El hombre de frondoso bigote e inconfundible voz apagada agoniza; se arrastra intentando levantarse, pero las piernas no le dan.
Cuando logra estirar un brazo en busca de apoyo como para recobrar la verticalidad, sus propios acompañantes le pisan los dedos. Al tipo, que aún no entiende cómo llegó a ocupar el puesto que ocupa, ya no se le cae una idea, más que lanzar algún que otro nuevo impuesto, repartir bonos miserables y por demás efímeros, y ponerse a gritar y a gesticular cada vez que habla en público, simulando tener una energía y autoridad que ha perdido hace rato.
El gobierno argentino anda a los tumbos; pocas veces antes se había visto a un presidente tan desdibujado que inspiraría lástima, si no fuera porque todos sabemos que fue él mismo quien pactó las condiciones para llegar a donde está. A la Argentina le esperan dos años que se vivirán como dos décadas. Y lo peor, es que al final del túnel no se ven demasiadas alternativas superadoras.
Sería necio y hasta irresponsable olvidar que el mismo grupo de gente que desde la oposición se acaricia las manos y tiene la vista clavada en las próximas elecciones, son los mismos que ya gobernaron en el período anterior, y no precisamente con gran éxito. ¿Volverán mejores? Algo así había planteado el peronismo, y la respuesta a esa pregunta está a la vista.
Por fuera de los espacios tradicionales asoman la ultraderecha mediática de las consignas populistas y gestos grandilocuentes (los pichones del exministro Domingo Cavallo y del aún más retro José Martínez de Hoz), y la izquierda paleolítica que está dividida en tantas facciones que ni ellos mismos recuerdan cuál es cuál.
Hace unos días, la Universidad de San Miguel publicó los resultados de su tradicional encuesta de opinión pública, que midió, entre otros rubros, el nivel de popularidad o rechazo de los políticos argentinos al día de hoy.
Los dirigentes que lideran la lista con “Muy buena” imagen son la líder de Cambiemos Patricia Bullrich (12%), el diputado de La Libertad Avanza Javier Milei (11%), y el jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta (9%).
La familia Kirchner lidera la lista de “Muy mala” imagen: el diputado oficialista Máximo Kirchner (66%) y su mamá Cristina, vicepresidenta de la Nación (64%), seguidos de cerca por el presidente Alberto Fernández (56%).
Por lo general, en las elecciones argentinas (como así también en muchos otros países del mundo) no se eligen los mejores, sino los menos malos. El kirchnerismo está dejando de entusiasmar a su base dura, al mismo tiempo que los chicos de La Cámpora dejan de ser chicos y acumulan años, fracasos y entongados típicos del tercer mundo. En Cambiemos no sobresale una figura que genere confianza, y parece que deberán elegir nomás entre “halcones y palomas”, entre Bullrich y Rodríguez Larreta, y quizás entre algún dirigente radical que imponga el peso de los votos en las provincias.
Habrá que ver si el fenómeno mediático del histriónico economista Javier Milei se mantiene en el tiempo, o se trata nomás de una estrella fugaz que cautivó a los más jóvenes por un rato con su discurso encendido en contra de “la casta política”. De todas maneras, se deberá tener en cuenta que los votos que vayan para su espacio serán votos que en su mayoría saldrán de exvotantes de Cambiemos. De allí que el oficialismo esté encantado con su aparición, y fomenten su figura en cada oportunidad que tienen.
Más allá del cambio de nombres, a menos que no se dé una profunda revolución ética y educativa, Argentina seguirá el camino descendiente que empujó a millones como nosotros a buscar nuevos horizontes en otras latitudes.¤