LA ENTREVISTA DEL MES: Jorge Lanata

LanataSi fuera por la gente, hoy cerrarían el Congreso y pondrían un McDonalds

Cuando todos los días a media mañana –nunca fui capaz de madrugar por ninguna circunstancia- tan pronto me veía llegar caminando con el paquete de facturas en la mano, el diariero del puesto de San Juan y La Rioja sacaba de la pila un ejemplar de Página/12 y me lo extendía con un gesto muy típico de él. Alguna vez me explicó que los lectores de los demás diarios suelen comprar uno u otro de acuerdo al día o al atractivo de la tapa; “El que lee La Nación”, decía, “puede comprar el Clarín del lunes por la información deportiva, o el del jueves por la guía de espectáculos. El de Ámbito Financiero suele leer también La Nación o La Prensa”, que en ese entonces existía como órgano oficial de la oligarquía porteña. “Crónica y Diario Popular se intercambian lectores. Pero Página no; el lector de Página/12 lee sólo Página/12”. Palabra de experto.
Con apenas 26 años, Jorge Lanata fundó Página/12 y lo convirtió, como él mismo dice más adelante, en la “última escuela periodística argentina”. Un periódico excepcional que reflejaba mejor que ninguna otra publicación el momento que se vivía en el país. Página era indudablemente un diario de izquierda, pero a la hora del debate opinaban tanto Luis Zamora como Álvaro Alsogaray. Lanata y su gente se animaron a transgredir, a comunicar de una manera hasta ese entonces inédita, a jugar con las palabras, a informar con soltura, a provocar. Y les salió bien: Página/12 llegó a ser uno de los diarios más vendidos e influyentes del país. Ahora que lo pienso, da pena verlo hoy.
Lanata se desempeñó como director periodístico de Página hasta comienzos del 2004. Antes había trabajado ya en diversos programas de radio; poco después del regreso de la Democracia, se desempeñó como jefe de redacción del mensuario El Porteño y fue colaborador de revistas como El Periodista y Humor.
Escribió libros, volvió a la radio y se largó a la televisión, allí donde “la importancia de la forma, a veces supera el contenido” y en donde incorporó “elementos de show a lo periodístico”.
Hace apenas unos días, fue él quien reveló el hallazgo de la bolsa de dinero encontrada en el baño privado de la hoy renunciada ministra de Economía Felisa Miceli. En público enfrentamiento con el Gobierno K, al que acusa de perseguir a los periodistas que no transan con ellos, hoy escribe columnas de investigación en el diario Perfil y planea largar un nuevo periódico en marzo del año que viene.
Se define como un tipo simpático, conciliador, de buen carácter; todo lo contrario de la imagen que a veces uno tiene de él. Se declara argentino hasta la muerte, aunque confiesa que al retirarse le gustaría irse a vivir a Uruguay, país en donde no se siente fuera de la Argentina.

Luego de los sacudones de los últimos días, no puedo menos que empezar preguntándote si creés que con Miceli saltó uno de los fusibles de un sistema de corrupción generalizada en la Administración Pública...
Mirá, en principio lo de Miceli fue importante, más que por su renuncia, porque se demostró que cuando la Justicia quiere actuar de manera independiente y diligente, lo puede hacer y se obtienen resultados. Acá fue muy importante el laburo de los fiscales, tanto de Garrido como de Marijuan, y aún hoy, con Miceli fuera del Ministerio, hay novedades en la causa. De modo que no es que la cosa se termina con una resolución política, que es lo que ha pasado siempre. Las denuncias de corrupción en el gobierno no son nuevas: nosotros, antes de que nos sacaran de la televisión, hicimos la primera denuncia por corrupción en la Administración K, que fue contra González Gaviola, que en ese entonces estaba a cargo del PAMI. El Gobierno en un principio negó todo, aunque dos meses después lo sacó y puso a Graciela Ocaña. Recién después del caso Skanka, empezó a haber cierta predisposición en alguno de los medios a publicarlas, porque el problema es que al estar los medios tan cooptados por el Gobierno, muy pocos se hacen eco de lo que sale. Cuando yo publiqué lo de Miceli en la tapa de Perfil, al día siguiente nadie sacó nada; al segundo día Clarín lo levantó citando mi nombre, que era una manera de decir “si esto está equivocado, que se equivoque él”. Esto fue importante también porque por primera vez el gobierno reaccionó a una denuncia de la prensa sin calificarla de “operación”. Unos días antes había tenido el problema con (Romina) Picolotti, el que sí era una operación. De todas maneras, a mí lo que me interesaba saber era si las acusaciones eran ciertas, y sí lo eran. En mi caso no me pudieron acusar de operar para nadie, porque saben que no lo hago.
Parece ser que uno de tus objetivos principales como periodista es la investigación de actos de corrupción, de malos manejos por parte de funcionarios públicos, sindicatos, empresas... ¿Te parece que la sociedad argentina en general comparte este interés? ¿No te da la sensación de que a fuerza de tanto exceso, el argentino ya toma la corrupción como algo natural, algo inherente al poder, o como una piolada que se festeja?
Yo siempre digo que la corrupción es como el ruido del aire acondicionado: cuando vos lo prendés lo escuchás, aunque después te vas acostumbrando y pensás que dejó de hacer ruido, aunque en realidad no es que haya desaparecido. Argentina es un país con una alta tolerancia a la corrupción en todos los estamentos. Es cierto que la capacidad de asombro de la gente está resentida y llega un momento en que no le importa nada. Lo que pasa es que ahora hay como un discurso ético por parte del Gobierno que en el fondo es un doble discurso, porque el contraste entre lo que se dice y lo que está pasando es muy grande.
Se dice que la corrupción no resta votos en Argentina, pero ¿cómo podría afectar éste y otros casos de corrupción la sucesión de Cristina Kirchner en la presidencia?
Yo no sé si hay una correlación directa con el tema de los votos; Argentina sigue teniendo lo que en su momento se llamó “el voto licuadora”, esa costumbre de que si en términos económicos todo está más o menos bien, no importa cómo se llegó hasta ahí.
DeudaEl “roba pero hace”...
Claro, pero el problema es que es difícil decir si hacia fin de año todo va a seguir más o menos bien. El Gobierno está sentado sobre las variables de una situación irreal, porque hay un 25% de inflación anual y el Gobierno dice que es un 0,8% mensual. Ayer el nuevo ministro de Economía reivindicó los datos del INDEC, que es una vergüenza, porque en realidad el INDEC está intervenido hace tiempo y los propios técnicos se han ido, muchos han renunciado o pedido licencia porque no quieren avalar algo tan manifiestamente erróneo. Es decir, hay que ver como se va deteriorando el aspecto económico y si eso va a tener un impacto electoral.
“La Televisión es el lugar con más puterío por metro cuadrado que existe en el mundo”, dijiste alguna vez, y supongo que no te referías a la vieja profesión del sexo, o al menos no exclusivamente a eso. ¿Qué te llevó a decir tal cosa?
Bueno, la televisión en un medio muy interesante en cuanto a lo que significa, lo que despierta en la gente, pero también muy peligroso, porque como cualquier máquina, no tiene moral; depende de como la uses. Es un medio muy poderoso, muy eléctrico, pero también es un lugar muy miserable, en el que las luchas de poder son terribles. Algunos por aparecer pueden matar a la madre; el ráting se ha transformado en una manera muy fuerte de desvirtuar los contenidos, y más ahora. Es las dos cosas: a la vez un lugar interesante y un lugar terrible. Lo que quise decir es eso: un lugar en donde los escrúpulos están bastante ausentes.
Partiendo desde esa premisa, me imagino que tanto no te pudo haber sorprendido el hecho de que levantaran tu programa televisivo sin demasiadas explicaciones...
No, para nada; además no era la primera vez que lo hacían. En el gobierno de Menem nos levantaron dos veces: cuando Eurnekián nos entregó como prenda de buena voluntad para quedarse con los aeropuertos y la otra vez nos levantó Avila. Después los mismos que nos echaron nos volvieron a llamar. Lo que pasó con nuestro programa de TV es una paradoja, porque se supone que vos tenés que tener publicidad, tenés que tener prestigio, tener ráting...
Y tu programa lo tenía...
Teníamos las tres cosas: era el programa más visto, llegamos a hacer 16 puntos, yo tengo diez Martín Fierro más no sé cuantos otros premios... es decir, la Industria nos decía que éramos los mejores y a la vez no estábamos en el aire. Antes, cuando nos sacaban podíamos volver; hoy es imposible hacer un programa de televisión de investigación política en Argentina. Se puede hacer un programa de opinión, porque en el fondo la opinión es inofensiva. Tu opinión de alguna manera blanquea al que te pone en el aire, pero no le jodés el negocio a nadie. El problema con los trabajos de investigación es que vos hacés que el negocio se les caiga.


“De algún modo, siempre el desafío es hacer un diario que alguien vaya a leer, y nosotros de algún modo somos el público. Yo creo que si nos entretiene a nosotros también va a entretener a los demás”
¿Qué sucede hoy en particular que eso ya no se puede hacer?
Es imposible; estamos viviendo un momento muy particular en el tema de la prensa; ha habido millones de denuncias de todos los organismos internacionales. Hay un grado muy grande de cooptación del Gobierno hacia los canales, básicamente por el tema de la publicidad oficial. La pauta, en momentos de crisis económica, cobra una importancia muy grande, porque los canales la necesitan y entonces están más atados al Gobierno. Ahora, más que casos de censura, yo creo que hay casos de autocensura. Los canales mismos prefieren seguir haciendo otro tipo de programas y no tener problemas.
Sobre esto, inicialmente iba a preguntarte si se usa hoy la publicidad oficial como instrumento de chantaje, aunque enseguida me di cuenta de lo inocente de la pregunta. Así que vamos a reformularla: ¿Alguna vez, en tus tres décadas de carrera periodística NO se usó la publicidad oficial como instrumento de chantaje?
Yo siempre digo que lo primero que hay que hacer es definir qué es la libertad de prensa. En un país como este, en el que un tercio de la población vive por debajo de la línea de pobreza, la libertad de prensa es importante, aunque es un valor de una parte de la población: los que pueden leer, los que pueden expresarse por los medios... Así entendida, la libertad de prensa nunca fue respetada desde el regreso de la democracia hasta acá. Cada gobierno lo hizo a su manera, con distinto estilo, pero siempre se hizo. Lo que pasa es que los estilos son distintos. Hoy lo que hay es mucha más presión que antes, y hay mucho más alineamiento. En ese sentido, la situación que se está viviendo es excepcional.
¿Quiénes fueron tus modelos de periodista?
Mirá, yo por una cuestión generacional no pude trabajar con quienes tendrían que haber sido mis maestros, porque durante la dictadura ellos no estaban acá o estaban muertos. Yo tuve la suerte de montar un diario siendo muy chico –tenía 26 años cuando hice Página/12- y me pude dar el lujo de trabajar con gente que yo admiraba y leía de chico: el Gordo Soriano, Galeano, Gelman... un montón. Hay toda una generación y media que no ha tenido maestros directos.
Hace apenas un par de meses se cumplieron los 20 años de la aparición de Página/12. ¿Cuáles eran entonces tus expectativas? ¿Qué querías lograr con el diario?
Cuando uno es tan chico piensa que es grande, y eso nos vino bien porque nos largamos a hacer cosas que quizás en otro momento no intentaríamos. Yo creo que Página marcó un estilo, que luego fue tomado por otros diarios. También permitió mostrar que la manera de comunicar es variable y sus formas pueden ser renovadas infinitamente. A la hora de comunicar podíamos ser más creativos que la prensa tradicional.
Había en ese momento de la “Primavera Democrática” un nicho con un potencial muy importante que nadie estaba ocupando, al menos desde un periódico, que era el espacio “progresista”, el de presentar la noticia de una manera diferente, con mucha opinión, títulos originales... ¿Se inspiraron en algún modelo de periódico en particular?
Sí, algunas cosas, como el layout, eso de jugarnos con una foto grande, un título grande y coloquial, las sacamos de Libération, el diario francés. Nosotros le agregamos el humor, esa complicidad con el lector que Libération no tenía. Después, del italiano Il Manifesto sacamos lo de los números de tapa, el índice... y lo demás lo inventamos nosotros.
¿Quiénes fueron los redactores más destacados, los que le dieron la identidad a Página/12 en ese entonces?
Bueno, lo que hoy se ve es que Página fue la última escuela que hubo en el periodismo argentino. Mucha gente entró al diario teniendo 19 ó 20 años y ahora son profesionales muy conocidos y respetados, como Gabriela Cerrutti, María O’Donnell, Marcelo Zlotogwiazda, Tenembaum, Zaiat, Caparrós, Blaustein, Graña... un montón. Pasó mucha gente por el diario.
¿Qué queda hoy de la esencia del Página/12 que vos desarrollaste?
Nada. Muy poco. Me da bastante tristeza ver a Página hoy, porque nosotros cuando salimos en el año 87 vendíamos entre 26 y 32 mil diarios, y llegamos en el quinto año a vender 100 mil ejemplares -102 mil, un domingo, cuando regalamos el primer libro. Hoy el diario vende menos de 10 mil ejemplares. Lo que pasa es que quedó muy pegado al Gobierno, y se ha transformado en una especie de boletín oficial medio patético y eso también tiene un costo.
Si no se puede hablar de una cuestión de identificación ideológica: ¿Por qué Kirchner privilegió solidificar el vínculo con un diario de menor influencia como Página/12 y no con uno mayor, como Clarín o La Nación?
Es que con Clarín también lo hizo, como lo hizo con Hadad y su Radio 10. Digamos que los tres aliados que kirchner buscó fueron Página/12, porque era el diario que él leía; Radio 10, lo peor de la derecha más corrupta, porque le convenía por el alto ráting; y Clarín, con el que va y viene. Clarín ha hecho millones de tapas muy oficialistas; de hecho, el lanzamiento de Cristina fue anunciado por Clarín en combinación con el gobierno. Hubo una reunión en Olivos y allí se discutió la tapa de Clarín de ese domingo. Clarín va y viene según los negocios que tenga.
Supongo que, sobre todo desde que comenzaste a trabajar en televisión, la gente te debe reconocer por la calle; muchos se te acercarán para saludarte o decirte algo lindo, mientras que habrá otros que te rajarán una puteada por algo que hayas dicho o simplemente porque no les caés bien. ¿Cómo solés reaccionar en cada situación?
Vos sabés que... a ver, hablemos primero de lo bueno. La gente en la calle habla conmigo como si yo fuera el primo. “Ey, gordo...” me saluda uno, y yo le digo “qué hacés, pelado...” Me dicen que no fume. O cuando se enteraron de que era diabético, la gente en el supermercado me vigilaba el carrito, me decían esto sí o esto no... Ahora, problemas en la calle, en estos 30 años, tuve nada más que dos. Yo me imagino que la gente que no te banca no te dice nada. Un día en Punta del Este un tipo me puteó, y yo lo puteé a él. Después tuve otro problema con un motoquero de ATC en la época del menemismo, al que enviaron a que me pegara, aunque ese no fue un caso espontáneo.
JorgeTe han hecho fama de malhumorado...
No, pero nada que ver. Al contrario, yo a veces soy demasiado justificador. Si por mí fuera, los pondría a todos en fila y les hablaría a todos. Yo tengo muy buena onda con la gente. Cuando voy por la calle todo el mundo me habla y me siento como en casa...
¿En dónde creciste?
Yo nací en Mar del Plata, pero crecí en Sarandí, cerca del viaducto, en la parte pobre de Avellaneda. Ahora vivo en Retiro.
¿Conservás hoy muchos amigos de tu infancia, de tu juventud?
A veces me encuentro con alguno, pero muy esporádicamente. Odio las reuniones de compañeros de colegio, me parecen muy deprimentes...
Pero esos no siempre son amigos...
No, claro, además lo que pasa es que la gente cambia mucho con los años, y menos mal que lo hacen. Yo siempre digo, un poco en broma, que uno nunca haría una reunión con sus compañeros de cárcel...
¿Te dejó amigos el periodismo?
Sí, sí... aunque amigos de verdad tengo tres o cuatro, y a excepción de uno que vive en Francia y es músico, los demás son escritores o periodistas.
Más allá de que la nuestra es una sociedad muy compleja y seguramente resultaría injusto para algunos generalizar, lo cierto es que vos escribiste dos volúmenes de historia nacional e investigaste el “mapa genético” de nuestros defectos, así que supongo que no te resultaría imposible darnos una definición personal del argentino...
Mirá, me llevó 300 páginas explicarlo, es difícil resumirlo. Yo creo que todavía estamos buscando una identidad, no somos todavía un país democrático. Recién ahora nos estamos empezando a convencer de que somos un país democrático, aunque nos falta mucho. Hay un concepto de un politólogo muy interesante, Guillermo O’Donnell, que habla de “democracia de baja intensidad”. Nosotros estamos viviendo una democracia de baja intensidad en la cual la participación ciudadana es mínima, y de allí lo de “baja intensidad”. Seguimos teniendo un terrible complejo de inferioridad, que en nuestro caso parece un complejo de superioridad, aunque no lo es. Es totalmente al revés. Y somos también un país muy joven, a pesar de que a veces nos gusta pensarnos como un país antiguo e importante en el mundo, pero somos un país periférico y joven, por lo que todavía nos falta mucho para definir nuestra identidad.
¿Qué es lo que más te jode de la Argentina?
Me gustaría que la gente se preocupara un poco más por algo que es muy abstracto, pero importante, que es todo el costado institucional. Si fuera por la gente, hoy cerrarían el Congreso y pondrían un McDonalds. Preferiría que la gente tuviese un poco más de conciencia política de la que tiene.

Pero por otro lado...
Y... a mí me gusta este lugar. Yo me quedo acá, creo que no hay que irse. Mis hijos son de acá y espero que mis nietos crezcan acá. Es mi país: yo puteo contra él, pero lo quiero y no se lo voy a dejar a los hijos de puta. ®

“No conozco Los Angeles; igual no iría, porque no me dejarían fumar en ningún lado


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  • Lalo Schifrin: Su Misión Imposible

    LaloUna cosa extraña sucede con Lalo Schifrin. Sabemos que compuso la música de Misión Imposible y las películas de Dirty Harry. Sabemos que sus logros en el ámbito de la música son muchos y variados, a tal punto que ya es una leyenda. De hecho, es el único argentino con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. Pero sabemos tan poco de la vida del hombre...
    Schifrin es un músico de jazz y música clásica, y estos músicos no suelen recibir mucha publicidad, especialmente los que se dedican a tareas de bajo perfil como componer música para películas y series. Pero, por suerte, Schifrin ha compensado esto escribiendo una muy interesante autobiografía llamada "Mission Impossible: My life in Music" donde cuenta detalles de su larga vida. Los afortunados en conseguirla van a encontrar un libro lleno de sorpresas.
    Lalo nació en Buenos Aires en 1932. Su padre estaba en la banda del Teatro Colón, y de chico empezó a estudiar música clásica. Lalo reconoce que no tiene un buen recuerdo de los años de Perón. Había mucho autoritarismo, y el ambiente cultural donde él se movía no era favorecido. Para colmo le tocó hacer el servicio militar obligatorio... aunque por poco tiempo.

    Schifrin cuenta humorísticamente que, aunque se considera un jazzero, siempre corre peligro de ser “secuestrado” por los muchachos del tango moderno.

    Un dato interesante de esos años es que conoce a Jorge Luis Borges. Lalo atiende sus charlas, y se convierte en un verdadero fan. Lo menciona junto con figuras como Dizzy Gillespie como un personaje fundamental en su formación. Años después, va a nombrar su sello discográfico Aleph Records en homenaje al maestro.
    Sale del país por primera vez cuando consigue una beca para atender el prestigioso Conservatorio de París. En Francia empieza a trabajar como músico de jazz, y de esta manera conoce a Piazzolla, que le ofrece una participación en sus proyectos.
    Retorna a la Argentina en 1956, un país que con la caída de Perón había cambiado mucho. A tal punto que su música empieza a tener cabida en la televisión nacional. Justo cuando parecía que su destino era argentino, aparece Estados Unidos en el horizonte.
    ¿Cómo llega a Estados Unidos? Dizzy Gillespie, de visita en Buenos Aires, lo invita a trabajar con él. Una oferta imposible de resistir para cualquier amante del jazz. Así es que, con grandes ilusiones, Lalo llega a Nueva York en 1958. Y, como dicen acá... the rest is history.
    Schifrin nos cuenta su experiencia trabajando en Hollywood, y conociendo a personajes como Groucho Marx y Marlon Brando. Se hace muy amigo de Clint Eastwood, que le permite editar la banda sonora de Dirty Harry en su sello Aleph Records.
    El jazz lo lleva a los distintos rincones del mundo. Argentina sigue ocupando un lugar importante en sus planes, y Lalo visita el país varias veces. Por ejemplo, en su libro cuenta con orgullo su visita a la Casa de la Independencia, en Tucumán.
    En noviembre del 2012, para celebrar sus 80 años, su sello Aleph Records lanzó una caja de cuatro CDs que incluyen sus composiciones favoritas de más de 30 películas, más algunas piezas sinfónicas, de jazz y temas nunca antes editados.
    Hoy es un verdadero orgullo para nosotros que justo en frente del famoso Roosevelt Hotel... hay una estrella argentina. ¤

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