EL TERROR DE AYER: EL MALON

Pintura: Carlos FonsecaDe acuerdo a la historia, el malón era un ataque sorpresivo de los indios (digamos mejor, de los indígenas) a las estancias y poblaciones rurales para llevarse ganado y bienes, destruir propiedades e irse con una o varias “huincas”. Sería como decir: la barbarie contra la civilización.
Pero desde otro punto de vista, el malón fue la reacción lógica y natural de los pueblos originarios contra la invasión progresiva de sus tierras por los hombres blancos. Era una estrategia militar, guerrillas comandadas por un importante número de guerreros a caballo.
Ya hemos visto la actuación de los indígenas en las invasiones inglesas (El suplemento Nº 76, página 42). Pero más tarde, la política empleada por los sucesivos gobiernos patrios fue con los indios agresiva, y no se planteó la integración del aborigen, aunque se firmaron algunos pactos con ciertas tribus.
La historia de la Patagonia, desde la llegada del hombre blanco, es la historia de una guerra entre dos mundos. Los enfrentamientos durante los siglos XVIII y XIX fueron cada vez más sangrientos. Significan el encuentro entre una sociedad europea o criolla decidida a expandirse y una sociedad indígena y primitiva dispuesta a proteger su territorio. Al principio hubo una política de convivencia basada en tratados y negociaciones pacíficas, pero luego el crecimiento de la industria ganadera reavivó la idea de la expansión territorial.
En esa época, las luchas entre unitarios y federales ocupaba toda la atención; sin embargo, detrás de esto, a raíz de la expansión del hombre blanco, grandes malones comenzaron a asolar las poblaciones.
Hubo tres campañas para frenar esto: la del coronel Martín Rodríguez, la de Federico Rauch y en 1833 la de Juan Manuel de Rosas.
Este último era hijo y nieto de terratenientes y conocía la vida del campo, además de las costumbres de los indígenas a los que empleaba como peones en sus establecimientos rurales. Las buenas relaciones y amistad de algunos caciques le fueron de gran utilidad, permitiéndole formar alianzas que aseguraron la victoria sobre las bandas enemigas. Así, con el apoyo de los caciques Coyhuepan y Cachal, resistió la insurrección del general Lavalle contra el gobernador Dorrego en 1828. Luego, su plan como gobernador era transformar el desierto colonizando las tierras ganadas y propugnaba instalar en las estancias las distintas comunidades dirigidas por sus caciques para practicar tareas agrícolas, ganaderas y artesanales, cosa que sólo pudo conseguir limitadamente.
Las fronteras seguían inestables, por lo que surgió un plan ofensivo. En 1833, tres divisiones iniciaron la marcha bajo las órdenes de los generales Juan Manuel de Rosas, José F. de Aldao y J. Ruiz Huidobro. La primera división, que contaba en sus filas con varios caciques como Catriel y Cayupán (tehuelches), fue la única que tuvo éxito, logrando la desbandada casi total de las comunidades enemigas de la región. Como resultado hubo 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros, rescatándose varios cientos de cristianos cautivos. En 1979 la Academia Nacional de la Historia publicó en el IV tomo de "Publicaciones documentales" la reproducción facsimilar de una "curiosa obrita" en un raro y desconocido folleto (denominaciones oficiales) y que había sido publicada en 1835 llevando el siguiente título: "Relación de los cristianos salvados del cautiverio por la división izquierda del ejército expedicionario al mando del señor brigadier general Don Juan Manuel de Rosas".
La introducción.
Está firmada por Ernesto J. Fitte y Julio A. Benencia. Aquel folleto trae los nombres y condiciones de los 707 cautivos, incluidos los 73 hijos que traían a su lado las respectivas madres.
La corporación de autoridades civiles, militares y religiosas dispusieron esta publicación y no están de acuerdo (con alguna excepción) con la opinión oficial de siempre, respecto a la figura de Juan Manuel de Rosas. De acuerdo a ese oficialismo, lo que se proponía el entonces coronel de milicias era ganar tierras al desierto para ventaja de sus intereses. No habría para ellos motivos de humanidad. Creemos que Rosas no eligió la carrera de las armas para perder sus bienes y morirse de hambre. Los dos objetivos deben haber primado: los intereses y la humanidad para rescatar a esos seres que vivían en la esclavitud.
Muy distinta es la actitud de José Miguel Carrera, que comandaba malones o la actitud del Presidente Bulnes, de Chile, que había prometido cooperación y después no facilitó ninguna ayuda.
La relación que comentamos consigna la liberación de un extenso número de chilenos cuyas edades oscilaban entre los 4 y los 80 años. Por lo tanto, como lo explican los mencionados académicos, la labor de Rosas tuvo también un tinte también humanitario y misericordioso y que los historiadores no mencionan.
El prólogo se cierra con: "El 2 de diciembre de 1820 el chileno José Miguel Carrera capitaneaba en persona un malón de indios que asolaron la población de Salto, sin respetar honras de mujeres ni la santidad de las imágenes”.
Así se cierra la publicación de la Academia Nacional de la Historia, después de transcribir el relato que figura en “El ostracismo de los Carrera”, publicado en 1857 por Benjamín Vicuña Mackenna en Santiago de Chile. Ø

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