Guardián de los frutos de la tierra
“Es el hijo de la Pachamama y por encargo de ella debe cuidar a los animales silvestres.
Se lo representa como un hombre viejito de barba larga y cuernos como los de un carnero.
Los que desean cazar deben dejarle ofrendas; de esta manera aparecerán las aves y la actividad será propicia”, dice el profesor Félix Coluccio, y agrega que antes de salir a cazar se hace una junta de gentes o kachakuna, en el cual se invoca la protección del Llastay (parecida a la corpachada de la Pachamama).
El Llastay acepta los pactos y los respeta si uno no los da a conocer.
Antonio Paleari, en su Diccionario mágico jujeño, representa un texto de Juan B. Ambrosetti: “Malos también son los númenes propicios cuando se los irrita. La Pachamama y el Llastay, entidad única en su origen y duplicada más tarde por la necesidad de antropomorfosear a los dioses, innata en el género humano, brindan al hombre los frutos de la tierra, pero éste ha de usarlos con mesura y según las legítimas necesidades, de lo contrario estas divinidades hacen pagar bien caro el despilfarro”.
Según el profesor Coluccio en su imperdible Diccionario Folklórico Argentino, el Llastay tiene casi la misma importancia que la Pachamama en las zonas vallistas, en donde también recibe los nombres de Duende, Delgadín, etc. En el mismo Diccionario, Coluccio parafrasea al folklorólogo Adán Quiroga, diciendo que Llastay y la Pachamama parecen gemelos de la tradición religiosa de los calchaquíes.
Es muy interesante la comparación que hace Coluccio entre la Pachamama y el Llastay: “Son innumerables los casos narrados por baqueanos y cazadores de las altas cumbres en los cuales se les apareció el ser protector cuando estaban abusando de sus posibilidad de cazar, en algunos casos los animales fueron liberados por el Llastay, en otros, los depredadores fueron fuertemente castigados; también son muchos los casos en que los cazadores ofrendaron correctamente a la deidad y aún en zonas donde no era abundante la caza, luego de la ceremonia aparecieron los animales: perdices, guanacos, pavas, chanchos, etc.”.
Coluccio narra que en Tinogasta, un criollo había conseguido bolear tres guanacos. Los estaba maneando cuando se presentó el Llastay, increpándole por cazar sin su autorización. Con el fin de salvarse y evitar que pusiera en libertad a los guanacos, prometió regalarle una bolsa de harina de chaclión. Llastay accedió al regalo y lo compensó con el permiso para proseguir la caza. ¤