La literatura Gauchesca nº 26 • Don Segundo Sombra

Don Segundo SombraRelato que reinventa el mito con humor y crítica social.

Junto con la obra de Ricardo Güiraldes, aparece en 1926 otra novela: El Juguete Rabioso, de Roberto Arlt.  En ambas se narra la visión de un adolescente sobre la realidad circundante. Claro que con distinto tono, pero ambas inauguran una nueva forma de escribir novelas. Aparecen esas dos obras coincidiendo con la quiebra del modernismo, cuyos valores estéticos comienzan a perder fuerza.

Es entonces que los autores ven en Ricardo Güiraldes a un anticipado al ultraísmo que pretende sintetizar todos los movimientos de vanguardia. Su obra, con fuerte tendencia criollista, recupera el canto del paisaje y a la tierra con un lenguaje directo y claro.
Algo muy interesante ofrece el capítulo XXI al contar Don Segundo Sombra un cuento en el que el Diablo sale derrotado, distintamente de lo que ocurre en todas las obras de la literatura universal.
Con el permiso de los lectores nos abocamos a resumirlo. El cuento no tiene ningún desperdicio. Sólo dejaremos en los diálogos lo que aparece en el libro.
Don Segundo SombraAsí empieza Don Segundo Sombra: Cuentan que el Señor iba de pueblo en pueblo enseñando El Evangelio y curando con palabras, siendo asistido por San Pedro. En uno de sus viajes la mula en que iba nuestro Señor perdió una herradura. “Fijate si hay una herrería”  dijo el Señor a San Pedro. Este, a poco de buscar encontró un rancho que tenía un letrero que decía “Errería”. “¡Ave María!” gritaron y salió un anciano harapiento que los invitó a pasar. Y nuestro Señor le dijo: “¿Podría herrar mi mula que ha perdido una herradura?” Aquél le contestó “Voy a ver si puedo servirles” “Y ¿Cuál es tu nombre?”  siguió nuestro Señor. “Me llaman Miseria” contestó el viejo. Luego de mucho buscar encontró una argolla de plata grandota, la derritió e hizo a martillazos una herradura y se la puso a la mulita.
“¿Cuánto te debemos, güen hombre?” inquirió el Señor. Luego de filiarlos, Miseria les dijo: “Por lo que veo, ustedes son tan pobres como yo. ¿Qué diantres les vi` a cobrar? Vayan en paz, que algún día Dios me lo tenga en cuenta.” “Así sea” dijo el Señor y partieron. Cuando estaban lejos, le dice a Jesús San Pedro: “Verdá Señor, que somos desagradecidos. Este pobre hombre nos ha herrao la mula con una herradura e` plata, no no h`a cobrao nada y nosotros nos vamos sin darle siquiera una prenda de amistá”-
“Decís bien -contestó nuestro Señor- Volvamos para concederle tres gracias.”
Cuando Miseria los vio regresar, enterado del asunto, los miró de soslayo con ganitas de reírse o de disparar.
“Pensá bien dijo nuestro Señor- antes de hacer tu pedido”. San Pedro, que se había acomodado atrás de Miseria, le sopló las tres veces antes que Miseria hiciera el pedido: “Pedí el Paraíso”. Y las tres veces antes de hacer los pedidos Miseria le contestó : “Cayate, viejo”
Las tres gracias que solicitó fueron: “Quiero que el que se siente en mi silla, no se pueda levantar délla sin mi permiso”, “Quiero que el que se suba a mis nogales, no se pueda bajar dellos sin mi permiso” y Quiero que el que se meta en mi tabaquera no pueda salir sin mi permiso.”
Jesús le concedió las tres y después de despedirse se jué.
Cuando se fueron, caviló Miseria y poco a poco le dentró rabia por no haber sabido sacar más ventaja y se dijo: Lo que es, si aurita mesmo se presentara el demonio, le daría mi alma con tal de poderle pedir veinte años de vida y plata a discreción.-
Se presentó entonces a la puerta `el rancho un caballero que le dijo: “Si querés Miseria, yo te puedo presentar un contrato, dándote lo que pedís.” Y ya sacó un rollo de papel con escrituras y numeritos, lo más bien acondicionados, que traiba en el bolsillo. Leído y puestos de acuerdo firmaron los dos arriba de un sello.
Ni bien el diablo se jué, Miseria tanteó la bolsa con monedas de oro, se miró en el bañadero de los patos, se vió mozo y se jué al pueblo a comprar ropa. Pidió pieza en la fonda como señor y durmió esa noche contento.
Cambió su vida, terció con príncipes, gobernadores y alcaldes, viajó por todo el mundo y tuvo trato con hijas de reyes y marqueses.
Pero como cantaba Carlitos: “Que veinte años no es nada”, esos años rápido pasaron y en el vigésimo fue Miseria a rairse de su rancho. Justo se presentó el diablo con el nombre de caballero Lilí a exigir lo convenido. Miseria, que era hombre honrado, le pidió que esperara, que iba a lavarse para presentarse al infierno como era debido. Al volver, halló a Lilí sentao en su silla. “¿Vamos yendo?” le preguntó Miseria. “¡Cómo hemos de irnos. -contestó Lilí- si estoy pegado en esta silla como por encanto!”
Miseria se acordó de las virtudes que le había concedido el hombre e`la mula y le dentró una risa tremenda.
“¡Enderezate, pues, maula, si sos diablo!- le dijo a Lilí. Pero Lilí no pudo alzarse un chiquito y sudaba mirándolo a Miseria.
Entonces le dijo el que jué herrero: “Si querés dirte, firmame otros veinte años de vida y plata a discreción”.
El demonio hizo lo que le pedían y Miseria le dio permiso pa dirse.
Otra vez el viejo volvió a recorrer el mundo gastando plata como naides.
Pero los años pa`l que se divierte juyen pronto, de suerte que cumplido el vigésimo, Miseria quiso dar fin cabal a su palabra y rumbió al pago de su herrería.
A todo esto, Lilí, que era medio lenguarás y alcahuete, había contao en los infiernos el encanto e`la silla. “Hay que andar con ojo alerta”, había dicho Lucifer. “Está protegido y es ladino. Dos serán los que lo van a buscar al fin del trato”.
Apeóse Miseria en el rancho y vido que lo esperaban dos hombres y uno de ellos era Lilí. “Pasen adelante, sientensen”  les dijo, mientras me lavo y visto para dentrar al infierno.” “Yo no me siento”, dijo Lilí. “Como quieran. Pueden pasar al patio y bajar unas nueces”, les invitó Miseria. Lilí no quiso saber nada, pero cuando quedaron solos, el compañero le dijo que iba a dar una güelta por debajo de los nogales, a ver si podía recoger del suelo alguna nuez caída y probarla. Al rato volvió diciendo que había hallao una yuntita y que comiéndolas, nadie podrá negar que jueran las más ricas del mundo. Juntos se fueron para hallar más pero no encontraron. Al diablo amigo de Lilí se le había calentado la boca y le dijo que se iba a subir a la planta, pa seguir pegándole al manjar. Lilí le advirtió que había que desconfiar, pero el goloso subió a los árboles, donde comenzó a tragar sin descanso. “Tirame unas cuantas” le gritó Lilí. “Allá va una” dijo el de arriba. “Tirame otras cuantas” volvió a pedir Lilí. “Estoy muy ocupado  fue la respuesta. Si querés más subite al árbol”. Lilí, después de cavilar un rato, se subió.
Cuando Miseria salió de la pieza y los vió le dentró una risa tremenda. “Aquí estoy a su mandao” les gritó. “Es que no podemos bajar” le contestaron.
“Lindo, entonces firmenmén otra vez el contrato dándome otros veinte años”, agregó Miseria. Los diablos hicieron lo que les pedía y Miseria les dio permiso pa' que bajaran. Y Miseria volvió a recorrer el mundo y tiró plata y tuvo amores con damas de primera.
Pero como endenantes los años dentraron a disparar y Miseria, queriendo dar pago a su deuda, se acordó de la herrería. A todo esto, los diablos en el infierno le habían contao a Lucifer lo sucedido y éste, enojadísimo, les dijo: “¡Canejo! ¿No les previne de que anduvieran con esmero, porque este hombre era por demás ladino? Esta güelta que viene, vam`ha dir toditos a ver si se nos escapa.”
Por eso, Miseria, al llegar al rancho vido más gente que en una jugada `e taba. Miseria pensó que el mismito infierno se había mudado a su casa y pensó: Si escapo d `esta es fija que ya nunca la pierdo, y preguntó: “¿Quieren hablar conmigo?” “Sí” contestó Satanás. “A usted no le he firmao contrato ninguno, pa que venga tomando velas en este entierro” dijo Miseria. “Pero me va ´a seguir porque yo soy el Rey de lo h´Infiernos” replicó Satanás. “Y ¿Quién me da el certificao? -alegó Miseria-. “Si usted es lo que dice, ha de poder hacer de fijo que todos los diablos dentren en su cuerpo y volverse una hormiga”. Otro hubiera desconfiao, pero dicen  que a los malos  los sabe perder la rabia y el orgullo, de  modo que Lucifer, ciego de furor, dio un grito y en el momento mesmo se pasó a la forma de una hormiga que llevaba adentro a todos los demonios del infierno. Sin dilación, Miseria agarró al bichito que caminaba sobre los ladrillos del piso, lo metió en la tabaquera, se jué a la herrería, la colocó sobre el yunque y con un martillo, se arrastró a pegarle con todita el alma, hasta que la camiseta se le empapó de sudor.
Hasta aquí la gran derrota del diablo. El final lo daremos en la próxima nota, para no hacer más larga la presente. Y podemos decir, como decía Martín Fierro al comienzo de “La vuelta de Martín Fierro”, a esta historia le faltaba lo mejor. ©

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