Alejo Brignole, escritor argentino y autor de la novela “El amante de rojo”, ha sostenido que la experiencia argentina nos dice que nuestras victorias han sido pírricas, en la mayoría de los casos. Así, en la lucha contra los imperios, a la postre no salimos bien parados, aunque sí tocados y vestidos con una rara dignidad. Como veremos, por las zancadillas de los negociadores, de los que reptan en las páginas de la historia, ha ocurrido todo esto. Además se han agregado actitudes oscuras durante esas luchas.
Las primeras guerras fueron para Brignole una buena prueba de ello.
Según afirma, en 1806 hubo un general invasor y de legendaria audacia, el injustamente olvidado William Carr Beresford, el involuntario autor de un libro, hoy clasificado del Foreign Office. En ese volumen yacen los secretos nombres de todos y cada uno de los que prefirieron ser súbditos de Inglaterra, y que esperan ser revelados en un año por venir. Fue un oficial inglés que participó en la invasión de 1806, Alexander Gallespie, al que se encomendó reunir firmas y adhesiones criollas para la causa británica. Fueron 52 los que, según esta opinión, abjuraron de España. Todo eso está hoy en un libro celosamente archivado que quizás jamás conoceremos y que es una prueba irrefutable de nuestra peor esencia. Un registro de traidores que contaban monedas y beneficios, mientras otros luchaban para volver a ser ellos mismos. Pero cabe pensar que muchos de ellos fueron obligados por las circunstancias, y que no tuvieron el coraje de pasar a Montevideo, como lo hizo Manuel Belgrano, cuando los miembros del Consulado prestaron juramento de reconocimiento a la dominación británica. Las invasiones inglesas fueron varias. Algunos enumeran diez.
Para nosotros, volviendo al asunto, las victorias de 1806 y 1807 fueron pírricas, porque los ingleses consiguieron económicamente más de lo que querían con lo que nosotros vamos a denominar la tercera invasión inglesa.
Por eso George Canning dijo: “Los hechos están ejecutados, la cuña está puesta, Hispanoamérica es libre y si nosotros sabemos dirigir bien el negocio, es inglesa”.
Y esa tercera invasión que no fue militar, se logró gracias a Bernardino Rivadavia y su camarilla de cipayos. Seguiremos a Felipe Pigna extrayendo de su libro “Los mitos de la historia Argentina”
Los hechos fueron los siguientes: El 19 de agosto de 1822, por iniciativa de Rivadavia, la Junta de Representantes de Buenos Aires facultó al gobierno de la Provincia a negociar dentro o fuera del país, un empréstito de 3 ó 4 millones de pesos para: a) construir un puerto en Buenos Aires, b) fundar tres ciudades sobre la costa que sirvieran de puertos al exterior, c) levantar algunos pueblos sobre la nueva frontera de indios y d) proveer de agua corriente a la capital provincial.
Otra ley del 28 de noviembre del mismo año dispuso que el empréstito no podría circular sino en los mercados europeos, que sería de 5 millones de pesos (un millón de libras ) y que la base mínima de su colocación sería al tipo del 70% , o sea que por cada lámina de 100 al gobierno de Buenos Aires le quedarían efectivamente 70. Se fijaba un interés anual del 6% y 0,5% de amortización fijándose una partida anual de 325 mil pesos para atender a los intereses y amortizaciones. Como señala el historiador Juan Carlos Vedota en su excelente libro “La verdad sobre el empréstito Bahring” Buenos Aires Plus Ultra 1973, la casa Bahring vino a presentarse como la fuerte garantía visible de que el empréstito sería concertado sin inconvenientes. Bahring estaba íntimamente vinculado con Paris y Cía de Hamburgo, Robertson y Cía y D. Paris Agie y Cía de Amberes, las que se presentaron para acreditar la solidez financiera de la propuesta y su seriedad. Sigamos paso a paso la descripción de Felipe Pigna de este empréstito. John Parish Robertson, socio principal de la casa Robertson y Cía de Buenos Aires y Lima, estaba en Londres gestionando un empréstito para el gobierno del Perú. Allí lo contactaron las autoridades de Buenos Aires para que tratase de lanzar el empréstito. Parish Robertson se entrevistó con su amigo Alexander Bahring, quien aceptó gustoso lanzar el empréstito de Buenos Aires y repartir con los hermanos Robertson y sus socios argentinos la diferencia entre las 700 mil libras a entregarse a Buenos Aires y los 850 mil que produciría realmente su lanzamiento en la Bolsa, pues la cotización de las obligaciones sudamericanas del 6% se cotizaban en ese momento en Londres a no menos del 85 %. El 7 de diciembre los Robertson convencen a Rivadavia para que acepte la formación de un consorcio para la colocación del empréstito al tipo del 70%.
Mientras que la ley hablaba de un mínimo del 70%, los negociadores daban por hecho aquel porcentaje. Los gestores fueron Braulio Costa, Félix Castro. Miguel Riglos, Juan Pablo Saenz Valiente y los hermanos Parish Robertson. En su conjunto se llevaron 120 mil libras del monto total del crédito en concepto de comisión.
Diez días después, el gobierno le pasó un informe a la comisión de hacienda de la Junta, donde hablaba de urgencia y de la conveniencia de aceptar la propuesta de algunos vecinos y del comercio de esta plaza para colocar en Londres el empréstito.
¿Y quiénes eran aquellos? Los gestores, todos comerciantes, accionistas o directivos del Banco de Descuentos.
El primero de julio de 1824 se hizo una escritura pública en la que quedaba establecido: los intereses de 60 mil libras anuales deberían pagarse en dos cuotas semestrales, una cada 12 de enero y otras cada 12 de julio de cada año. Por aquello del riesgo país, el gobierno de Buenos Aires debería demostrar a la Bahring que disponía de esos fondos, seis meses antes de los pagos. El estado de Buenos Aires empeñaba todos sus efectos, bienes, rentas y tierras, hipotecándolas al pago exacto y fiel de dicha suma de 1 millón de libras esterlinas y su interés.
Lo cierto fue que la Bahring retuvo en concepto de pagos adelantados 200 mil títulos, y le acreditaba al gobierno porteño 140 mil libras, porque tomaba el tipo del 70%, aunque el empréstito se colocara al 85 %. La Bahring había logrado recaudar 850 mil libras. Al gobierno de Buenos Aires sólo tenía que entregarle 700 mil, de las 150 mil libras restantes tenía que entregarle 120 mil a los negociadores y quedarse con 30 mil.
Cuando Rivadavia renunció a su ministerio y llegó a Londres, los banqueros de Don Bernardino, la casa Hullet, tomaron a cargo del estado de Buenos Aires seis mil libras esterlinas del empréstito para gastos de representación del ex funcionario, que en realidad estaba viajando por negocios personales.
Robertson y Castro aceptaron, con la generosidad de quienes dan lo que no es de ellos, que se le diera a Rivadavia lo que pudieran, y ya que estaban retiraron otras 7.000 en concepto de comisión y porque no otras tres mil por gastos. Esto violaba lo establecido en sus instrucciones, que no le permitían descontar sus comisiones al gobierno. Y ya que estaba la Bahring notando el descontrol, impuso un descuento de 131.300 libras por cuatro servicios adelantados de intereses y amortizaciones más una comisión del 1% sobre los mismos o sea: 120 mil de intereses, 10 mil de amortizaciones y 1.300 de comisión.
Quedaban después de este saqueo 552.700 libras. Lo que no se había modificado era el monto de la deuda. Uno podría esperar que tras este despojo, por lo menos la Bahring enviaría a Buenos Aires el remanente, pero ni siquiera eso.
El 2 de julio, la cordial Bahring informaba que no convenía por prudencia mandar oro a tanta distancia, y proponía depositar en su propio Banco las 552.700 libras a un interés del 3 % que es todo lo que podía dar (recordemos que la Bahring había colocado el empréstito al 6 %)
Al nuevo gobernador de Buenos Aires, Juan Gregorio de Las Heras, le pareció demasiado y pidió que le mandaran algo. La Bahring se conmovió y compró unas 11 mil onzas de oro, que equivalían a 57.400 libras. Descontó el 1,5 %, o sea 861 por gastos de seguro y las remitió a Buenos Aires. Todavía quedaban casi 450 mil libras que irían llegando según la voluntad de la Bahring, no en oro, sino en letras de cambio firmadas por los negociadores del empréstito, y que tenían como domicilio de pago a Londres. ¿Qué pasó con las pocas libras que llegaron a Buenos Aires? No se construyó -por supuesto- nada. En primer lugar debieron reembolsarse al consorcio las 250 mil pesos adelantados, más su considerable interés. El remanente, poco más de 200 mil pesos, junto con otro millón de letras de tesorería, se dispuso que fueran provisoriamente administrados por una Junta de Inspección y Economía para entretenerlos productivamente. La Junta estaba presidida por Juan Pedro Aguirre e integrada por Manuel Arroyo y Pinedo, José María Roxas, Francisco del Sar y Romualdo José Segurota ¿Cuál fue el entretenimiento? En dinero transformado en pesos Río de la Plata fue prestado al comercio local.
¿Quiénes fueron los comerciantes de plaza que recibieron los fondos para entretenerlos? Los negociadores del empréstito.
De esta manera: Braulio Costa y John Robertson: 878.700 pesos o 175 mil libras; William Robertson 262.400 pesos o 52.568 libras y Miguel Riglos 100 mil pesos o 20 mil libras.
En total, la Junta prestó 2.014.234 pesos hasta el 24 de abril de 1825, cuando traspasó su cartera al recientemente creado Banco Nacional, trasfiriendo al resto del país una deuda contratada por un consorcio de negociantes anglo criollos de Buenos Aires. De más está decir que los fondos se entretuvieron tanto que los préstamos jamás fueron devueltos.
Para 1904, cuando se terminó de pagar el crédito, la Argentina había abonado a la casa Bahring la suma de 23.734.766 pesos fuertes.
Por eso decimos que nuestras victorias sobre los ingleses fueron pírricas. Argentina se quedó con las banderas del regimiento 71. Los ingleses se quedaron con el esfuerzo de todo un pueblo durante 80 años. Ø
Pírricas: Dícese del triunfo obtenido con más daño del vencedor que del vencido.