Volveremos, volveremos…

Volveremos, volveremos… Se dice que todo tiempo pasado fue mejor; será por eso que en la Argentina muchos están tan enfrascados en volver siempre al pasado. El tema es que con los ojos constantemente en la nuca nos estamos perdiendo lo más valioso e irrepetible que tiene cada ser humano: el presente. Algunos peronistas, faltos de su protagonismo de antaño y ante la falta de un líder que extrañan, montaron un show payasesco con el traslado del féretro de Perón, movida que finalmente dejó de ser burlesca para convertirse casi en una película de terror.
En vez de resolver los temas pendientes que tenemos entre manos, hace pocos días los argentinos vivieron con el corazón en la boca por los bruscos movimientos de los despojos de un presidente que murió hace 32 años.
Por eso, el 17 de octubre, fecha elegida para que la fantochada fuera completa, un presidente muerto, el más votado de la historia argentina, vagaba por las calles porteñas y bonaerenses en total estado de indefensión, camino a su última morada (¿será la última?) en la quinta de San Vicente. Mientras este traslado se llevaba a cabo, bochornosos disturbios en el lugar de destino nos remontaron al turbulento pasado, con las internas peronistas dirimidas a tiros, palos y cascotazos. Gremialistas de dos vertientes diferentes dentro del sindicalismo peronista, los camioneros de Moyano y los sindicalistas del gremio de la Construcción a las órdenes de José “Pata” Medina, se trenzaron en una feroz pelea para lograr vaya a saber qué.
El presidente en funciones, Néstor Kirchner, que iba a asistir al show necrofílico, desistió de hacerse presente cuando le llegaron las primeras noticias del desastre. Luego, ya puesto frente a un micrófono, inventó cada día una declaración distinta para intentar explicar lo inexplicable.
"Me apuntan para frenar cambios en el país", decía por ahí; “Un grupo de traidores arruinó la fiesta de miles y miles", declaraba por allá.
Pero Kirchner no puede buscar ni dar explicaciones: él es el padre de la criatura. 865 millones de pesos son los que recibió en los últimos tres años Hugo Moyano en pago por ser fiel al gobierno, parte en subsidios y parte en puestos oficiales para los hombres más fieles del camionero matón, sólo por dar un ejemplo.
Lo ocurrido en San Vicente, aunque desde el gobierno y algún sector de la prensa lo intenten mostrar como un hecho raro, no lo es; no se puede tratar este hecho aisladamente, como si fuera un caso único. Es uno más de la creciente escalada de hechos de violencia en nuestra sociedad. Las cosas no suceden por casualidad, pero no en el sentido persecutorio que le dio a esta frase el presidente de la Nación. Cuando los hechos de violencia son tantos y tan repetidos, se dan en el fútbol, en los boliches, escuelas, hospitales, cortes de ruta, incendios de comisarías, incendios de trenes y bloqueo de vías férreas... se trata de erupciones o emergentes sociales que por algo se repiten en todo el país.
Cuando una sociedad como la nuestra padece una situación, impuesta políticamente, de injusticia, decisiones arbitrarias, prepotencias, falta de ecuanimidad en los premios y castigos, desaparece lo que se llama "control social" y surge la violencia descontrolada. La experiencia nos enseña a todos que, en este momento, gana el que pega más fuerte, el que tiene mejores contactos con los gobernantes, el que puede ejercer mayor violencia para hacer oír sus reclamos o defender sus posiciones, y no el que tiene razón.
Para algunos, los hechos de San Vicente tienen similitudes con lo ocurrido en Ezeiza cuando regresó Perón, hace más de 30 años. Suena exagerado, pero cuidado, porque el germen de la violencia y el autoritarismo en la Argentina está, y nuestro país desgraciadamente no se caracteriza por aprender de los errores del pasado sino por repetirlos eternamente.
Para otros, este último acto de violencia se explica como que fueron sólo dos grupos de facinerosos contratados por un grupo de corruptos dirigentes sindicales, al sólo objeto de ver quiénes son más fuertes para hacer negocios y ocupar espacios de poder. Pero no nos olvidemos que esos malvivientes existen y están en las calles y como hoy los contrataron los sindicalistas mañana están en un mitin político, pasado mañana en un corte de calles y el domingo en una cancha de fútbol. ¿Tenemos que convivir con esas bestias, amparadas por la clase dirigente?
Es duro caer en la frase repetida de que nuestros dirigentes en general y el peronismo en particular “son todos iguales”, ¿pero existe alguno mejor?
Se tilda de gorila a aquel que dice que todos los peronistas son iguales. No creo que sean iguales los sufridos votantes peronistas a sus dirigentes. Pero los dirigentes peronistas, como los sindicalistas que ostentan el poder, con algunas diferencias de forma, sí son todos iguales.
Seguramente en los estratos juveniles y bajos de los partidos políticos, en los partidos de menor convocatoria y en los gremios de trabajadores, debe haber personas honestas e idóneas que llegaron a la política con el fin de cambiar las cosas y aportar para solucionar los problemas que aquejan a todos los argentinos. Pero mientras los dirigentes decentes y capaces -apoyados por el pueblo decidido a recorrer un nuevo camino- no logren destronar a nuestros vetustos representantes, la Argentina seguirá siendo lo que es hoy.  Ø

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