El 8 de agosto de 1810 la expedición dirigida por Antonio González Balcarce, enviada por la Junta, entra en la jurisdicción de Córdoba.
Prioritario era para la misma obtener por lo menos una actitud benévola por parte de Gran Bretaña. El obstáculo era que esa potencia era aliada al Consejo de Regencia en su lucha contra Napoleón, y por lo tanto, no podían ayudar a quienes eran rebeldes a la autoridad española. Había entonces muy estrecho margen el que se ofrecía a los revolucionarios de Buenos Aires, pero el intento se hizo igual y no resultó mal.
El 8 de agosto de 1810 la expedición dirigida por Antonio González Balcarce, enviada por la Junta, entra en la jurisdicción de Córdoba.
Prioritario era para la misma obtener por lo menos una actitud benévola por parte de Gran Bretaña. El obstáculo era que esa potencia era aliada al Consejo de Regencia en su lucha contra Napoleón, y por lo tanto, no podían ayudar a quienes eran rebeldes a la autoridad española. Había entonces muy estrecho margen el que se ofrecía a los revolucionarios de Buenos Aires, pero el intento se hizo igual y no resultó mal.
Al día siguiente de la instalación de la Junta, su presidente y algunos vocales recibieron a dos capitanes de navíos de guerra británicos fondeados en la rada. En esa entrevista se puso de manifiesto la forma que tendría en sucesivo la relación entre el gobierno británico y las nuevas autoridades de Buenos Aires: simpatía por la causa revolucionaria pero imposibilidad de prestar oficialmente cualquier tipo de ayuda. Pero también se puso en evidencia la preocupación por conseguir la cancelación del sistema restrictivo y monopolista que había caracterizado la época anterior.
Tal fue el tono de las conversaciones que mantuvieron en Londres en agosto y setiembre de 1810, el enviado de la Junta Matías de Irigoyen con el marqués de Wellesley, encargado de las relaciones de su gobierno para entablar negociaciones entre Buenos Aires y el Consejo de Regencia, oferta que Irigoyen rechazó cortésmente.
El funcionario hizo la vista gorda de modo que el enviado de Buenos Aires pudiera sacar de la isla una partida de fusiles y otras armas. Tampoco podía exigírsele mucho más a Lord Strangford, el ministro británico ante la corte portuguesa de Río de Janeiro. Hubo un cambio de notas entre la Junta y el diplomático, quien se cuidó muy bien de aclarar que escribía sólo a título personal. La Junta le pedía que enfriara las pretensiones de la infanta Carlota y que evitara un eventual ataque portugués en apoyo de sus planes. Parece que Strangford habló con el príncipe regente. Por su parte, la Junta hizo publicar en La Gazeta la nota del ministro en un acto que puede verse como una imprudencia, además de una infidencia, o, desde otro punto de vista, una genialidad política, pues quedaba en evidencia que las autoridades revolucionarias y el representante inglés en Río de Janeiro mantenían correspondencia.
Es probable que el dinamismo de Mariano Moreno hubiera contribuido a definir con más precisión las relaciones de las autoridades revolucionarias de Buenos Aires con Londres, si su vida no se hubiera cortado abruptamente. De todas maneras, los intereses británicos en la región obligaban a su gobierno a mantener una postura ambigua frente a las rebeldías americanas que afectaban a su principal aliado. Ese juego de intrigas se mantuvo hasta 1825 cuando Gran Bretaña reconoció la nación independiente en que se había convertido el antiguo Virreinato del Río de la Plata. ©