Fuertes en la frontera argentina
Mi padre tenía un libro de todas las costumbres gauchescas que ahora yo heredé. En este capítulo escribe Pedro Inchauspe en el libro, “Voces y Costumbres del Campo Argentino” publicado en 1949, acerca de los fortines.
A lo largo de las “fronteras”, separados entre sí por distancias que a veces eran de leguas, se alzaban los “fortines”, nombre que se daba a una especie de fuertes o cuarteles donde tenían asiento permanente las tropas encargadas de vigilar a la indiada e impedir sus terribles “malones” (ataques de sorpresa).
Un fortín, por lo general, se componía de un grupo de ranchos, vivienda de oficiales y soldados, de un “mangrullo” o mirador y de un cerco o tapial de adobe, piedra o “palo a pique”; todo esto edificado, a veces, sobre un terraplén y rodeado por un foso ancho y profundo. El “mangrullo” era una torre de bastante altura, con una plataforma en la parte superior; desde esa plataforma, que solía tener un techo de ramas o paja como protección contra el sol y las lluvias, los centinelas divisaban en el campo hasta muy lejos y, en caso necesario, podían dar la voz de alarma con tiempo sobrado para que los “fuerteros” —así se les llamaba a los soldados del “fortín” —se aprestaran al combate.
La defensa se completaba con uno o más cañones, según la importancia de la guarnición y de la zona que le tocaba vigilar.
En el interior, al sur de Córdoba y en La Pampa, todavía se encuentran rastros de los “fortines” —principalmente el terraplén y el foso— y en algunos pueblos se guardan como reliquia de aquellas épocas, los viejos cañones que más de una vez, sirvieron para contener la furia de los salvajes.¤