“La escuela pública sigue siendo un baluarte muy querido al que hay que cuidar”
A Luis Pescetti lo conocí de casualidad, en circunstancias que no vienen al caso, pero que envuelven un CD rayado, un bebé llorando en una tarde lluviosa y fría, un teatro porteño y hasta un vampiro negro... Lo menciono, sin embargo, porque la casualidad es un poco la forma en que muchos llegan a él. El tipo llena salas pequeñas y grandes; es cantante, compositor, escritor, conductor de radio, comediante... pero para público infantil. Eso, como él mismo lo menciona más adelante, lo ubica en una categoría fatalmente menospreciada, como si componer (buena) música para chicos fuese más fácil; como si para escribir (buenas) novelas y cuentos infantiles uno se sienta frente al teclado y nomás llena las páginas de acaramelados lugares comunes. “Cuando uno escribe, puede hacerlo sobre algunos asuntos: sobre lo que vive, sobre lo que le gustaría vivir, sobre lo que le da miedo que pudiera ocurrir, para explorar, para investigar cómo serían las cosas si ocurriera esto o aquello...”, dice Luis. Y él sabe que un chico no se quiere ir a dormir cuando presiente que “algo interesante va a pasar”, que ya nadie cree en los monstruos pero por las dudas ante la menor insinuación uno se tapa los oídos, y quiere “jugar con amigos y cosas divertidas”, así que “no nos digan siempre no”.
Sus doce años de residencia en México –país en el que es muy popular no sólo como artista sino también como conductor de radio infantil- han marcado su acento; hoy, este músico santafesino ya está de regreso en su país preparando una ensalada nacional en la que Sarmiento toca la guitarra, Blancanieves es la novia de Gardel, y Maradona canta mientras Piazzolla sirve un copetín.
Ya desde el comienzo de tu carrera musical te inclinaste por un área alternativa, como es la músico-terapia. ¿Me preguntaba de qué manera sana la música, cómo ayuda en la rehabilitación de ciertos problemas de salud?
Bueno, yo no trabajo de músico-terapeuta desde hace mucho, pero lo que te puedo decir es que yo trabajaba sobre todo en la rehabilitación de mujeres que habían sido operadas de las mamas; con ellas entonces hacíamos danza, expresión corporal, etc., que es una manera de trabajar el cuerpo y en particular las zonas afectadas por la operación. Se hace de una forma asociada al placer, no a un movimiento mecánico, con lo cual se ayuda no sólo al músculo sino más bien a la mujer a amigarse con su propio cuerpo. Luego trabajé con niños con síndrome de Down y otros problemas, con los que la música era otro puente, otro lenguaje para comunicarse cuando el lenguaje común no puede establecerse o no es eficaz.
¿Qué vino primero: la música o la literatura?
Primero vino la música, y siendo profesor de música en escuelas comencé a escribir cuentos para mis alumnos.
Tengo la impresión de que a pesar de contar con el público más exigente, la música para chicos es considerada por tus colegas, sobre todo, como un género menor. ¿Es así?
Sí, pero no sólo por mis colegas. Si vos vas a programadores culturales de una radio, por ejemplo, y proponés un programa infantil, encontrás que el presupuesto siempre está mucho más acotado, los horarios, las épocas del año... Si querés conseguir un sponsor para un programa infantil, te dicen que si no es la época de fiestas o el día del niño... ¿para qué? Entonces toda la producción para niños está afectada por una valoración menor.
¿Esto no te creó dudas a la hora de largarte a hacer lo que hacés? ¿Nunca te dijiste: “No, mejor me dedico al tango o a la música clásica”, por ejemplo...?
O “¿Mejor me dedico a hacerme millonario?” No, fue una cuestión de vocación. Esto es lo que realmente me gusta hacer.
En tus conciertos se ven chicos de 2 años junto a otros de 13 ó 14... Teniendo en cuenta que a esa edad hay una diferencia muy marcada entre los más chicos y los más grandes en lo que se refiere al manejo del sentido de la ironía, la temática de las canciones, comprender las bromas, algunas sutilezas de las letras... ¿Cómo te las arreglás para mantenerlos entretenidos a todos al mismo tiempo?
Mirá, son dos cosas: por una parte, cuando preparo un show, me propongo que la dinámica de todo el show tenga eso como cuando dicen que a la hora de casarse la novia tiene que tener algo blanco, algo azul, algo nuevo, algo prestado... y esto es parecido. A la hora del show tiene que haber chistes, juegos, canciones para niños pequeñitos, otras para chicos más grandes, monólogos para padres... Todo eso junto, puesto dentro de la estructura del show, hace que un chico no se quede afuera por más de tres minutos. Después... ¡pin!, se engancha de nuevo con algo que sí le gusta y entiende. Uno está como un mesero, quien no está de manera omnipresente al lado de todas las mesas, sino que está un rato en una, luego en otra, y así. Por otra parte, todos los shows tienen distintos niveles de lectura: obviamente un bebé no entiende el monólogo que estoy haciendo, pero disfruta que en la sala haya risas, es algo más sensorial, más directo. Otro niño no entiende el contenido de una canción, pero salta y aplaude porque tiene ritmo. Un adolescente no se ríe de un chiste muy simple, pero ve que un nenito largó una risotada y entonces el adolescente o el adulto se complace al ver al niño reírse.
He notado que en tus conciertos en vivo en Argentina hablás con acento argentino y en México les hablás con acento mexicano, que por otra parte te digo que te sale muy bien.
Claro, es que viví doce años en México. A veces hablo con acento argentino en México, pero me tengo que poner el “chip” de la intención ¿no?, como que me obliga a estar más conciente. Sino sale naturalmente el acento mexicano, de la misma manera que en Argentina sale naturalmente el acento argentino.
Dejando de lado algunos términos propios de cada lugar ¿Hay códigos que manejan los chicos de un lado que en el otro no se entienden?
No, los códigos son más bien urbanos o del campo. Si un niño es de una zona urbana, vive en un departamento, con ambos padres que trabajan, si va a doble escolaridad, te diría que no importa si vive en Madrid, Los Angeles, México DF o Buenos Aires. Ya está marcado por la ciudad, mucho más que por otras cosas del país o de culturas locales. Y esto tiene que ver con ritmos de la vida moderna. La globalización implicaría que aquí se está copiando un modelo de otra parte, y creo que en este sentido en todas partes están pasando cosas parecidas.
¿Sigue asustando el Cuco hoy en día, o los miedos de los chicos pasan por otro lado?
No, ya no se llama Cuco, pero los chicos siguen teniendo miedos, por supuesto. Lo de los monstruos ya no se usa como imagen, pero hay otros miedos.
Cuando uno escucha la canción del chico pidiéndole a la mamá que hoy no vaya a trabajar, que se quede con él, haciéndole el bocho con que cosas horribles le podrían pasar si ella lo deja, a uno le causa mucha gracia porque entiende la inocencia de esos reclamos, de esas advertencias... ¿Cómo lo interpretan los chicos? ¿Se ríen de sí mismos, se reconocen a sí mismos en lo que vos les cantás en tono de broma?
¡Se reconocen, por supuesto que se reconocen! Lo toman con ironía o no, pero ellos saben de qué se trata. Ese monólogo evolucionó, y hoy en día les digo: “Chicos, ustedes manipulan emocionalmente. El problema es que lo hacen mal, así que yo les voy a enseñar”.
“¡Mamá! Cuando me quedo solo en casa
aquí se oyen ruidos raros
y unas voces que no sé de dónde vienen.
Lo que menos quiero es que te asustes
pero, si un día al regresar
me encuentras mal, o no me encuentras,
en fin... ¡tú sabrás!(...)”
(¡Mamá, no quiero que hoy vayas al trabajo!)
De acuerdo a tu experiencia personal: ¿Cuándo empieza el chico a adoptar los vicios, o el “modus operandi” de los adultos? ¿Hay una edad en particular que es como un quiebre en su desarrollo en este sentido?
No... que sé yo. Yo digo que una parte de la niñez termina cuando empieza la vergüenza. Cuando les da verguenza hacer tal o cual cosa ya empiezan a ver las cosas y a los demás de otra manera. Pero no tengo tan en claro si tiene que ver con una edad exacta... Hoy te encontrás con niños de cinco años que apenas están en el jardín de infantes, que te dicen: “Esa canción no me gusta porque es para chiquititos...”
Por otra parte esto no difiere mucho de las jugadas psicológicas de nosotros los adultos, ¿no?
No, en absoluto. ¡En realidad son las de los adultos las que no se diferencian de las de los chicos!
Sé que, gracias a tu trabajo, has recorrido mucho las escuelas argentinas. ¿Cómo te reciben los chicos, teniendo en cuenta que a diferencia de aquellos que te van a ver a tus conciertos, estos tal vez no te conocen, e incluso quizás estén viviendo una realidad social que no les permite darse el lujo de ir a un teatro...?
Mirá, lo que pasa es que tanto en Argentina como en México yo tengo muchos de mis libros que se leen en las escuelas, entonces por lo general me reciben como a alguien conocido. De todas maneras, si yo voy a un lugar en donde no me conocen, “bajo un cambio”, voy más tranquilo, me presento, empiezo contando algo. Si yo estoy en un teatro lleno de chicos que ya me conocen, yo puedo empezar diciendo “¡Uy, qué público de porquería!” Si yo voy a un lugar en donde no me conocen jamás empezaría así, porque sería muy torpe de mi parte.
“No quiero ir a dormir,
no me quiero encerrar.
No quiero perderme lo que aquí va a pasar.
Ahá, ahá…
Lo huelo muy bien, lo presiento,
que aquí la fiesta sigue
No es cierto que las visitas ya se van
Nadie juntó sus cosas, nadie se saluda
Tienen cara de esperar que yo desaparezca
no me van a engañar. Ahá, Ahá...
No quiero ir a dormir, no me voy a despedir
No quiero perderme lo que van a platicar
Seguro que me corren
porque van a hacer algo
Y no quieren que yo esté, los descubrí.
Ahá. Ahá (...)”
(“No quiero ir a dormir”, del disco Bocasucia)
“La escuela es una de las experiencias más peligrosas del mundo”, decís en chiste en uno de tus cuentos...
La escuela pública sigue siendo un baluarte muy querido a cuidar, por la democracia que implica contar con gente que viene de distintos lados, con economías distintas... me parece que es la escuela que tendría que haber. Cuando se forman guetos de gente que quiere estudiar en tal barrio, en tal idioma, eso después tiene sus consecuencias en la sociedad. Entonces lo primero que te diría sobre las escuelas públicas es que son diques de contención y de ayuda social enormes. Lo segundo, es que he visto tanto en Argentina, como en España y México, que la función del maestro ha pasado a ser más utilitaria. Los papás se enojan si un maestro no califica a su hijo como ellos quisieran; si no les gusta la nota van y lo recriminan, lo amenazan, como si el maestro fuera alguien que tiene que pasar unas horas junto al hijo y al final ponerle una buena nota, hagan lo que hagan.
Más allá del conocimiento formal: ¿Se le está dando importancia al desarrollo artístico de los chicos en las escuelas públicas de la argentina?
No, en Argentina pocas escuelas tienen clases de música, plástica, etc. Y por lo que he visto, tampoco se le da mucha importancia en las escuelas de Uruguay, España o México, que son las que yo más conozco. Más bien todas las actividades artísticas van perdiendo terreno en las escuelas.
¿Cómo es un chico de 10 años hoy con respecto a como eran vos y tus amigos a esa edad? ¿Cuáles son los cambios más notables?
Cuando nosotros éramos chicos, el adulto era el que te habilitaba al mundo: te daba permiso para usar esto, te enseñaba a usar lo otro, todo pasaba por la mediación de un adulto. Lo que yo noto hoy en día es que el adulto es el que va y te compra una computadora, pero por otra parte, hoy después un chico va con 30 centavos a un cyber, se mete a chatear y entra en un mundo de conocimiento que es independiente al del mundo adulto.
La globalización de la tecnología, de la violencia social, de la corrupción... ¿Cómo creés que ha afectado el desarrollo de los chicos?
Y... muy negativamente, porque se supone que un chico que tiene que aprender que las reglas de la sociedad son así o asá, al mismo tiempo ve que el mismo adulto que se las enseña no las aprende, o no las aplica, ni cree en ellas. Los chicos necesitan que el mundo sea coherente, que tenga congruencia; si vos le decís que tiene que leer pero vos no leés, él tampoco va a leer. Lo que el chico ve es lo que vos hacés con tu vida, no el mandato que le das. Cuando el chico ve que un presidente se saltea reglas ¿Con qué argumento le decís después que eso no lo haga?
“Hola mamá, te estoy llamando de muy lejos
ya llegué al campamento
no me hables que es muy caro, por favor.
Sí, sí, ya sé que quieres preguntarme cosas
pero oye un minutito que esto cuesta un dineral.
Durante el viaje no moví ni una pierna
el autobús estaba lleno de salvajes animales como yo
Fuimos cantando a los gritos todo el tiempo
y quizás fuera por eso que el chofer se suicidó.
Esto es bien padre, no hay horarios
y comemos porquerías
con las manos, en cacharros sin lavar.
El director del campamento está ligando
a una profesora nueva que es casada, yo lo sé.
Nunca me baño y la casa de campaña huele a peste
los moscos se mueren al entrar.
Mis pantalones ya se paran y caminan
y si vieras mis calzones ¡son como un arma nuclear!(...)”
(“El Campamento”, del disco El Vampiro Negro)
Discografía
Qué público de porquería
Bocasucia
Cassette Pirata
El Vampiro Negro
Página de Internet: www.luispescetti.com