Cuenta la historia que uno de los momentos más prominentes en la vida de San Francisco de Asís fue cuando entró en la iglesia San Damiano (la que estaba muy destruida y en ruinas) y al ser inspirado por el Espíritu Santo, se arrodilló a rezar ante la imagen de Jesús Crucificado y fue entonces cuando sus ojos sollozaron ante la cruz al escuchar tres veces el mismo mensaje.
“Francisco, ve y arregla mi casa; como tú la ves, se está dañando cada vez más”. San Francisco de Asís se emocionó ante esa voz (ya que él estaba solo en la iglesia) y se comprometió a obedecer aquel mandato. Y con el tiempo, así lo hizo.
“Ve y arregla mi casa…”¿Podría interpretarse este mismo mensaje como un mandato superior para que nuestro nuevo Pontífice Francisco –quien tomó su nombre precisamente de su mentor, San Francisco de Asís (el apóstol de los pobres y necesitados) sea quien “vea, arregle y limpie la casa” con un movimiento humanístico transformador de reorganización estructural (contenido y substancia) en la Santa Sede y la Iglesia Católica?
La Santa Sede y la Iglesia Católica del Siglo XXI están atravesando momentos difíciles que están dañando su reputación debido a los escándalos de abuso sexual imputados (pedofilia) y sobre todo en la manera arrogante y callada en que los silenciaron bajo la premisa de que “eran errores humanos y la iglesia se encargará de ellos” tras acumuladas disculpas e indemnizaciones millonarias.
Pero la feligresía no quiere esto. No. El mundo, y el católico en especial, necesita de respuestas más convincentes, asegurándoles que estos problemas no sucederán nunca jamás. Y para que el mundo vuelva a creer, será necesario confrontar la naturaleza y las consecuencias de estos escándalos (que devastaron al ser inocente, a sus familias y a la fe que profesaban) tomando una acción firme y que todos aquellos clérigos envueltos en estos casos de abuso infantil, sean removidos definitivamente de sus funciones públicas y luego juzgados por los respectivos tribunales de justicia.
El Papa Francisco, en su flamante pontificado, nos está demostrando día a día que él es esa fuerza que la Iglesia y el mundo están necesitando. El Pontífice vive los valores cardinales (humildad, fortaleza, compasión, generosidad, obediencia) los que cada vez se están alejando más del ser, en la sociedad globalizada actual, donde el consumismo materialista carente de todo referente espiritual parece erosionarlos con la vigencia de un secularismo sin substancia. En síntesis, ¿hacia dónde vamos?
El Papa Francisco se nos presenta como un pilar fundamental, lleno de esa fuerza espiritual de la que estamos careciendo. Es sencillo, simple, coloquial, amigable, compasivo y muy humilde. El poder de su fuerza espiritual radica allí, precisamente, en ese caudal de humildad que exhala de su mirada, su sonrisa, su manera de comunicarse con la multitud al pedirles, por ejemplo, “oren por mí” minutos después de que el humo blanco que salía de la chimenea de la Capilla Sixtina donde estaba reunido el cónclave indicaba “Habemus Papam”, conmovedora noticia anunciada luego por el cardenal francés Jean-Louis Tauran.
Este flamante Papa, como lo hizo San Francisco de Asís, trabaja como un apóstol de los pobres, de los que sufren, de los necesitados. Aboga por la sencillez, no acepta lo pomposo, lo que no está al alcance de los pobres.
Este es un perfil “a priori” del líder religioso, el Papa Francisco, de quien el mundo de hoy necesita porque “él sabrá arreglar la casa de Dios”. ¤