En el último párrafo de nuestra editorial del mes pasado, mencionábamos sin nombrar a cierto evento deportivo que se estaba desarrollando en cierto país sudamericano y del cual, por motivos de cábala, no queríamos analizar. El evento, usted ya lo sabe, terminó hace unas semanas, de la manera que usted y el resto de los seres vivos del planeta ya conocen. Y la cábala, tendrá que reconocer usted, medio como que funcionó: la Selección, contra la mayoría de los pronósticos, llegó a la final. ¿Valdrá la pena seguir manteniendo la cábala para la próxima? Rusia está a solo cuatro años de distancia...
Desde el principio, no hubo medias tintas: mientras que para muchos no pasábamos de la primera ronda, otros preparaban cantitos para la final contra los anfitriones.
Los Cuatro Fantásticos de adelante nunca llegaron a tocar su Let It Be; apenas esbozaron unas zambas más bien desafinadas tipo fogón de playa. De hecho, la canción más memorable, para bien o para mal, la cantaron los de la tribuna. Los troncos de atrás, los pobres diablos que formaban “el colador del fondo”, se partieron el lomo sacando pelotas y hoy se cotizan en Wall Street. El señor del banco, otro: una y mil veces electrónicamente escupido por las tribuneras bocas de los foros deportivos, llevó al equipo a una final después de tantos años que los pibes sub 20 lo recuerdan como nosotros a la Revolución de Mayo.
Y del otro lado las cosas se dieron de una manera tan impensada como de este: la azzurra de Dante Alighieri, la blanca de Shakespeare, la roja de Cervantes, grandes candidatas ellas, se pegaron la vuelta antes de que Dante y Virgilio se internen en el segundo círculo del infierno, antes de que Hamlet acuchille a Polonio, antes de que el corazón de Don Quijote se derritiera por su vecina Dulcinea y a lomo de Rocinante se lanzara a cabalgar en busca de aventuras.
No vamos a hacer aquí leña del árbol caído, aunque no se puede negar que cierta escandalosa goleada sufrida por nuestros históricos rivales nos robó una sonrisa a más de uno.
Se pudo haber hecho historia; estuvimos, como en aquel lejano julio del 90, a unos minutos nomás de repetir una nueva hazaña frente al mismo rival. Y la verdad es que esta vez se perdió con los botines puestos; la gran potencia germana tambaleó y si la dorada copa terminó en sus manos fue gracias a la falta de puntería de los Fantásticos, que resultaron no ser tan fantásticos a la hora de definir solos frente al arquero contrario.
Si algo quedó demostrado, es que el equipo siempre está por encima de las individualidades. Argentina, quizás más que ningún otro, demuestra cada vez que cuando va de punto termina de banca... y viceversa.
Ahora, a bajar las pulsaciones, a recuperar los niveles normales de presión sanguínea, y a disfrutar del logro. A decir del Dr. Carlos Bilardo, “el segundo es el mejor de los perdedores”. Es una forma de verlo. Pero también puede decirse que solo uno, de entre casi 200 países, no quisiera ocupar el puesto que ocupa hoy la selección albiceleste. ¤