La Asamblea del año 13, también conocida como Asamblea General Constituyente y Soberana del año 1813, fue un Congreso de diputados de las Provincias Unidas del Río de la Plata convocado por el Segundo Triunvirato que sesionó desde el 31 de enero de 1813 hasta el 26 de enero de 1815.
Sus objetivos eran que los representantes de los pueblos libres reconocieran la soberanía del pueblo, proclamando la independencia de las Provincias Unidas y redactaran una constitución que definiera el sistema institucional del nuevo estado. Si bien estas dos últimas finalidades no se cumplieron, la Asamblea estableció una importante cantidad de reformas en las instituciones rioplatenses.
El surgimiento del Segundo Triunvirato como consecuencia de acontecimientos políticos que se desencadenaron debido al triunfo revolucionario en la Batalla de Tucumán, sumados a los esfuerzos de la Logia Lautaro, fueron fundamentales para efectivizar la convocatoria de la Asamblea. Rápidamente, el Segundo Triunvirato decretó el 24 de octubre de 1812 la cantidad de diputados que les correspondería en razón de su importancia, a la capital Buenos Aires, a las capitales de cada provincia o intendencia y a cada ciudad dependiente, con excepción de San Miguel de Tucumán, como recompensa por el triunfo sobre el ejército realista que eligió a dos diputados.
LA BATALLA DE SALTA
Manuel Belgrano aprovechó la victoria patriota de Tucumán librada el 24 y 25 de septiembre de 1812 para reforzar el ejército a su mando. Mejoró la disciplina, proporcionó instrucción y reclutó suficientes efectivos para duplicar su número.
A comienzos de enero emprendió la vanguardia de la marcha hacia Salta. El 13 de febrero a orillas del río Pasaje, el ejército prestó juramento de lealtad a la Asamblea Constituyente que había comenzado a sesionar en Buenos aires y a la bandera albiceleste diseñada por Belgrano. La ocasión dio lugar al rebautismo del río con el nombre de Juramento. Tristán, mientras tanto, había aprovechado la ocasión para fortificar el Portezuelo, único acceso a la ciudad a través de la serranía. La ventaja táctica que esto le suponía hubiera hecho el intento imposible, de no ser por el superior conocimiento de la zona que los lugareños conscriptos aportaron.
El capitán Apolinario Saravia, natural de Salta, se ofreció para guiar al ejército a través de la senda de altura que desembocaba en la quebrada de Chachapoyas, que les permitía empalmar con el camino del norte que llevaba a Jujuy y donde no existían fortificaciones. Aprovechando la lluvia que disimulaba sus acciones, el ejército emprendió la marcha a través del áspero terreno, avanzando lentamente a causa de la dificultad de transportar los pertrechos y la artillería.
El 18 se apostaron en el campo de Saravia, ubicado en esa zona, mientras el capitán disfrazado de indígena arreador llevaba una recua de mulas cargada de leña hasta la ciudad con la intención de informarse de las posiciones tomadas por las tropas de Tristán. El día 19, gracias a la inteligencia de Saravia, el ejército marchó por la mañana con la intención de acometer a las tropas enemigas al amanecer del día siguiente.
Tristán recibió noticias del avance y dispuso sus tropas nuevamente para resistirlo y alineó una columna de fusileros sobre la ladera del cerro San Bernardo, reforzó su flanco izquierdo y organizó las diez piezas con que contaba de artillería.
En la mañana del 20, Belgrano ordenó la marcha del ejército en formación, disponiendo la infantería al centro, una columna de caballería al mando de José Bernardo Polledo en cada flanco y una nutrida reserva al mando de Manuel Dorrego.
La herida de bala que al inicio de la batalla recibiera Eustaquio Díaz Vélez, segundo jefe de las fuerzas y jefe del ala derecha mientras recorría la vanguardia de la formación, no fue obstáculo para que volviera al campo.
El primer choque fue favorable a los defensores, ya que la caballería del flanco izquierdo encontraba dificultades para alcanzar a los tiradores enemigos por lo empinado del terreno. Pero antes del mediodía Belgrano ordenó el ataque de la reserva comandada por Dorrego sobre estas posiciones, mientras la artillería lanzaba fuego graneado sobre el flanco contrario. Al frente de la caballería condujo él mismo una avanzada sobre el cerco que rodeaba a la ciudad. La táctica fue exitosa, porque columnas de infantes al mando de Carlos Forest, Francisco Pico y José Superí rompieron la línea enemiga y avanzaron sobre las calles salteñas cerrando la retirada al centro y ala opuesta de los realistas. El retroceso de los realistas se vio dificultado por el mismo corral que habían erigido como fortificación. Finalmente se congregaron en la Plaza Mayor de la ciudad, donde Tristán finalmente decidió rendirse, mandando tocar las campanas de la iglesia de La Merced.
Como consecuencia del triunfo patriota, los españoles tuvieron 480 muertos ,114 heridos y 2986 hombres que se rindieron al siguiente día entregando 2,188 fusiles, 200 espadas, pistolas, carabinas, 10 cañones y tres banderas reales. Entre los prisioneros figuraron 17 jefes y oficiales realistas.
La generosidad de Belgrano, que abrazó a Tristán y lo dispensó de entregar sus símbolos de mando –los mismos tenían una estrecha amistad personal, pues habían sido condiscípulos en Salamanca y convivido en Madrid- atrajo sorpresa en Buenos Aires, pero la resonante victoria silenció las críticas y le granjeó un premio de 40.000 pesos dispuesto por la Asamblea.
Belgrano declinó recibirlos, disponiendo que el dinero se destinara a crear escuelas en Tucumán, Salta, Jujuy y Tarija. El libramiento de los fondos sería una deuda histórica durante 185 años, hasta que finalmente en 1998 se equipó en Tarija la última destinataria de los mismos.
La batalla de Salta fue la lid en que por primera vez flameó la enseña patria en una acción de guerra y resultó una nueva e importante victoria de los revolucionarios. Como consecuencia de este triunfo, los ejércitos realistas fueron detenidos en su avance hacia el sur y estas tierras nunca más pudieron ser recuperadas para el extinto virreinato.
Los prisioneros realistas, incluido Tristán, fueron puestos en libertad luego de jurar que no volverían a tomar las armas contra la revolución americana. Sin embargo, el arzobispo de Charcas y el obispo de La Paz los eximieron, declarando que Dios no consideraba válido los tratados hechos con los insurgentes a quienes se consideraba herejes.
Belgrano nombró a Díaz Vélez gobernador militar de la Provincia de Salta, hizo colocar la bandera argentina en el balcón del Cabildo y los trofeos apoderados los ubicó en la Sala Capitular. ¤