Uno de los deportes habituales de los latinoamericanos y de los habitantes de países del tercer mundo (en la actualidad eufemísticamente llamados “emergentes”) es hablar pestes de los Estados Unidos de Norteamérica. Tanto de su gobierno como de sus ciudadanos.
Al efecto se han creado decenas de calificativos despectivos, algunos de los cuales, como gringos, yanquis e imperialistas, ya se pueden considerar patrimonio lingüístico de la humanidad “oprimida” y “perjudicada” por los diablos de Norteamérica. Para realzar ese odio visceral se queman banderas y símbolos de Estados Unidos en casi todos los rincones del mundo y en todo momento.
Lo curioso y contradictorio es que esos miles de millones de personas insultan a ese país aunque interiormente desearían vivir de acuerdo a su estilo de vida. Extrañamente, este sentimiento de odio público y amor secreto incluye a los habitantes de los países más acentuadamente fundamentalistas, los que se oponen religiosa y culturalmente a los Estados Unidos, al menos públicamente.
Como al final de cuentas la única verdad es la realidad, es un hecho concreto que los productos estadounidenses se consumen con avidez en todo el planeta: desde la centenaria Coca-Cola hasta los últimos productos tecnológicos, sin olvidar a los locales de comidas rápidas y sus armas de última generación.
En decenas de países de varios continentes, millones diariamente proclaman sus deseos de que el imperio, el gran Satán, desaparezca de la faz de la tierra. De ser posible, ahora mismo.
¿Pero qué pasaría si eso ocurriera? ¿Si los Estados Unidos implosionara? Yendo un poco más lejos, si las trece colonias originales no hubieran prosperado: ¿Cómo sería el mundo?
Para esto no existe otra posibilidad que recurrir a la ucronía, que es la utopía aplicada a la historia. Una reconstrucción paralela de lo que pudo haber sido y no fue.
Todos entienden este concepto, porque cada persona siempre imagina qué podría haber pasado con su vida si en vez de haber tomado tal decisión hubiese procedido de otra manera.
Este cronista, por ejemplo, siempre lamenta, y mucho, no haber inventado la pizza, la hamburguesa con papas fritas, los hot dogs (o “panchos”, como decimos acá abajo), Windows, Facebook, el automóvil y la rueda. Y por supuesto, la Coca-Cola.
Entonces, si no existieran Estados Unidos de América, al menos como lo conocemos actualmente, es inevitable que su rol en el mundo fuera ocupado por otro país-imperio. Dado que esto forma parte del ADN de la historia de la humanidad, no es discutible: a rey muerto, rey puesto.
De tal forma, el mundo estaría influido por un reemplazante: ¿China? ¿Japón? ¿Alemania? ¿Rusia? ¿La Unión Europea? La lista de postulantes con posibilidades en verdad es extremadamente corta, porque los países con potencial real para influir en toda la humanidad son contados con los dedos de una mano. El resto, casi un par de centenas, no tienen ninguna posibilidad, ni siquiera apelando a la ucronía más disparatada y febril.
El grave problema es que, además, la vida en la tierra sería totalmente distinta a la que vivimos actualmente.
No habría vacunas contra la polio, el hombre no habría llegado a la luna, seguramente no existirían las computadoras como las conocemos actualmente, y un sinfín de otras cosas que forman parte de nuestra cotidianidad postmoderna no se habrían concebido ni desarrollado.
Y ni hablar de las entretenidas películas de Hollywood. Porque, como se sabe, ese es otro invento norteamericano.
Tal vez por costos de producción se verían filmes de Bollywood (de haberse inventado algún otro tipo de registro de imagen y sonido). El inconveniente para los espectadores es que se trata de películas extremadamente aburridas, porque en los momentos claves todos empiezan a bailar acompasadamente, y eso sin contar que los protagonistas jamás se besan frente a las cámaras.
A pesar de sus acciones, buenas y malas, Estados Unidos sigue siendo la principal locomotora de innovación tecnológica y cultural. Es el lugar donde el mundo cambia permanentemente. Países como China e India producen cientos de miles de ingenieros anualmente. Pero cuando quieren concretar sus ideas, lo hacen en territorio yanqui, donde viven los gringos.
El país del norte es la gran aspiradora de talentos a nivel mundial porque es el único sitio que permite que los sueños se hagan realidad. Y lo seguirá siendo hasta que aparezca otro que lo reemplace.
Pero eso forma parte de otra ucronía. ¤