Si algún estudio de Hollywood se animara a hacer una película de ciencia ficción y catástrofe basada en los tiempos que vive la política contemporánea bien podría titularla “2024: Rise of the Autocratic Cult Leaders”.
Como la traducción al español no siempre es literal, sugerimos: “2024: Ataque de los Siniestros Populistas”. ¿El elenco? De la extrema izquierda a la extrema derecha, protagonistas sobran.
La vida, sin embargo, no es ficción, aunque a veces la realidad toma características de hecatombe. En este caso, como en tantos otros aspectos de los vaivenes de la política mundial, todo comienza cuando un líder -por lo general hombre- huele el descontento social de su país y se lanza a capitalizarlo promoviendo su imagen de hombre fuerte, perseguido por el establishment al que irrevocablemente pertenece, y dividiendo a la sociedad entre los buenos (sus adoradores) y los malos (quienes se le oponen hasta en lo más mínimo). Son, por lo general, brabucones, a veces groseros, extremadamente egocéntricos y megalómanos. No es raro, por lo tanto, escucharlos pronunciar autoelogios que enrojecerían al más narcisista de los mortales.
Los nuevos líderes populistas generan un culto a la personalidad, crean una imagen semi religiosa alrededor de sí mismos, que los blinda contra toda crítica. Hagan lo que hagan, sus devotos lo aprobarán. Uno de ellos llegó a decir que podría matar a alguien en la 5ta Avenida de Nueva York y sus seguidores lo votarían igual. Y quizás tenía razón.
En lo que va del 2024, el panorama político mundial se ve cada vez más moldeado por el ascenso de líderes autocráticos en varios países del mundo. Figuras tan disímiles como Vladimir Putin en Rusia, Donald Trump en Estados Unidos, Nicolás Maduro en Venezuela, Narendra Modi en India, Kim Jong Un en Corea del Norte y Javier Milei en Argentina, han atraído significativa atención por sus tendencias autoritarias y el fomento del culto a la personalidad.
A pesar de sus variados contextos nacionales, estos líderes supremos comparten estrategias comunes y atraen a segmentos específicos de sus poblaciones. Lo que resulta más irónico, es que, por lo general, las políticas que llevan o prometen llevar a cabo resultan en detrimento de sus adoradores, que en muchos casos son de clase media o baja y un aún más bajo nivel educativo.
Cada uno de estos líderes ha construido una marca personal sólida, que siempre eclipsa a sus respectivas instituciones o partidos políticos. Para comenzar a poner nombres y empezando con el más obvio, Vladimir Putin, con su imagen de hombre fuerte que revitalizó a Rusia, ha mantenido el poder desde 1999 mediante una combinación de nacionalismo, control de los medios, manipulación electoral y asesinatos de líderes políticos y sociales opositores. De manera similar, Kim Jong Un, líder de Corea del Norte, se nutre de un culto a la personalidad meticulosamente elaborado que lo retrata como una figura divina.
En Argentina, el estruendoso fracaso de los sucesivos gobiernos y el hastío de la población con respecto a los hechos de corrupción, inseguridad y una sostenida caída del nivel de vida, generaron el caldo de cultivo ideal para la irrupción de Javier Milei, hasta hace poco no más que un panelista gritón y desaforado que aseguraba el rating de los programas amarillistas de la TV local, hoy presidente y obsesionado con el reconocimiento internacional propagando consignas de ultra derecha e ideas que proclama novedosas pero que en realidad son viejísimas. Milei, con su personalidad extravagante y su retórica libertaria, acompañado por su hermana, un minúsculo grupo de monjes negros y una impresionante legión de “trolls” que trabajan desde sus computadoras para destrozar mediáticamente a todo aquel que lo critique, canaliza hoy la ira popular contra la “casta política”. Al igual que Trump, Maduro o Kim Jong Un, padece de un narcisismo patológico que lo lleva a auto alabarse constantemente, explotando la imperiosa necesidad de la gente de seguir líderes que se presenten como outsiders y figuras cuasi religiosas.
La retórica nacionalista atrae a quienes sienten que su identidad cultural o nacional está amenazada. Los partidarios de Modi suelen incluir a quienes tienen un fuerte sentido de identidad hindú, mientras que la base de Trump son los hombres anglosajones blancos que temen la pérdida de su histórica supremacía en manos de mujeres, latinos, afroamericanos e inmigrantes en general.
El fenómeno de la irrupción de estos líderes autocráticos, con su desprecio por las normas democráticas cuando no sirven a sus propósitos, puede llegar a socavar los esfuerzos globales para promover la democracia y los derechos humanos en el planeta. La erosión de las instituciones democráticas en sus países puede sentar un precedente para otras naciones, lo que podría conducir sin dudas a un clima político global más autoritario. Las organizaciones y alianzas internacionales encuentran cada vez más difícil abordar cuestiones que nos afectan a todos los humanos como el cambio climático, las pandemias y la desigualdad económica en este contexto.
La humanidad ha sabido superar en su momento a situaciones más extremas que la actual, como los genocidios hitleriano y estalinista; regímenes dictatoriales han caído a fuerza de rebeliones populares en sus países, y movimientos de ultra izquierda o ultra derecha han nacido y perecido sin pena ni gloria en todo el planeta.
En esta montaña rusa que es la historia humana, quizás esta ola de autócratas narcisistas se desvanezca en el tiempo, cada uno en sus respectivos países, para darle paso a gobiernos basados en el consenso en los que los objetos de veneración sean las ideas, los valores éticos, la solidaridad global, el bienestar común, y no un hombre con aires de divinidad. O tal vez este sea el comienzo de una nueva era, en la que, otra vez, unos pocos decidan por millones de personas el futuro que nos compete a todos.¤