla. ¤

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