El eco del dolor persigue a los bandoleros.
Tomada de "La alforja del peregrino", de Rafael Jijena Sánchez.
Cuentan que en cierto lugar en la región cuyana existía, hace muchos años, un bosque impenetrable donde habían hecho su guarida unos temibles bandoleros. Un día pasó por las cercanías del bosque un matrimonio de paisanos que iban haciendo un largo viaje a caballo y llevando consigo un niñito de pocos meses. El niñito era moro, es decir, todavía sin bautizar. De improviso, fueron sorprendidos los viajeros por cuatro forajidos, los que, sin hacer caso a las súplicas del matrimonio, dieron fin con ellos asesinándolos bárbaramente.
En los últimos instantes de su vida, la madre les había rogado que respetaran la vida del niño, sin lograr conmoverlos. Al contrario, tomando uno de ellos al niño por las piernitas lo estrelló contra un árbol. Entonces se oyó desgarrador un ¡ay! que lanzó al expirar el niñito.
Internáronse los bandoleros en el bosque y al comenzar a repartirse el botín, vieron aparecer entre las sombras de la tarde un enorme pájaro negro, totalmente desconocido para ellos y el que, luego de describir enormes círculos sobre sus cabezas, lanzó un grito que era como el de un ser humano, repitiendo por tres veces el ¡ay! desgarrador del niñito que acababan de ultimar. Paralizados de espanto quedaron los bandoleros. Y cuando quisieron reaccionar, ya el pájaro había desaparecido.
Cuentan que desde entonces los bandidos ya no tuvieron sosiego, que a toda hora los perseguía el ¡ay! del niñito moro. Y que, enloquecidos, fueron muriendo uno tras otro, agotados por la sed, el hambre y los remordimientos, sin atinar a otra cosa que a taparse los oídos con sus manos para no oír el grito del niñito sin bautismo al que, junto con sus padres, tan bárbaramente habían asesinado.¤