La Literatura Gauchesca: Florencio Sánchez • nota nº 29

florencioExplora el conflicto generacional entre el campo y la ciudad

En “M’hijo el dotor” nos encontramos con el conflicto entre los conceptos de la vida de la gente del campo, encarnada en los viejos como Don Olegario y la gente de la ciudad, sobre todo los jóvenes como Julio, imponiéndose con más dramatismo, pues los mencionados son padre e hijo. 
Florencio Sánchez hará triunfar la moral de los viejos, que es también la del campo. En los escenarios de Buenos Aires, el ambiente criollo no era cosa nueva. Al germen gauchesco –dice Ricardo Rojas- debemos nuestra emancipación escénica. Así podemos afirmar que nuestro teatro nació bajo la carpa de un circo, cuando en 1886, José Podestá transformó en drama la pantomima de Eduardo Gutiérrez, “Juan Moreira”.
Florencio Sánchez con “M’hijo el dotor”, “La Gringa” y “Barranca Abajo”, mostró en el drama criollo nuevos motivos: la invasión del extranjero a la tierra del gaucho, los abusos de la autoridad y del caudillismo, la explotación del colono y del paisano, víctimas de las injusticias sociales, el sentimiento de arraigo a la tierra y el conflicto de generaciones. Es anécdota que al volver del centro de la ciudad a su habitación, Sánchez, apremiado por su situación económica, maduró su obra salvadora. La escribió en 18 días en un rapto de espontaneidad creadora -según su autor- fruto de los amores, del insomnio y del hambre.
Los personajes son Doña Mariquita (madre de Julio), Jesusa (ahijada de Doña Mariquita), Sara, Misia Adelaida, Mamá Rita, Don Olegario, Julio, Don Eloy (pretendiente de Jesusa) y un gurí.
El conflicto entre dos generaciones tan diferentes, ya había sido tratado por el teatro europeo que Florencio Sánchez conocía. Lo presentaron Brieux en “Blanchette”, Rovetta en “Las dos conciencias”, Suderman en “Casa paterna” y era también una realidad que golpeaba a la sociedad rioplatense de comienzos del siglo XX.
Las cuartillas de la obra fueron mostradas a Joaquín de Vedia, a la sazón crítico teatral del diario “Tribuna”, y él hizo conocer la obra, siendo importante su palabra en el proceso que culminó en su estreno en el Teatro Comedia. En efecto, el 13 de agosto de 1903, Orfilia Rico, Blanca Podestá, Jerónimo Podestá y Arturo Podestá interpretaron a los personajes centrales recibiendo la cálida acogida del público entusiasmado, que obligó a salir a Florencio Sánchez después de cada acto.
Florencio Sánchez colocó en el escenario del campo la mentalidad fosilizada, la ciudad rural, la riqueza ganadera, y el carácter paternalista de la organización familiar frente a otra mentalidad. Pero no opondrá campo-ciudad, o vieja-nueva generación, sino que hará girar el conflicto en la educación, porque a ella se debe la actitud de Julio, el “dotor”.
Es lo que lleva al choque al padre campesino, ignorante, apegado a prejuicios y receloso de la formación intelectual de su hijo, con éste, universitario, para quien la cultura significa revisión total de sus esquemas de vida.
Florencio Sánchez no dio forma a un arquetipo que representara sus ideas, sino a un personaje contradictorio, de comportamiento irregular, incoherente.
En el primer acto, la acción es rapidísima, con diálogos fluidos y animados que muestran con claridad el conflicto, reflejando con naturalidad las costumbres campesinas y los sentimientos. Antes de finalizar el acto, Florencio Sánchez anticipa un factor excitante que hará cambiar las relaciones de las fuerzas en juego para crear nuevos problemas dramáticos. Ese factor es la mala conducta de Julio, que ha dispuesto para provecho propio de un dinero destinado a pagar una deuda de su padre y que es utilizado por el autor para variar la situación inicial y hacer progresar la acción.
El segundo acto comienza con un monólogo ingenuo de Jesusa, con lo cual Florencio Sánchez muestra la personalidad sencilla y auténtica de la muchacha y que sugerirá un hecho que será otro de los factores excitantes: Jesusa va a ser madre.
Decisivo es el final del acto: con dos diálogos, uno intenso entre Julio y Jesusa y el otro de ésta con don Olegario, indignado por la infamia del hijo, que después de seducir a Jesusa ha decidido casarse con otra mujer.
Corrientemente se afirma -y Florencio Sánchez lo sigue al pie de la letra- que en una obra de tres actos, el primero debe establecer la situación; el segundo complicarla y el tercero resolverla. En el tercer acto encontramos otra situación dramática: don Olegario yace moribundo, y en la habitación de Jesusa, mamá Rita, la curandera entre rezos y salmos, dialoga con la muchacha.
Culmina el dramaturgo reuniendo los hilos sueltos: Julio vuelve para reconciliarse con el padre y Doña Margarita le pide a su hijo que se case con Jesusa, y éste resuelve hacerlo. Se ha considerado que este final es poco convincente, porque resulta demasiado brusco el cambio de sentimientos en el joven que en tono declamatorio proclama su amor. Por eso consideran los críticos que la escena es convencional y floja.
Parece ser que el autor sacrifica la acción interior de su obra en beneficio de una tesis, que aparece en boca de Julio: el amor debe imponerse a los prejuicios sociales.
Hoy, a muchos años de lo que representó Florencio Sánchez, lejos de los conflictos, de su lucha, de sus ideales estéticos, se siente que la obra ha perdido su eficacia dramática, porque el teatro mismo se ha transformado y el espectador actual ya no entendería el lenguaje de la tribu, ni gozaría con la temática simple de las obras de Florencio Sánchez.
Emir Rodríguez Monegal, afirma: “Lo que no se dijo ni creo que se haya dicho después, es que no sólo Florencio Sánchez pertenece a un estilo de teatro que ya es historia y muy pasada, sino que el teatro mismo como espectáculo y como oficio, como experiencia emocional colectiva y como rito social ha cambiado por completo. El teatro de Florencio Sánchez pertenece a una época rioplatense anterior a la introducción entre nosotros de la cultura de masas del siglo XX, esa cultura del cine y de la TV, de los comics y de las grandes agencias noticiosas internacionales y todopoderosas”. La obra queda, pues, en la historia del teatro rioplatense.
El mensaje de “M’hijo el dotor” está conformado para el principio del siglo XX.
No siendo posible verla representada, sólo nos queda la lectura amable de la misma.©

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